MUERTE DE CARLOS I DE ESPAÑA Y V DE ALEMANIA (21 SEPTIEMBRE 1558)

El emperador y rey Carlos I de España y V de Alemania (lo que ha hecho que mucha gente se refiera a él como “Carlos quinto”) fue uno de los reyes más grandes de toda la historia de la humanidad si nos atenemos a la extensión del imperio. Los territorios sobre los que dominó alcanzaban casi toda la Tierra y, además, su poder, tras las derrotas propiciadas al rey de Francia, no tenía sombra en el mundo. Nacido en Gante (Flandes, hoy Bélgica) y educado allí (hijo de Felipe el Hermoso y Juana, conocida como la Loca; y nieto de los Reyes Católicos y del emperador alemán Maximiliano) llegó a España tras la muerte de su abuelo (1516) a tomar posesión del reino, desconociendo incluso el castellano y rodeado de flamencos que ocuparon los más principales puestos de la vida política y la administración.
 Esta situación de partida provocó un gran disgusto en el pueblo español manifestado en las Cortes de Castilla y las de Aragón, enfado que aumentó cuando, sabedor de que su abuelo había muerto y había sido elegido para sustituirle, pidió dinero para hacer el viaje a Alemania y ser coronado como emperador. Sólo con sobornos y amenazas lo consiguió.
 Algunos de los aspectos más significativos de su vida y su obra como gobernante:

1. Doña Juana. En opinión de ilustres historiadores, Carlos en realidad dio un golpe de Estado contra su madre, en cuyo nombre se vio obligado a reinar durante prácticamente toda su vida ya que ella murió en 1555.
 En 1516, tras morir su padre y por su testamento, Juana se convirtió en reina nominal en Aragón, pero, aunque tras algunos debates las Cortes de Castilla se resistieron a declararla incapaz, su hijo Carlos se aprovechó de esa situación de dudosa discapacidad de Juana para proclamarse rey, de forma que se añadió él mismo a los títulos reales que les correspondían a su madre. Así oficialmente, ambos, Juana y Carlos, correinaron en Castilla y Aragón y, mientras vivió, en los documentos oficiales debía figurar en primer lugar el nombre de la reina Juana.
Pero la realidad fue que a doña Juana, a la que su padre encerró en un palacio de Tordesillas en 1509, nunca más se le permitió salir en toda su vida del edificio, ni siquiera para visitar la tumba de su esposo a escasa distancia de palacio durante un tiempo, antes de su traslado definitivo a Granada; y tampoco a pesar de que en la ciudad se declarara la peste. Su padre Fernando y, después, su hijo Carlos, siempre temieron que si el pueblo veía a la reina, la legítima soberana, se avivarían las voces que siempre hubo en contra de sus respectivos gobiernos. Todo ello demuestra, como señala Manuel Fernández Álvarez, que el confinamiento de doña Juana era cuestión de Estado. Si Juana no gobernaba era por incapacidad mental. Pero si se empezaba a rumorear que la reina estaba cuerda, los adversarios del nuevo rey afirmarían que era un usurpador. De ahí que la figura de doña Juana se convirtiera en una pieza clave para legitimar el movimiento de las Comunidades.
De doña Juana se ha dicho que, siendo oficialmente reina de Castilla, en su nombre pretendieron actuar, primero, su marido; después, su padre; y, por último, su hijo.

2. Las Comunidades. La llegada de Carlos a Castilla supuso la llegada de un joven inexperto que desconocía las costumbres e idioma de su reino y cuyos acompañantes flamencos, como ya se ha dicho, ocuparon todos los puestos principales administrativos y políticos del reino, siendo el nombramiento más escandaloso el de Guillermo de Croy, un joven de tan sólo 20 años, nada menos que como Arzobispo de Toledo, sucediendo al Cardenal Cisneros.
Esto molestó a los castellanos y así se lo hicieron saber en las Cortes de Valladolid de 1518, a lo que el rey no hizo caso. Pero la tensión entre el monarca y los castellanos se complicó cuando, sabedor de que muerto su abuelo en Alemania (ya lo había sido su padre) pasaba a ser nombrado emperador de ese país con la numeración de V, convocó Cortes en Santiago de Compostela para conseguir subsidios para sufragar sus gastos en el extranjero. Al final, aunque de muy mala manera, se lo aceptaron y Carlos embarcó para Alemania, nombrando como regente al cardenal Adriano de Utrecht, también proveniente de Flandes.
Este descontento fue transmitiéndose a las capas populares por toda Castilla y, como primera protesta pública, aparecieron pasquines en las iglesias donde podía leerse: «Tú, tierra de Castilla, muy desgraciada y maldita eres al sufrir que un tan noble reino como eres, sea gobernado por quienes no te tienen amor». Así surgió la llamada “Guerra de las Comunidades de Castilla”, un levantamiento armado de los denominados comuneros, acaecido desde el año 1520 hasta 1522, siendo sus principales líderes Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado. Tras prácticamente un año de rebelión, las tropas del rey derrotaron a las comuneras en la batalla de Villalar el 23 de Abril de 1521. Al día siguiente decapitaron a los más principales, con lo que el ejército comunero quedaba descompuesto. Solamente Toledo mantuvo viva su rebeldía, hasta su rendición definitiva en febrero de 1522.
Pero uno de los aspectos más significativos de ese movimiento es que trataron de rescatar la figura de doña Juana como reina. Incluso tras asaltar el palacio de Tordesillas una comisión llegó a entrevistarse con ella a quien comunicaron la muerte de su padre, que no conocía, y explicándole que deseaban vengar los abusos cometidos por los flamencos y devolverle el poder, si es que ella lo deseaba, a lo cual doña Juana respondió: «Sí, sí, estad aquí a mi servicio y avisadme de todo y castigad a los malos». El entusiasmo comunero, después de esas palabras, fue enorme. Su causa había de ser legitimada por el apoyo de la reina.
A partir de ahí el objetivo de los comuneros fue demostrar que doña Juana no estaba loca y que todo había sido un complot para apartarla del poder; y que la reina, además de con sus palabras, avalara con su firma los acuerdos que se fueran tomando. Después de estos cambios todos aseguraban que doña Juana «parece otra» porque se interesaba por las cosas, salía, conversaba, cuidaba de su personal y, por si fuera poco, pronunciaba unas atinadas y elocuentes palabras ante los procuradores de la Junta. Pero los comuneros necesitaban la firma real, que podía suponer el final del reinado de Carlos. Y en esto, como antes los partidarios del rey, tropezaron con la férrea negativa de doña Juana, a la que ni ruegos, ni amenazas hicieron firmar papel alguno.
De esta sublevación se han emitido los juicios más dispares: desde que fue una de las primeras revoluciones burguesas de la Edad Moderna, que se trató de un movimiento anti-fiscal o incluso una revuelta cateta y retrógrada frente a la posición moderna y europea de Carlos I. Hoy la Comunidad de Castilla y león celebra su fiesta autonómica en recuerdo de la batalla de Villalar.
A su vez en los territorios de Levante se produjo el movimiento de las Germanías. Los artesanos de Valencia poseían el privilegio de poder formar unas milicias en caso de necesidad de lucha contra las flotas berberiscas. En 1520, cuando se produjo una epidemia de peste en Valencia y los nobles abandonaron la zona, las milicias se hicieron con el poder y desobedecieron la orden de su inmediata disolución. En pocos días llegaron hasta las Baleares en donde duraron hasta 1523. Después de la derrota de los comuneros, el ejército acabó con el conflicto.

3. En el ámbito internacional el enfrentamiento con Francia acarreó varias guerras (hasta seis, según algunos, cuatro según otros, en razón de cómo se distribuyan los acontecimientos) con resultado por lo general favorable a Carlos I, salvo en la última en la que tuvo que plegarse a los protestantes dándoles la libertad religiosa a sus súbditos centroeuropeos.
En juego estaban Italia, de la que España era casi dueña, lo que daba una situación que preocupaban también al Papa, actuando más como estadista civil que como líder religioso; el afán de Francisco I rey de Francia de ser coronado emperador; las tensiones con los luteranos o protestantes; y la reclamación a Francia de que devolviese la región de Borgoña muy importante para Carlos I.
La primera (1521-1526) acabó con el rey francés derrotado, hecho prisionero en la batalla de Pavía y traído a Madrid, en cuya ciudad se firmó el tratado con ese nombre. Carlos fue quizá débil y pudiendo haber terminado todo el lío, liberó a Francisco I,
Pero en seguida el papa Clemente VII, temeroso del emperador, pronto le quitó las dudas de conciencia al rey francés diciéndole que no estaba obligado a cumplir lo pactado en el Tratado de Madrid porque no lo había suscrito en plena libertad. Ello acarreó la segunda guerra, en la que Francia volvió a enfrentarse con el emperador. Éste se sintió burlado por el Papa y pidió justificaciones que no le fueron dadas y las tropas imperiales asaltaron y saquearon Roma (citado como el saco, o saqueo, de Roma). Carlos I negó cualquier implicación personal en los hechos; es más, los lamentó profundamente, o eso aparentó. Pero lo cierto es que extrajo un pingüe provecho político del dramático acontecimiento. El Papa se vio forzado por las circunstancias a cambiar la orientación de sus alianzas y se plegó sin condiciones a sus requerimientos como firme aliado. La Paz de Cambrai dio fin a esta guerra y el Papa acabó declarando a Carlos I emperador del Sacro Imperio Romano en 1530.

4. Las renuncias. Cansado de la acción de gobierno y enfermo, Carlos I decide abandonar el poder, renunciar al trono, ceder el gobierno a su hermano Fernando y a su hijo Felipe (Felipe II) y retirarse al monasterio de Yuste donde muere en 1558. En realidad parece que, después de tantas guerras y conflictos, había entrado en una fase de reflexión y de vivencias sobre “los desengaños del mundo, el afán de soledades”, de deseos y necesidad de apartarse de la pompa de la vida. Enfermo de la gota, su médico le prohíbe acudir a determinadas acciones necesarias para el imperio. Ya lleva tiempo dándole vueltas a la intención y resuelve dejar el reino y abdicar.
Pero consideró más prudente abandonar poco a poco el poder. En 1553, cuando propuso a su hijo Felipe que se casase con María Tudor, la reina de Inglaterra, para igualar en dignidad a su esposa, había abdicado en él el reino de Nápoles. Luego en 1555 le cedió Flandes y en 1556 los reinos de España y las Indias. En cuanto al Imperio, es decir, las posesiones alemanas, ya llevaban desde 1553 en la práctica en manos de su hermano Fernando y fue en 1558 cuando fue reconocido como nuevo emperador.
Pero la ceremonia principal en la que cedió Flandes a Felipe y que ha pasado a la historia por su solemnidad “fue en Bruselas, en 1555. El 25 de octubre, a las cuatro de la tarde de un húmedo día otoñal, cruza el emperador el parque de palacio. Va caballero en pacífica mula, pues sus achaques no le permiten otros alardes; cabalgadura que es, por otra parte, como un anuncio de su próximo despojo de las grandezas del mundo”, tal como lo describe Manuel Fernández Álvarez. Las otras cesiones ya se hicieron con menos protocolo y escenografía.

5. Muerte. Luego, después de unos meses en los que vive de manera discreta a la espera de que la siguiente primavera le permita hacer el viaje de vuelta a España, abandonando para siempre las tierras en las que nació, regresa a España en una travesía en barco desde Flandes hasta Laredo. Tardó 1 mes y 3 semanas en llegar a Jarandilla de la Vega, al Monasterio de Yuste en cuyo plácido lugar permaneció en retiro, alejado de las ciudades y de la vida política, y acompañado por la orden de los Jerónimos. El 21 de septiembre de 1558 falleció de paludismo tras un mes de agonía y fiebres, causado por la picadura de un mosquito proveniente de las aguas estancadas de uno de los estanques.
En su testamento reconoció a Juan de Austria, el de la batalla de Lepanto, como hijo suyo nacido de la relación extramatrimonial que tuvo con Bárbara Blomberg en 1545. Lo conoció por primera vez en una de las habitaciones de la casa palacio.