BODA DE LOS REYES CATÓLICOS, ISABEL Y FERNANDO (19 0CTUBRE 1469)

1. Isabel.

En la época en la que aún las bodas reales eran un asunto de Estado y nunca de enamoramiento o de amores, Isabel desde muy niña, desde los tres años, empezó a tener asignado uno u otro marido, según la vueltas y revueltas de la política.
Hija de Juan II de Castilla y León (1406-1454) y hermanastra o hermana de madre del rey Enrique IV (1454-1474), (en esa época aun son independientes Castilla y León, y Aragón) la cuestión de su matrimonio se fue complicando cada vez más debido a las tensiones que su padre había tenido con los nobles y que su hermano no sólo no conseguía resolver sino que incluso eran cada vez más intensas. Su elección como Princesa de Asturias y heredera del reino, una designación que en principio no estaba prevista de ninguna manera porque su hermanastro el rey Enrique IV al fin intentó casarla con el de Portugal, acabó por embrollar las cosas, aunque también a resolverlas de manera definitiva.
Las cosas ocurrieron de este modo: la caída en desgracia de algunos nobles y el ascenso de otros, como don Beltrán de la Cueva, en una rueda permanente de conspiraciones e intrigas propias de una corte tan movida, enredaron la situación de Enrique IV que, además, tuvo que soportar la imputación de que no había cumplido la costumbre de tenerlas primeras relaciones sexuales con su esposa ante testigos, acusación que era en su época una poderosa arma política. Así las cosas y con la duda de la legitimidad de la entonces infanta Juana, primogénita del rey y a la que se señalaba como hija de don Beltrán (de ahí lo de Juana, la Beltraneja), Enrique IV se vio forzado a elegir como sucesor a su hermano Alfonso. Pero la suerte le fue adversa y éste moría poco tiempo después, por lo que se vio obligado a aceptar otra vez todas las presiones de los nobles, apartar de nuevo a su hija Juana de la sucesión, y en septiembre de 1468 nombrar como princesa de Asturias y heredera del reino a Isabel, a condición, eso sí, de que no se casase sin su consentimiento y autorización. (Habrá de hacerse constar que, aunque el rey con su comportamiento y enfermedad dio pábulo más que sobrado para esas murmuraciones, luego la historia ha salvado a doña Juana y hoy la opinión casi definitiva es que en verdad era hija del rey y lo de don Beltrán una simple manera de extorsionar al soberano, jugar con su voluntad e imponerle a Isabel como heredera).
La nueva situación de ésta, convertida ahora en heredera de Castilla y León, hizo que reyes o futuros reyes ansiasen su mano. En ese momento, los dos candidatos con más posibilidades eran el rey de Portugal, Alfonso V, la opción que por diferentes motivos prefería Enrique, y Fernando, hijo del rey de Aragón Juan II.
(NOTA IMPORTANTE: Aunque primos, no deben confundirse Juan II, rey de Castilla y León -1406-1454-, padre de Enrique IV y de Isabel, con Juan II de Aragón –rey de Navarra 1425-1479 y de Aragón 1458-1479- y padre, a su vez, de Fernando).

2. Fernando 

 Fernando el Católico, es decir, el que fue Fernando V de Castilla y II de Aragón, nació el 10 de Mayo de 1542 en un pueblo zaragozano llamado Sos. Fue hijo de Juan II de Aragón y de Juana Enríquez, ésta última de la familia de Trastamara, emparentada con el rey de Castilla y León, Enrique IV.
Al ser proclamada Isabel princesa de Asturias y por tanto heredera del trono de Castilla y León, el padre de Fernando negoció el matrimonio de su hijo con ella en secreto porque Fernando tenía un compromiso anterior y porque Enrique IV pretendía que Isabel se casara con el rey de Portugal y por tanto no iba a estar dispuesto a aprobar ese matrimonio.

3. La boda 

Isabel consideró que Fernando era el mejor candidato para esposo, pero había un problema legal, un problema canónico para este enlace: los contrayentes eran primos (sus abuelos eran hermanos) y necesitaban, por tanto, una bula papal que autorizara los esponsales.
El Papa, Paulo II (1464-1471), sin embargo, proclive a este matrimonio por la posibilidad de que Isabel le pudiera ayudar militarmente en la defensa de los Estados Pontificios con los árabes, quería quedar bien con ella pero no se atrevió a firmar el documento de autorización para la boda por temor de atraerse las antipatías de los reinos de Castilla, Portugal y Francia pero envió a Rodrigo Borja (luego Papa con el nombre de Alejandro VI) a España como legado papal para facilitar este enlace.
Los escrúpulos de Isabel para contraer matrimonio sin contar con la autorización papal impedían realizar la ceremonia. Finalmente, con la connivencia de Rodrigo Borgia, los novios presentaron una falsa bula supuestamente emitida en junio de 1464 por el anterior Papa, Pío II (1458-1464), a favor de Fernando, en el que se le permitía contraer matrimonio con cualquier princesa con la que le uniera un lazo de consanguinidad de hasta tercer grado. Al tiempo que el obispo de Segovia había falsificado otra bula presuntamente firmada por el papa Calixto III (Alfonso Borja, 1455-1458).
Isabel aceptó y se firmaron las capitulaciones matrimoniales. Pero ante el temor de que Enrique IV abortara estos planes, ambos futuros contrayentes optaron por encontrarse de manera clandestina y viajar escondidos. Isabel con la excusa de visitar la tumba de su hermano Alfonso, que reposaba en Ávila, escapó de Ocaña, donde era custodiada estrechamente por don Juan Pacheco. Por su parte, Fernando atravesó Castilla en secreto, disfrazado de mozo de mula de unos comerciantes.
Finalmente el 19 de octubre de 1469 contrajeron matrimonio en el palacio de los Vivero de Valladolid. El 1 de diciembre de 1471 Sixto IV (1471-1484) emitió la Bula que dispensaba al matrimonio de sus lazos de consanguinidad.
Los historiadores discuten si Isabel y Fernando eran conscientes de la nulidad del matrimonio que celebraban y que lo hacían por ambición política o, si, por el contrario, actuaban de buena fe.
Tuvieron 6 hijos que fueron educados para convertirse en reyes y reinas, como así ocurrió en más de un caso: Inglaterra, Portugal...

4. Consecuencias 

El matrimonio semi clandestino y sin aprobación y ni siquiera agrado del rey, le llevó a éste a anular, como estaba firmado, los derechos de Isabel y a reconocer nuevamente a su hija Juana como Princesa de Asturias, con el derecho de ser reina a la muerte o abdicación de su padre. Isabel quedaba apartada de ese proyecto político.
Pero la muerte de Enrique IV en 1474 provocará sin embargo una lucha entre los partidarios de Juana y los de Isabel, una auténtica guerra de sucesión (una guerra civil le llama más de un historiador) que enfrentó no sólo a la nobleza castellana, sino a toda la península ibérica, al contar Isabel con el apoyo de su marido, el rey de Aragón, y Juana con el del suyo, el rey de Portugal.
Mucho se ha discutido sobre el protagonismo de Isabel en esta contienda, de la que aparentemente se mantenía al margen. Algunos historiadores resaltan que, aunque no estuviera dirigiendo directamente a sus partidarios, es obvio que lo consentía y que su determinación de ser reina de Castilla y León parecía incuestionable. Y también cabe pensarse que, agazapada a la espera del éxito de quienes estaban luchando por ella, no tenía la lealtad mínima de correspondencia. Es algo así como: si ganáis, gano yo sobre todo; pero, si perdéis, yo no he estado con vosotros ni soy de los vuestros ni tengo que ver con vosotros. Una posición política demasiado frecuente durante toda la historia.