ANTONIO DE NEBRIJA. LA GRAMÁTICA

Un discurso sobre la lengua

ANTONIO  DE  NEBRIJA

     Señoras y señores: Es costumbre inveterada entre los más preclaros sabios que ha habido en el mundo, aclarar y definir el sentido último que tienen las palabras por ser éstas el instrumento más importante para la vida propiamente humana y para el desarrollo de las ciencias. Y deben acertar en esa predisposición por cuanto este hábito no sólo no decrece, antes al contrario no hay persona conocedora de la filosofía, de la retórica y de los demás saberes que no tenga entre sus preocupaciones esa disquisición.
    En efecto la capacidad para hablar, articulando palabras y mediante ellas expresando lo que pensamos, es la mayor virtud humana por la que nos distinguimos de los demás seres vivos que no tienen esa gracia divina. De donde se deduce que si no le es posible el habla, tampoco pueden producir ideas porque no tendría sentido que hubiese entendimientos capaces de pensar las cosas y luego no les fuera posible expresar esos mismos pensamientos.  Y este razonamiento parece bastante evidente aun cuando haya algunos desaprensivos que, apoyándose en su imaginación, crean ver en los sonidos de la naturaleza o en los gruñidos de los animales la posibilidad de otros lenguajes quizá tan complejos que piensan que nuestra mente no es capaz de asimilar.  Pero eso no deja de ser sino una torpeza impropia de seres verdaderamente racionales. ¿Acaso los animales pueden entender la geometría?
    Además éste es un mandato divino tal como han explicado los más doctos en materia de religión. Y así han interpretado siempre que cuando en el libro sagrado del Génesis se dice que el hombre puso nombre a todos los ganados, a las aves del cielo y a todos los animales del campo, lo que quería significar el autor divino era la supremacía que los hombres tienen y deben ejercitar sobre el resto del mundo. Que no en balde la palabra es el signo de dominio y el procedimiento de poder que el divino Hacedor puso en nuestras manos de forma que no haya otro señor del mundo que el hombre, que lo modifica a su satisfacción e interés. Y a su manera también los gentiles hasta tal punto ponderaron siempre esta cualidad que hicieron a las nueve musas, protectoras de las artes, las letras y las ciencias, hijas de Júpiter rey de los dioses y les dieron habitáculo en lo más principal de los cielos.
    Por eso es de todos conocido que la sabiduría no es sino el mayor conocimiento de los términos y es más sabio aquel que domina a los demás con unos cuantos cientos de palabras como demostraron en la antigüedad tantos filósofos y oradores que con  sus discursos lograron alcanzar el poder político o moral o ciudadano, y muchos de los cuales pagaron luego con su vida esa capacidad de seducción, como fueron los casos notables de Pitágoras o Sócrates, el más importante moralizador de la vida pública ateniense.

La lengua castellana

     Advertida ya la importancia del habla y del pensamiento, conviene recordar que las lenguas o los idiomas son como los demás seres vivos que nacen, tienen infancia, juventud, madurez, ancianidad y muerte; y ésta última es siempre reproductora porque como fruto de sus entrañas aparecen hijos que acaban ocupando sus lugares y se van transmitiendo de padres a nietos unos sonidos iguales como la letra o que pasa por ser la más antigua del mundo pero no la más universal ni la más frecuente, que en castellano es la a. Y así si tomamos el latín, de él han venido muchos hijos que son hermanos de nuestro idioma como la lengua gala, el provenzal, el italiano y muchos otros.
    Precisamente la lengua castellana se encuentra ahora en un momento tan alto que si cambiase, tendría que ser forzosamente a menos porque su esplendor le ha situado en lo más elevado. Es ella tan noble, tan entera, tan gentil y tan abundante que no es sino el reino virtuoso donde todas las artes ejercen sus habilidades de la misma forma que las flores de un jardín soñado rompen los colores del arco iris. Y en nada está reñido este uso de la lengua castellana con el latín aunque amantes de las viejas tradiciones consideren impropio de la sabiduría el uso de una lengua que llaman vulgar y que nunca se podrá utilizar para expresar la filosofía y la dialéctica porque hablar siempre en metáforas no le hace bien. Pero puede ocurrir y sería razonable que la ciencia siga manifestándose en latín y la literatura poética o de creación se escriba en romance o castellano, como ya viene haciéndose en los últimos siglos y nadie puede decir que desmerezcan los escritos de Alonso, el Sabio o los de Juan Ruiz, el Arcipreste, que dos palabras de un mismo significado tienen igual valor.
    Y se preguntan algunos cuál fue la lengua que reinó en España antes de la llegada del latín y del imperio de los romanos. Y sobre este particular no tengo opinión decidida porque a algunos parece que fue el vascuence por aquello de que, arrasada España por el invasor, sólo en los montes Cantábricos pudieron refugiarse los naturales de esta tierra a donde no alcanzó el arma del invasor y de ahí deducen que esa era la de todos los españoles. Es creencia sin embargo de otros que puesto que en el habla de Castilla hay muchas palabras que proceden del griego, que debía ser ésta la lengua general de nuestro país e incluso algunos apuntan a que fue el hebreo aunque no se apoyen en graves razones y sólo presenten endebles argumentos. Y también hay quienes son de la creencia que no hubo ese tal idioma común sino que en nuestra tierra se hablaban antes de la llegada del imperio romano muchos y variados lenguajes.
    Pero ahora no hace al caso discutir esta presunción que no sirve a nuestro propósito, sino que es nuestro deseo sobre todo recordar la cuna y el nacimiento del idioma castellano.  Porque la lengua, de la misma forma que en un recoveco de la naturaleza de los padres se engendran nuevos seres, aparece en una esquina del tiempo y de la historia cuando apenas se imagina.  Y eso fue lo que pasó con la nuestra como bien lo indica el poema de Fernán González cuando dice que era Castilla entonces un pequeño rincón situado junto a Montes de Oca y muy cerca de Carazo que en aquella sazón era de los moros. 
  
La gramática

     Pero la industria humana además ha sabido resolver el muy grave problema que la lengua tiene cuando se refleja a través de la voz y es su carácter perecedero porque una vez pronunciada una palabra, ya se la lleva el viento y no permanece en nada por lo que el pensamiento de los hombres de esta manera no podría conservarse.  Y así nació la escritura que permite que un sonido se transforme en objeto de la vista que es un sentido más permanente y más noble porque resume a todos los demás. Y  acordados los signos de la escritura, han sido los copistas, siempre inclinados en su mesa de trabajo como estatuas, los grandes transmisores del saber que merecen nuestro agradecimiento porque se dejan los ojos en cada letra y en cada miniatura, haciendo que el texto escrito sea acompañado de un bello dibujo. Y ahora con la invención de ese artilugio que llaman imprenta, a costa de vulgarizar el arte, se hacen libros de estampa, llamados modernos, iguales, sin brillo y sin pinturas, de forma que un golpe de plancha equivale al trabajo de un monje en un mes.  Y los libros se extenderán de otra manera y aunque es preferible la facilidad de alcanzar pronto un buen tratado, seguro que muchos de éstos caerán en manos de desaprensivos que los maltratarán, que la sabiduría no es para todos sino sólo para los entendimientos de seres privilegiados.
    Es precisamente esta nueva situación de libros de estampa un detalle más para plantear la necesidad de una gramática general que todos sigan porque si la lengua no se fija en reglas comunes, peligra su vida ya que la diversidad de usos la puede romper en mil pedazos. Y ello no sólo no coarta la libertad de cada uno sino que valores más poderosos como la unidad del imperio lo exigen. Un gramática que sólo debe ser un conjunto de reglas de uso común y obligado para todos, basado en la autoridad de los buenos escritores de todos gozados y aceptados. Porque si bien es verdad que estas reglas pueden ser impuestas por el Emperador, es preferible tomarlas de quienes con su buena escritura son seguidos por la gente y así serán aceptadas con más facilidad. Como ocurre con los autores conocidos de nuestra habla, Gonzalo, el de Berceo o Juan Ruiz y desde luego Alonso el Sabio que además de rey preclaro dedicó su trabajo a la letras y a la sabiduría. Y como ocurre con autores celebrados de estos días, que son Diego de San Pedro autor de una Cárcel de Amor, entre otras obras, o el de la famosa Comedia de Calixto y Melibea. Las normas del habla debe darlas el arte, es decir, la literatura bella.  Aunque el Emperador es obligado de todas formas a esforzarse porque se cumplan ya que ello le va directamente a la salud del imperio.

……………………………….Estudioso de la lengua………………….
     La invención de la imprenta hacia mediados del siglo XV produjo un salto cualitativo en la difusión del saber y de las ciencias y en ese contexto de difusión se hacía necesario fijar de manera precisa las reglas para el idioma. Así se le ocurrió a Antonio de Nebrija, que escribió la primera gramática de la lengua castellana en el año 1492, todavía vigente en casi todo su contenido. Hacia 1470 se imprimieron en España las primeras publicaciones y en 1500 había imprenta en más de dieciséis ciudades.
    Elio Antonio de Nebrija fue uno de los más importantes personajes del renacimiento español, que dedicó su vida científica sobre todo al estudio del idioma y las lenguas. Sus trabajos coincidieron con la expansión del imperio español que impuso el idioma prácticamente en todo el mundo. Nació en la ciudad sevillana de la que tomó el nombre en 1444 y murió en Alcalá de Henares el año 1522.
    Antonio de Nebrija fue catedrático de universidad y cronista real. Estuvo casado con Isabel de Solís, de la que tuvo siete hijos.
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   Y esto es porque toda lengua va unida al imperio de forma que no hay lo uno sin lo otro. Y de esta forma todo imperio necesita una lengua para el entendimiento común de sus gentes y de todos sus hombres y mujeres y que permita además la narración para la posteridad de sus hechos históricos, y si un imperio no tuviese lengua, nunca podría prosperar y acabaría siendo dominado por otros pueblos vecinos. Y así también al revés toda lengua necesita un imperio para sobrevivir, crecer y reproducirse, que si no hay dominio sobre otros, serán ellos los que acaben dominando y de esa forma la lengua morirá necesariamente. Porque si imperio no es sino el dominio de unos hombres sobre otros, el poder que un pueblo más fuerte impone a otro más débil, esta preeminencia se ejerce con muchas y poderosas armas y de ella la lengua no es la menos. Que el entendimiento común de las gentes sólo es posible si hay un habla y una escritura común y además ésta es la única forma de conservar la memoria de las hazañas de las grandes gestas patrias. Y así es lógico y no podría ser de otra manera que a los naturales de esas islas del oriente que el descubridor Cristóbal Colombo ha encontrado, y que ahora son vasallos de nuestros Reyes se les imponga la lengua castellana como forma de olvidar sus hablas locales que no son entendidas por nadie y aprendan la lengua del imperio que servirá en el futuro para el total engrandecimiento de nuestra patria y nuestra religión.
    Y así como el imperio castellano nació en un rincón de la geografía, de la misma forma la lengua empezó apareciendo en rincones de pergaminos donde los copistas y lectores comenzaron a anotar o el significado de aquellas palabras latinas que ya no se usaban por el vulgo y había que traducirlas o aquellas otras que necesitaban de precisiones o comentarios. Son las glosas que aparecen como primeros testimonios de un idioma que empezaba a germinar y crecer poco a poco. Porque el castellano no nació de golpe sino que fue poco a poco desarrollándose como cualquier criatura a partir del latín que fue su madre natural, aunque hay que reconocer que algunos miles de términos de procedencia arábiga han infectado nuestra habla y a lo mejor la han podido perfeccionar.

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