ÉGICA, REY GODO, ES UNGIDO (24 NOVIEMBRE 687)

     Dice el historiador Jurate Rosales, hablando de los reyes godos, que “recetamos esa letanía sin percatarnos de que lo hacemos vestidos con el pantalón y la camisa a la manera que nos legaron los godos y no envueltos en una túnica romana. No nos damos cuenta de que nuestras casas se construyen con volados y balcones al estilo godo, nuestra música obedece a reglas armónicas de la música goda y, en un plano más profundo, hasta el día de hoy pensamos, actuamos, vivimos, trabajamos y producimos desde hace mil quinientos años dentro de los usos y costumbres que nos impusieron lo godos”. Sea esto más o menos verdad, lo cierto que el territorio español estuvo integrado y organizado por la cultura y modos de vida de los godos desde el año 412 con Ataúlfo hasta el 711, prácticamente 300 años, un período suficientemente largo para que deje una huella perenne.
     Por otra parte no era el godo que llegó a Roma y al sur de Europa un pueblo nuevo de reciente creación y cultura. El revoltijo de bárbaro y extranjero ha originado esta confusión, desde luego equivocada. Alfonso X el sabio, por citar a un autor de antaño, le atribuye 2.400 años de antigüedad y, aunque este dato carezca de precisión, sirve de referencia de un origen muy antiguo de estos pueblos.
     Égica por su parte, (687-702), el personaje protagonista, representa uno de los últimos momentos de la historia de este período. Hasta 38, según los últimos descubrimientos basados sobre todo en la numismática, fueron los reinados que cubrieron esta etapa y en ese devenir Égica está prácticamente al final, solo seguido por dos nombres Witiza y don Rodrigo, el desgraciado rey al que invadieron con fortuna los árabes.

     Égica o Egica, que de las dos formas se cita, fue rey visigodo desde el año 687 hasta su muerte en 702. Pariente del rey Wamba, antecesor de su antecesor, había nacido, parece, el año 610. Estuvo casado con Cixilo, hija de su antecesor, Ervigio, y tuvo tres hijos: Witiza, Oppas y Sisebuto. Designado sucesor por Ervigio cuando este se sintió mortalmente enfermo, fue coronado, o ungido, el 24 de noviembre del 687 en Toledo.

     Para entrar en la situación política del momento, hay que reseñar como marco general que la alta sociedad visigoda, en una especie que alguien ha llamado “pre-feudalismo”, estaba profundamente dividida en clanes o familias, como es natural, unas más poderosas que otras y es en este contexto en el que Ervigio ofrece a su hija Cixilo a Égica que pertenecía a un clan rival. La entrega pero con una intención perversa: asegurarse de que, una vez fallecido, el nuevo rey, cuanto menos, no vejará ni atosigará a su familia. Incluso para asegurarse le fuerza a Égica a jurar que ese será su comportamiento. Égica pues se compromete bajo juramento a defender, o al menos no hostigar, a su familia política, a la familia de su esposa.
     Pero, una vez en el poder, todo ese montaje se deshace como un castillo de naipes porque a Égica empiezan a entrarle escrúpulos sobre ese juramento (una acción entonces de un altísimo valor moral) porque, dado el pillaje y la expoliación que los reyes ejercían, ello suponía que para ser buen gobernante y llevar los asuntos públicos de manera correcta ayudando a la gente que vivía de manera miserable, tenía que empezar por devolver lo que había sido rapiñado y eso chocaba con el juramento de defender el patrimonio de su ahora familia política. Y entonces para resolver esa contradicción, ese doble juramento (servir al pueblo, que formaba parte del protocolo de la investidura como rey, y a su familia política) convoca un Concilio de Toledo, el que hacía el número XV, que se celebró el 11 de mayo del año 688. Naturalmente, planteada esta dicotomía, se dieron las dos posiciones dialécticas previstas en toda discusión humana pero mayoritariamente prevaleció el criterio de que era preferente el juramento real de atender a las necesidades colectivas y generales que el de cuidar de la familia de Ervigio, lo que llevó a dos consecuencias. La primera es que Égica tenía las manos libres para actuar contra su familia política, como así hizo, enviando a su suegra Luivigoto a un convento y repudiando a su esposa.
     La otra fue que la nobleza del clan de Ervigio, viéndose perdida y en minoría, se dispuso a organizar una conjura contra Égica para derrocarle, acción que se llevó a cabo a mediados del año 692. Sisberto, el cabeza del bando perdedor, apoyado entre otros por el obispo metropolitano de Toledo, la viuda de Ervigio y, al tiempo, exsuegra, y otros miembros de esa facción atacaron la capital pero Égica pudo escapar acompañado por su guardia y, aunque Siberto fue ungido por el obispo, Égica volvió con un gran ejército y derrotó a los sublevados. Precisamente para castigarlos convocó un nuevo concilio, el XVI, que acordó secularizar al obispo de Toledo, siendo además excomulgado y confiscados sus bienes. “El rey hizo referencia a los muchos que quebraron su confianza y exigió que todo funcionario palatino que conspirase para asesinar al rey o arruinar a los godos, o que instigase una rebelión, sería destituido y pasaría a ser esclavo del Tesoro y se le confiscarían los bienes”.

     (Ya se ha hablado de este tipo de sínodo o asamblea que eran los Concilios de Trento, un cónclave político- religioso, que convocaba el rey pero al que asistían los clérigos de mayor nivel en la jerarquía. Y se hizo con ocasión precisamente del tercero que convocó Égica a cuenta del golpe de estado referido. Se llevó a cabo el 25 de abril del año 693, en cuya fecha se ofrece mayor información).

     Una vez resuelto todo lo anterior, Égica se decidió a gobernar lo que llamaríamos la vida de cada día pero lo hizo con limitado poder y escasa fortuna. La sociedad goda en ese momento se hallaba ya en estado de descomposición, mientras la burguesía y aristocracia dominante solo estaba ocupada en reyertas y peleas internas para ocupar el poder y saquear todo lo que se pusiera por delante. Hay que recordar que a la vuelta de la esquina, es decir, una decena de años (710 para otear la situación y 711 ya con varios miles de combatientes) los árabes llegaban a la Península y es claro que las intrigas y conspiraciones cortesanas, con pactos oscuros, contribuyeron de manera señalada a esa llegada. Valga el ejemplo de que, a pesar de la confusión del momento, Oppas, o don Oppas, como le llaman las crónicas, el hijo de Égica, estuvo vinculado con el conde don Julián, gobernador en Ceuta, el que según muchos historiadores fue el principal apoyo con que contaron para dar los invasores el salto del estrecho. Por eso el reinado de Égica se caracterizó por el desconcierto y la incapacidad para atajar la anarquía. Además la suerte no le favoreció porque dos causas graves negativas brotaron para complicarlo todo. La peste, que apareció en grandes territorios y diezmaba a una población cada vez más empobrecida y una serie de malas cosechas que aumentaron la penuria de la población.
     En el ámbito de la gestión ordinaria, Égica siguió persiguiendo a los judíos. Y había planteado ese tema en el último concilio pero, insatisfecho porque no veía entusiasmo en la causa ni en el clero ni en los obispos, decidió convocar el XVII, en el que se insistió en este tema amparándose en una supuesta conspiración universal que estaban preparando contra todas las monarquías del mundo. Pero si bien fueron condenados a esclavos y se cerraron todas sus aljamas, éstas seguían existiendo cundo se produjo la invasión árabe. Lo más grave en todo caso fue la disposición que mandaba que perderían la custodia de sus hijos cuando estos cumpliesen los 7 años y serían dados para educar a familias cristianas.
     Por lo demás Égica dedicó parte de reinado a incorporar nuevas leyes a las ya existentes. Trato de modificar la legislación anterior en un intento por consolidar el trono. En la línea de las decisiones políticas de los Concilios, en un juego de alta confusión religiosa y cívica, se procuró el apoyo de la iglesia para evitar que a su muerte, su familia sufriese una persecución similar a la que él había dispensado a su antecesor, acordándose que cometería herejía todo aquel que, después de muerto Égica, ofendiese a su viuda o a sus hijos. Al tiempo se solicitaban oraciones por el bienestar del rey y de la familia real en todas las iglesias catedralicias del reino, todos los días del año, excepto el Viernes Santo.
     Independientemente de los aspectos políticos, en los tres concilios que Égida convocó también se tomaron decisiones de carácter religioso o eclesiástico, casi siempre de tipo disciplinario. En el XVI, por ejemplo, Se regularon las parroquias y las remuneraciones que debían obtener los obispos por las rentas obtenidas de los bienes inmuebles. En el XVII se citaron algunas irregularidades de los sacerdotes como cobrar por bautizar y por administrar el crisma en dicho acto y en la confirmación y por las promociones de oficios y cargos.

     Donde se da una gran confusión según las diversas fuentes es en lo que respecta a su hijo y sucesor. El problema se origina porque el juramento que apalabró ante Ervigio incluía una cláusula en la que se decía que el compromiso solo tendría validez si existía descendencia del matrimonio. Witiza fue en efecto hijo de Égica y el hecho de que fuera ungido a finales del año 700 con solo catorce años que debía tener hace factible que fuera hijo del matrimonio de Égica con Cixilo. Sin embargo, de los textos oficiales del XVII Concilio, por el que se protegía a la descendencia de Égica, puede deducirse que la reina Cixilo aún no tenía hijos en el año 694, por lo que en ese caso Witiza podría ser hijo de un matrimonio anterior de Égica. En esto hay bastante confusión según los autores.

     En el año 700 Égica enfermó gravemente y ante el peligro de muerte inmediata mandó ungir de manera inmediata a Witiza, lo que se llevó a cabo el 24 de noviembre de ese mismo año. Pero las previsiones clínicas no se cumplieron y el rey logró sobrevivir dos años más. Esa circunstancia le llevó a un tipo de bicefalia, cuyo alcance discuten los historiadores. En todo caso Égica envió a Witiza a lo que hoy en Galicia, al antiguo reino de los suevos con lo que lo tuvo alejado de Toledo, la capital. Pero las monedas de la época dan fe de que hubo dos reyes compartiendo el poder, dos reyes ungidos.

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