CRISTÓBAL COLÓN

EL SECRETO COLOMBINO

     La cuestión verdaderamente importante sobre la biografía del descubridor de América es conocer los motivos que le llevaron a defender a troche y moche la viabilidad de su proyecto, frente a la opinión de la mayoría de científicos y filósofos de la época, averiguar las razones que  le proporcionaron  la certidumbre en una aventura por la que trabajó tanto tiempo. La circunstancia de que le saliera bien el viaje hacia el oeste y encontrara las Américas al primer intento es asunto baladí más propio de récord que de otra cosa. En esa oportunidad bien pudo haber tenido  dificultades: una tormenta, una avería mecánica o alguna peste propia de la época, incluso algún error del mismo Cristóbal Colón pudieron haberlo hecho fracasar pero no fue así. Cuando la tripulación se amotinó exigiendo la vuelta a España al ver que pasaban los días y no encontraban tierra, la seguridad en el éxito de la travesía le mantuvo firme hasta el final.
     Cualquiera de esas cosas habría estropeado la fiesta, pero no hubiera tenido importancia porque a la segunda o tercera expedición, todo hubiera quedado resuelto. Lo que es digno de resaltar es la firmeza con la que afrontó la aventura, sabedor de que iba a acertar plenamente.  Cuando se sabe a dónde se quiere ir y se conoce el camino, todo es cuestión de buena suerte y buenos vehículos. Por ello lo que  interesa de su vida es averiguar la información de que disponía el almirante para mantener la tozudez que le caracterizó en los tiempos difíciles.  Sus biógrafos le describen como un personaje engreído y orgulloso, posiblemente soberbio y desde luego con una confianza en sí mismo insultante.
     ¿Fue Cristóbal Colón un loco que acertó por casualidad o tenía conocimiento exacto de lo que decía? Pero ¿por qué estaba tan seguro cuando la argumentación que exponía era tan poco sólida? Sus previsiones desde luego no resultaron acertadas porque los cálculos en que se apoyaba, se demostraron erróneos, aunque a fin de cuentas le beneficiasen.  Colón, "gran marinero y mediocre cosmógrafo", que daba por hecho la esfericidad de la Tierra, supuso que la distancia entre costa y costa por occidente era mucho más corta de lo que en realidad resultó, que el globo terráqueo era más pequeño de lo que en realidad es.
     De Colón, que era "de buena estatura y aspecto, más alto que mediano y de recios miembros, los ojos vivos y las otras partes del rostro de buena proporción, el cabello muy bermejo y la cara algo encendida y pecosa”, se saben muchas cosas, quizá demasiadas, pero resultan insuficientes para tener una impresión completa de su personalidad, de sus cavilaciones y sus conocimientos. Desde este punto de vista, el que fuera genovés o catalán, hijo de un lanero o descendiente de ilustres marinos es simple anécdota y curiosidad histórica si no aporta datos para aclarar sus intenciones y su información en lo referente al descubrimiento de nuevas tierras.

LA CAPITAL MARÍTIMA DEL MUNDO.

     La costa occidental de Europa, a finales del siglo XV, era el centro tecnológico del arte de marear, la universidad popular del mar y la navegación.  Todo lo que se sabía de los mares, lo controlaban los marineros portugueses y españoles y no había otro poder marítimo que el suyo. Pero a su vez las relaciones entre ambos no podían ser más tensas.  Componían una especie de monopolio bicéfalo en el que cada parte se cuidaba muy mucho de que sus informaciones no las conociera el adversario, el competidor del otro lado de la frontera.  Y era tal la rivalidad que se castigaba con la pena de muerte el delito de revelar los mapas confeccionados por los exploradores y científicos y más de un traidor pagó con la vida su atrevimiento. En esta situación la existencia de mafias es perfectamente comprensible, como la oscura historia de los porteños.
     El caso es que se jugaban mucho en el envite, nada más y nada menos que  el dominio del mundo a través del dominio de los mares en el que los portugueses llevaban una cierta ventaja. Y el Papa, entonces una especie de emperador de emperadores y legitimador de imperios, intervino más de una vez, para fijar los límites por los que podía moverse cada flota y la zona de influencia que cada país tenía para hacer descubrimientos. El hecho de haber resuelto los problemas de la navegación de altura con embarcaciones más estables de una parte y los conocimientos geográficos de otra les estaba permitiendo ampliar los horizontes del mundo conocido con nuevas tierras y nuevas rutas marítimas en una competición sin descanso por ser el más poderoso. 
     Como más adelante diría Bernal Díaz, la conquista se hacía "por servir a Dios, a su Majestad y dar a luz a los que estaban en tinieblas y también por haber riquezas, que todos los hombres comúnmente buscamos." O sea, razones religiosas, políticas, económicas y culturales movían el frenesí de los descubrimientos. Razones de poder, en definitiva como en cualquier otra época de la historia.
     Sin embargo todos estos coqueteos con la aventura tenían un límite: el mar tenebroso, el océano Atlántico. Era fama que quien se aventuraba por él no tenía posibilidades de volver. Había una razón técnica para no adentrarse por el oeste, que era la falta de vientos conocidos de poniente a levante, vientos que aseguraran a las naves su regreso al continente. Pero sobre todo circulaban leyendas de espanto que hablaban  de aguas hirvientes, animales fabulosos al acecho de marineros y navíos o piedras imantadas que arrastraban a los barcos al fondo del mar.
     Y como siempre que hay leyendas aparecen los rumores, se comentaba en ambientes restringidos la existencia de navegantes que después de naufragar, habían conseguido volver a tierra empujados por algún viento misterioso que procedía de poniente. Eran narraciones conocidas solamente por iniciados que cuidaban el misterio y el secreto.  Rumores que hablaban también de navegantes que habían encontrado en el mar restos de árboles desconocidos en Europa.  Bartolomé de las Casas relata que el piloto del rey de Portugal le contó a Colón que una vez navegando a unas cuatrocientas cincuenta leguas al oeste del cabo San Vicente, recogió de la mar un madero "labrado artísticamente y no con herramienta de hierro". De todo ello surgió la tradición del marinero desconocido que todos los cronistas citan, unos para desmentirla y otros para confirmarla: a casa de Cristóbal Colón había venido a morir un náufrago que le había revelado el secreto de la "Tierra firme de Acá". Luego del descubrimiento la existencia de mestizos jóvenes, el caluroso recibimiento tributado en algunas islas y algún otro dato dieron pie a la historia.
     Colón había acabado en Portugal donde su hermano Bartolomé se ganaba la vida pintado mapas de la tierra, negocio del que participó nuestro protagonista. Ambos se mezclaron en seguida con los círculos reservados y oyeron una y otra vez estas leyendas y estos rumores.

COLÓN, AUTODIDACTA

     Cristóbal Colón no estudió en ninguna universidad. Su formación marítima obedecía a lo que hoy llamamos un autodidacta, una persona que se ha hecho a sí misma. Colón tenía experiencia del mar y había leído libros de origen muy diverso pero no  manejaba con soltura y eficacia los instrumentos matemáticos que le permitieran resolver teóricamente los problemas que planteaban los cosmógrafos o estrelleros. Colón mezclaba la Biblia con los textos de los filósofos griegos, con las narraciones de viajeros famosos y con los conocimientos científicos de la época. Sus argumentos eran un revuelto de libros de consejo y de ciencia, propio de alguien que no ha cursado estudios y todos sus saberes le vienen de aluvión.  Lo que servía para los teólogos, no convencía a los científicos y lo que era válido para los filósofos, no interesaba a los cosmógrafos.  Por eso los comités técnicos consultados por los reyes siempre dieron informes negativos a pesar de la importancia política del proyecto, el poco riesgo que se corría ‑sólo aprovisionarle de tres naves‑ y la feroz competencia con Portugal que ya había contorneado el perfil de África, una ruta muy larga y económicamente apenas rentable.
     ¿Qué información aportó a última hora a fray Juan Pérez, que hizo cambiar la decisión de los reyes? Colón, que había tenido que poner poco menos que una instancia en ventanilla explicando los motivos que tenía para solicitar la entrevista a los reyes, no iba a confiar sus secretos a cualquier funcionario, sobre todo cuando se enteró de que el rey de Portugal, después de rechazar su propuesta, había organizado una expedición secreta que fracasó. ¿Por qué el mismo Juan Pérez su representante en la negociación de las capitulaciones para el viaje puso "ha descubierto”? ¿No pudo ser el propio Cristóbal Colón acaso el marinero desconocido de la tradición y la leyenda? En 1501 escribió: "De muy pequeña edad entré a la mar navegando y lo he continuado hasta hoy, ya pasan de los cuarenta años que yo voy en este uso.  Todo lo que hasta hoy se navega, he andado".

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    Cristóbal Colón nace en Génova en 1451, hijo de un lanero. Desde joven se embarca en navegaciones comerciales y en 1476 cuando navegaba frente a las costas portuguesas, su nave es  atacada y tiene que ganar tierra a nado. En Portugal se casa con una dama ilustre, Felipa Moniz, de la que tiene un hijo Diego.
    El rechazo del rey de Portugal a su proyecto marítimo y la muerte de su mujer le empujan a dejar ese país y pasa a España por Palos de la Frontera en 1485.
    A través de los frailes de La Rábida, fray Antonio de Marchena y fray juan Pérez, se pone en contacto con Hernando de Talavera, confesor de la reina Isabel, a quien le hace llegar su proposición de alcanzar las Indias por occidente.
    Siguiendo a la corte real a la espera de una respuesta a su proposición, pasa temporadas en Córdoba, donde conoce a Beatriz Enríquez de Arana con quien tiene a su otro hijo, Hernando, y con la que nunca llegó a casarse.
    Este Hernando o Fernando fue su primer biógrafo y a través de una calculada ambigüedad hizo descender a su padre de ilustres marinos. También le hizo estudiante de la universidad de Pavía, lo que está demostrado que es falso.
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SANCHO  RUÍZ  DE  GAMA   (Fragmento del diario del piloto de La Niña)

Viernes, 3 de agosto de 1492

     Hoy hemos salido de la barra de Saltés. Un poco antes de la amanecida el extranjero mandó levar las anclas y nos pusimos de camino a las Canarias como destino intermedio.      Hoy hemos dado el primer paso hacia la nueva ruta a las Indias en beneficio de nuestra Santa fe y Religión Cristiana. Allí encontraremos las mayores riquezas del mundo, piedras preciosas que se pueden coger a espuertas y una tierra rica en oro y donde las madreperlas se cogen con la mano y los árboles de la canela y la pimienta crecen por todas partes. Seguramente hallaremos a los hombres con cola, a los esciápodes y puede que a los pandas que, según cuentan, son hombres que tienen el pelo cano en la niñez y luego negro en la ancianidad, al contrario de lo que nos pasa a nosotros, y otros muchos seres monstruosos que viajeros de fama que fueron a oriente y a las Indias, han visto en sus viajes. A lo mejor incluso descubrimos el paraíso terrenal que estuvo a punto de encontrar el beato monje Macario. Y llegaremos a la corte del Gran Khan, al que podremos prometer la llegada de los misioneros que pidió a Marco Polo. Y que el Papa no ha enviado, para convertir a los mogoles.  Precisamente el capitán lleva cartas de presentación que les han dado Sus Majestades.     De todas formas no las tengo todas conmigo porque este extranjero, que se hace llamar Cristóbal Columbus o algo así, no estoy seguro de que esté bien de la cabeza. Y a mi me parece que, salvo los condenados a muerte que están dispuestos a lo que sea con tal de salvar la cabeza, más o menos todos los que nos hemos embarcado, estamos igualmente suspicaces. Bien es verdad que ya hemos cobrado muchos maravedíes por adelantado y que a lo mejor volvemos cubiertos de riqueza y además podemos convertir a los infieles a la religión verdadera pero me temo que si no hubiese sido por los hermanos Pinzones, especialmente Martín, aquí nadie se hubiese embarcado en la aventura. Que el extranjero vino de la corte con unas ínfulas de que nos iban a castigar los Reyes si no nos enrolábamos. Que a mi no me parece bien del todo. 

Domingo, 26 de agosto

     Desde el día 9 de agosto estamos en las Canarias mientras arreglan el timón de la Pinta, que ha saltado en los días anteriores, y se hacen las provisiones necesarias para este viaje tan dramático y tan peligroso porque a lo mejor vamos al abismo del Mar Tenebroso.  Pero también quizá encontremos a gentes extrañas a los que podremos predicar la fe de Jesucristo.  Y también llevamos un anhelo muy humano de mejorar económicamente porque encontraremos las minas de oro que se puede coger con una pala y echarlo al barco para bien de Sus Majestades y nuestro propio, que todos los hombres buscamos naturalmente las riquezas.

Jueves, 6 de septiembre

     Hoy es cuando en realidad hemos empezado el camino de lo desconocido. Hoy empieza la aventura porque hasta ahora hemos viajado por rutas y mares conocidos de todos pero es a partir de ahora cuando tenemos que confiar seriamente en la divina Providencia y en la suerte y la sabiduría de este extranjero que parece estar demasiado seguro de sí mismo y de sus conocimientos hasta el punto de que esa certidumbre es tan fuerte que bordea la certeza y la locura.     Dicen algunos que entre los marineros hay bastantes presos que se han aprovechado del indulto que han prometido los Reyes para librarse de la cárcel y de la condena a muerte. Incluso hablan hasta de 24. Pero yo no conozco nada más que al bueno de Bartolomé Torres de Palos que por culpa de una mala bebida disputó con su amigo Juan Martín y acabó matándolo el día de Santa Cecilia. Luego tres compadres suyos, Pedro Izquierdo, Alfonso Clavijo y Juan de Moguer, enfadados por lo que consideraban una injusticia, lo sacaron de la cárcel por lo que se convirtieron también en reos de muerte. Pero los cuatro son buenas personas y con experiencia suficiente en asuntos marinos y serán muy útiles para la navegación.     En total somos noventa hombres los que componemos la tripulación, 25 en cada una de las naos y el resto en la Santa María aunque también he visto que el extranjero ha metido algunos criados suyos y de sus amigos por lo que creo que seremos unas cien personas. No viaja ninguna mujer porque en un viaje de aventura lejos de ser útil, hubiera sido un grave peligro para la tripulación. En los barcos van todos los especialistas necesarios de marinería y también los que harán frente a los asuntos que se presentarán una vez arribemos a Tierra Firme, a Cipango y a las Indias. Así tenemos al lengua que conoce varios idiomas y también el árabe que dicen es la madre de la todas las lenguas. Por más que estoy pensando que si ésta es una expedición de religión, no entiendo cómo no viene ningún sacerdote.

Jueves, 20 de septiembre

     Llevamos varios días en los que aparecen señales ciertas de tierra próxima. Antesdeayer la Pinta de Martín Alonso no quiso esperar al extranjero porque desde su nave había visto muchas aves ir hacia poniente y esperaba encontrar tierra. Hoy hemos visto varios alcatraces y otros pájaros propios de río. La navegación es hasta ahora ágil y no nos hemos topado con ninguna tormenta. La tripulación está tranquila y esperanzada en que todo acabe pronto y bien.

Martes, 25 de septiembre

     La esperanza sigue muy fuerte entre la tripulación. Hoy ha habido un momento en el que todos estábamos seguros de que veíamos tierra. Incluso el extranjero aseguró que estaba a 25 leguas. Precisamente el entusiasmo está muy alto porque hace tres días hemos sentido vientos en sentido contrario, lo que nos hace tener grandes esperanzas de que  podremos volver a casa.  El mar está tan en calma que algunos marineros se han echado a nadar.

Sábado, 6 de octubre

     Las esperanzas empiezan a faltar. Todos los días hay señales de tierra pero luego nunca se cumplen las previsiones.  A estas alturas ya llevamos treinta jornadas y en verdad nada ha cambiado.  La gente empieza a cansarse y hoy se han plantado algunos exigiendo volver a España.  Martín Alonso ha propuesto cambiar el rumbo a Sudoeste cuarta del Oeste pero el capitán no ha aceptado.  La cosa se ha puesto tan tensa que la tripulación se ha amotinado pero Martín ha defendido al extranjero diciendo que no podemos volver a España de esta manera después de la importancia del viaje y del interés de los Reyes, que una armada con tan altos vuelos no puede volver de vacío.

Domingo, 7 de octubre

     El extranjero se ha visto obligado a cambiar el rumbo tal como lo propuso Martín a la vista de la presión que hay y de que hasta el propio Martín empieza a desconfiar de él.

Martes, 9 de octubre

     La situación se está poniendo cada vez más difícil. Algunos empiezan a maldecir de su suerte por haberse fiado de ese loco extranjero que parece un iluminado, que prometió llevarnos a los entornos del Mar Tenebroso. Bien es verdad que siguen apareciendo señales de tierra pero pasa el tiempo y cada vez estamos mucho más lejos de nuestra casa. Y corre el rumor entre los marineros que si el extranjero dio un bebedizo a Martín aprovechando un descuido suyo o le ha hecho un conjuro. Porque él nos insistió en que no anduviésemos más en miserias sino que viéramos que con la ayuda de Dios íbamos a descubrir tierras en las que encontraríamos casas con los tejados de oro y nos aseguraba que todos volveríamos ricos y con muchas fortunas y nos insistía en que saldríamos de miseria, ofreciendo halagos y dinero, que tuviéramos confianza en él que no se embarcaría si no estuviese seguro de lo que hacía. ¿Estaría embrujado?  ¿Quién puede asegurar que volveremos a casa? Los hombres ciegos de ira están exigiendo  al extranjero que dé orden de volver atrás y él se defiende unas veces con amenazas y otras con razonamientos.

Miércoles, 10 de octubre

     Al fin se ha decidido. Si en tres días no encontramos tierra, damos la vuelta. Es la promesa que el extranjero ha hecho a Martín. También le ha dicho algún secreto importante y le ha confesado que hemos recorrido cada jornada más leguas de las que decía.


Domingo, 14 de octubre.

     La alegría de encontrar estas tierras de oriente se ha visto empañada por la injusticia que el capitán ha hecho con Juan Rodríguez Bermejo, llamado Rodrigo de Triana, que ha sido el primero en gritar tierra en la amanecida y tiene el derecho a los diez mil maravedíes anuales que los Reyes habían prometido y que son una miseria para este hombre que desde hoy se ha convertido en el más rico del mundo y un tesoro para el trianero. La razón que ha dado es que él ayer por la tarde vio moverse una señal de luz, que Pedro Gutiérrez dijo ver pero no Rodrigo Sánchez. Bien ha ido el navegar pero mal empieza la gobernación del que desde ahora es Virrey, Almirante y Gobernador perpetuo.

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     Según cálculos modernos, el barco estaba a unos 90 km.  de la playa por lo que no parece probable que Colón viera ninguna lumbre y en ese caso no le correspondía la pensión pero los tribunales acabaron por confirmarla. Pasado el tiempo, la cedió a perpetuidad a doña Beatriz de Enríquez Arana, cordobesa, con quien había tenido a su hijo Fernando. El desarrollo de la aventura hubiera sido muy otro si el Almirante no acepta el cambio de rumbo propuesto por Martín Alonso porque en ese caso hubieran arribado a la península de Florida.
    A la vuelta de las Indias, La expedición llegó a la península separada por el mal tiempo. Martín Alonso Pinzón recaló en Galicia y Colón unos días más tarde, el 4 de marzo de 1493, en Lisboa.
    El navegante de Palos llegó a España enfermo y murió unos pocos días después. Es seguro que si él no se decide, las cosas hubieran sido de otra manera tanto en el enrole como durante la navegación porque era el líder natural de la marinería. El descubrimiento en el mejor de los casos se hubiera retrasado. Nadie le ha hecho nunca justicia.
    El diario de a bordo de Cristóbal Colón ha sido trasmitido, en parte con textos originales, por Bartolomé de las Casas.
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Explicación religiosa y científica

DON CRISTÓBAL COLÓN

     Dilecto amigo: Habiendo sido retirado por Sus Altezas los Reyes Católicos del negocio y gobernación de las Indias, en parte por haber cumplido la misión que me fue encomendada de descubrir el camino para llegar a ellas, y en parte porque ciertos insidiosos con poder, que hasta han osado negar que yo las hubiese alcanzado, se han aprovechado de algún error mío para influirles contra mi persona, he decidido  dedicar desde ahora mis afanes y preocupaciones en la lectura de los profetas, que me sirvan para mejor cumplimiento a la otra misión que la divina Providencia me ha encomendado y a la que me está llamando con los brazos abiertos. Y ello no es sino para cumplir el final de lo que hasta ahora he hecho.  Y es alcanzar el Paraíso Terrenal cuyo lugar yo he encontrado y así preparar el fin del mundo con la conquista de Jerusalem y la reconstrucción del templo de la Casa Santa para mayor gloria de la Cristiandad. Y este es el motivo por el que he escrito a Sus Majestades algunos memoriales y también he enviado una carta al Papa Alejandro anunciándole mi propósito y determinación.
     Por eso la importancia de mis descubrimientos es debida a la necesidad urgente que tenía la Cristiandad de que se encontrasen estas tierras porque, como dijo Nuestro Redentor, deben cumplirse todas las profecías que un día hicieron los enviados de Dios antes de la consumición de este mundo y por ello, dado lo poco  que resta para el final de los tiempos, no podía esperarse más a abrir los horizontes para convertir a los infieles. Porque sabido es que, según aseguró San Agustín, el mundo terminará a los siete mil años de su creación. Y como desde esa fecha, o sea desde Adán, hasta la llegada de Nuestro Señor Jesucristo pasaron cinco mil trescientos cuarenta y tres años (y trescientos dieciocho días, que ahora no son al caso) y si le sumamos los mil quinientos de nuestra era cristiana, resulta que sólo quedan ciento cincuenta y siete años para el juicio final, como ya les dije yo a Sus Altezas los Reyes Católicos de nuestra tierra.
    Y si bien es verdad que por circunstancias diversas no me fue posible llegar hasta Cipango y alcanzar Cibao con los tejados de oro, que yo había prometido a Sus Altezas que le podía dar cada año ciento veinte quintales de oro y como Satanás lo estorbó para que yo no pudiese cumplir lo prometido, por eso imaginé que con la venta de esclavos podría satisfacer los muchos gastos de la Corona y los míos propios en el asunto de Indias hasta que la divina Providencia permitiera alcanzar los tesoros prometidos en los libros de los sabios. Pues ya había asegurado que las Indias eran el mayor señorío rico que hay en el mundo y hablé del oro, las perlas, piedras preciosas y espeserías que hay en ellas. Y por eso envié a España con Antonio Torres, alcalde de Isabela, en mi segundo viaje a las Indias quinientos indios como esclavos pero tomados en combate porque la esclavitud sólo podrá aceptarse cuando se trata de guerreros tomados en batalla y estos quinientos indios lo eran y de esa forma con las ganancias también se quitaría crédito a los malpensados e insidiosos que pensando sólo en los beneficios materiales, dudaban de que en verdad yo hubiera descubierto las Indias porque no veían que el oro llegara y que las especias atiborraran los mercados españoles, empujados por una impaciencia malévola y desconocedores por su propia industria de que la extensión de las Indias no permite alcanzarlas todas de una sola vez o en un solo viaje.
     Y así los reyes aceptaron estos esclavos de acuerdo con sus deseos porque ya habían pedido a Bastidas que les dieran el cuarto de todos los metales preciosos que encontraran, perlas, piedras preciosas, joyas, esclavos, negros y loros que se encontraran en los términos de los reinos y fueran considerados como esclavos, monstruos o serpientes. Y en mi tercer viaje quise mandar otros cuatro mil esclavos que valdrían unos veinte millones de maravedíes y que se convertirían a la santa religión. Si bien es verdad que los reyes recapacitaron y creyeron después que los indios eran vasallos suyos reales y por eso no podían ser esclavos y mandaron el veinte de junio de este año de mil quinientos que quedasen libres los que vinieron en las cinco carabelas que había enviado por lo que no fue posible el negocio que yo había propuesto de llevar ganado a las Indias con barcos que a su vuelta podían traer esclavos caníbales con gran beneficio del tesoro real.

Jerusalem

     Y el dinero que yo quería traer y el oro y las ganancias de la venta de esclavos es para organizar la cruzada que libere a Jerusalem y así reconstruir el Templo Santo que fue ignominiosamente destruido, en especial ahora después que he llegado a las tierras elegidas y todos andan en deseo de descubrir, que hasta los sastres lo hacen, y he cumplido la misión para la que fui elegido. Y así he recibido el mandato divino de que debo dedicar todos mis esfuerzos en estas tareas. Y espero que Dios me haga digno de poder ayudar en algo para ganar el Santo Sepulcro, que por eso propuse poner dinero en la banca San Jorge de Génova para preparar esta ganancia.
     Y de esta forma se dará cumplimiento a lo dicho por el profeta Isaías cuando anuncia que extranjeros reconstruirán los muros de Jerusalem porque ha llegado su luz y Dios se ha compadecido de su pueblo. Y así la paloma mencionada por el profeta no es otra sino yo, que he sido llamado Columbus, que por eso dijo el abad Joaquín que Jerusalem y el monte Sión serían reedificados por alguien que saliera de España. Y está dicho de acuerdo con otros libros sagrados como en los Salmos y en los libros de los Reyes. Y las señales de lo hecho hasta ahora demuestran lo cerca que estamos de alcanzar nuestro propósito porque Salomón enviaba desde Jerusalem sus navíos a traer oro para el Templo a al monte Sopora, que ahora tienen los Reyes de España, en el que mi hermano Bartolomé con unos mineros ha encontrado los túneles excavados en los tiempos de los antepasados de donde sacaban entonces las riquezas.
     Por eso ha de ser mi mayor dedicación desde ahora el leer a los Profetas que son los que deberán guiar mis pasos como lo hicieron en el principio de mi aventura, que para esta empresa de Indias no me sirvieron ni la razón ni matemática ni mapamundis sino lo que dijo Isaías. Porque de una empresa tan importante como ésta ¿no iban a hablar las Escrituras?

Paraíso Terrenal

     Sabido es que no hace demasiado tiempo el beato Macario confesó que había estado muy cerca del Paraíso Terrenal y es lógico que hallándome yo también próximo a él, quisiera viajar hacia el sur por encontrarlo. Bien es verdad que no hay escritura de latinos ni de romanos que certifique el lugar exacto de su emplazamiento, aunque algunos gentiles dijeron que se encontraba en las islas afortunadas, que son las Canarias, pero esa afirmación a mi juicio no tiene demasiado fundamento científico. Porque san Isidro y Beda y Estrabón y el Maestro de la Historia Escolástica y san Ambrosio y Escoto y todos los teólogos coinciden en que está en el oriente. Y precisando más, dijeron que está en el fin de oriente porque es un lugar de temperatura ideal, como abril y mayo en Andalucía y las sementeras como trigo en el mes de mayo en la campiña de Córdoba.
     La sagrada Escritura atestigua que Nuestro Señor hizo el Paraíso Terrenal y en él puso el árbol de la vida y de él sale una fuente de donde resultan en este mundo cuatro ríos principales, uno de los cuatro es el Ganges que está en la India. Por eso yo cuando vi que había encontrado tierras infinitas y el agua del mar dulce porque la corriente del río impedía en más de cuarenta leguas el agua salada, en seguida supe con toda seguridad que lo había encontrado y que me hallaba cerca del dicho Paraíso Terrenal y creí aquello que dicen los sabios y santos teólogos.
     Y esto además se demuestra porque la tierra no es redonda del todo sino como una pera en la que subiendo como el pezón de una mujer uno se acerca a los cielos y de esta manera al Paraíso Terrenal porque es necesario que esté más cerca del cielo. Y como yo me encontraba en las Indias y en el golfo que llaman de Paría, la temperatura era ideal y la corriente que venía de la tierra era tan poderosa que no podía ser de otra manera, vi que era el río que procedía del mismo Paraíso Terrenal.
     Y ahora espero dedicar los años que me restan, a organizar esta misión con el beneplácito de Sus Majestades y del papa Alejandro. Para lo que vuestra reverencia mandare, El Almirante.

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     Don Cristóbal Colón volvió de su tercer viaje a América preso y esposado en la bodega de un barco. Los Reyes Católicos, a la vista de las informaciones que recibían de la mala gobernación del asunto de Indias, que corroboraban las presiones de sus enemigos en la Corte, decidieron nombrar un juez pesquisidor, don Francisco de Bobadilla,  que investigara el asunto aunque éste acabó extralimitándose en sus competencias y enviándolo a España en esas condiciones junto con sus hermanos.  Cuando los reyes supieron la noticia, dieron orden de que fuese puesto inmediatamente en libertad y en seguida lo recibieron con todo el cariño posible.  Allí el Almirante se arrojó a sus pies llorando y sintió todo el afecto y agradecimiento de los reyes que sin embargo ya no volvieron a encargarle funciones de gobierno. Fue como una jubilación, que luego no llegó a cumplirse.
    Durante la edad media los geógrafos se sintieron en la obligación de localizar en los mapas los pasajes bíblicos. Estas informaciones se confundían con los relatos de los viajeros famosos como Marco Polo y con las narraciones de la literatura fantástica. El Almirante mezcló todo esto con sus conocimientos científicos.
    Cristóbal Colón hizo cuatro viajes a América. El primero, del descubrimiento, desde el 3 de agosto de 1492 hasta el 4 de marzo del año siguiente. El ambiente era de tal optimismo que en seguida se organizó el segundo, en el que algunos afirman que ya encontró tierra firme pero que lo ocultó, y que empezó el 25 de setiembre de 1493 y terminó el 11 de junio de 1496. Después de este viaje el entusiasmo se fue diluyendo al ver que con el negocio de las Indias sólo aparecían problemas pero ni el oro ni las especias se encontraban como Colón había asegurado.  Por eso hubo muchas dificultades para encontrar voluntarios para un tercer viaje, que fue desde el 30 de mayo de 1498 a primeros de octubre de 1500.  Empujado por los Reyes Católicos, porque temían que los portugueses, que ya andaban por América, tomaran la delantera, y confiaban en la reflexión de Colón que quería encontrar el paso para el final del oriente, acabó embarcándose por cuarta vez desde el 11 de mayo de 1502 hasta el 7 de noviembre de 1504.
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El penúltimo lamento

DON CRISTÓBAL COLÓN

     Una de las cosas que más quebrantan mi alma, a estas alturas de mi vida cuando los años empiezan a resquebrajar mi cuerpo, que no mi voluntad, y tengo la certeza de haber cumplido plenamente el encargo que el Altísimo me hizo de hacer realidad los mensajes de los Profetas y de esta forma haber llegado a la cuna de la Cristiandad, es la torpeza de los hombres vulgares que no aciertan a entender por su negligencia y sus pecados, el último sentido de mi proeza. Y no es que no me haya costado esfuerzos y sinsabores, que los mandatos divinos suelen producir dolor en el alma cuando llevan aparejados cosas de fe y de misterio, es que sufro en mis sentidos y entendimiento el vacío de la incomprensión y el desamparo. Porque bien se puede entender la incredulidad primero del descubrimiento pero cuando ya todos conocen que el imperio de Castilla ha llegado hasta el oriente para salvar a la Cristiandad, sólo es posible que no entiendan estas verdades quienes son ruines a la gracia divina. Y sé que algunos en su delirio se han burlado de mi encargo divino mientras otros cual gentiles lo han entendido como una adivinación supersticiosa.
     Por eso desde que supe que la divina Providencia me había elegido para ganar para la Cristiandad las tierras más grandes que imaginarse pueda alguna mente humana, ofrecí mis servicios al Señor Rey de Portugal don Juan II como príncipe cristiano en cuyas tierras estaba acogido y donde había establecido mis lazos familiares.  Pero una decisión sin duda torpe e incomprensible en quien tiene la misión divina de hacer rico y próspero un pueblo, me hizo abandonar las tierras lusitanas, en las que además mi mujer había muerto, y alcanzar la patria andaluza de la España poderosa con mi hijo don Diego aun pequeño, por si este país, adelantado en conocimientos marinos, era capaz de entender mi mensaje y el encargo divino que se me había hecho. Pero las malas lenguas que siempre son ambiciosas y no perdonan el éxito de los demás y no entienden que haya personas elegidas para atender las misiones divinas, dijeron que había salido huyendo como un perseguido y que incluso había robado documentos importantes de la Corte lusitana, en los que me había basado para el negocio del descubrimiento. Que es seguro que todo ello fue inventado por espías portugueses que tanto han maldecido que yo fuera atendido por los Reyes de Castilla que a ellos cupo la gloria del descubrimiento. Y eso aconteció porque las relaciones entre ambos países eran tan malas que hasta se consideraban prisioneros de guerra los marineros que se pasaban de las líneas de meridiano señaladas por los tratados.
     Aquí pasé unos años difíciles sólo compensados por el cariño de los frailes de la Rábida, en especial Fray Juan Pérez y Fray Antonio de Marchena, la ilusión de ver cómo mi hijo iba creciendo en edad, salud y sabiduría y cómo la Santa Trinidad le había regalado con un hermano español y andaluz. Aquí también en esta tierra tuve muchas dificultades en hacer llegar a los reyes mis proyectos y mis servicios aunque comprendo que la situación política y militar no era la más adecuada para iniciar nuevas tareas complejas y difíciles. Por eso tuve paciencia y aguardé serenamente a que las cosas se fueran aclarando para ver si había tiempo oficial para atender mis ofertas y mis regalos al reino. De todas formas he de confesar que a veces las fuerzas flaqueaban y por ello mandé a mi hermano Bartolomé a Inglaterra y Francia para que se entrevistara con el rey y le fuera explicando la misión que la Providencia había tenido a bien encargarme. Aunque debo reconocer que a diferencia de lo que pasó en Portugal, aquí los Reyes tomaron algunas sugerencias interesantes que al menos servían para darme esperanzas porque suponían que no rechazaban del todo mis propuestas.
     Estas iniciativas como la creación de una comisión de expertos con los que debía discutir mis proyectos, tuvieron efectos beneficiosos para mis intenciones aunque fuera de manera indirecta. Y así además de mantenerme, conseguí ganarme el afecto de personas influyentes que a la postre fueron valedores ante los Reyes de España.  De todas formas mis problemas fueron muy grandes porque tuve que sufrir la humillación  no sólo de tener dificultades económicas y de subsistencia sino que lo más grave fue tener que discutir con una turba de inexpertos e ignorantes las cuestiones científicas y religiosas que avalaban mi proyecto. Estos supuestos conocedores de asuntos de estrellería, cosmografía, marinería y sobre todo de teología pretendían convencerme de que yo estaba equivocado en mis cálculos y de que era imposible alcanzar el oriente por el occidente. Pero sobre todo su torpeza era mayúscula porque no supieron nunca captar el encargo que la divina Providencia ponía en mis palabras y en mis intenciones. En este punto sobre todo fue dónde pude descubrir su racionalismo limitado y sus escasos conocimientos de la Biblia.
     Pero al fin la inspiración divina alcanzó a los Reyes de España y a su secretario don Luis de Santángel que les hizo ver que en todo caso nada perdían con ayudarme a conseguir lo que yo prometía. Y así me fue posible llegar a las Indias y alcanzar tierra firme en ese territorio que han dado en llamarle Cuba, tal como juraron todos los que me acompañaban en ese viaje feliz por sus resultados y a los que amenacé con cortarles la lengua para evitar que mintieran y que ahora cuando me faltan las fuerzas incluso para escribir, recuerdo con nostalgia y veneración y agradezco a la Santa Trinidad por el resultado feliz de tantos esfuerzos como he tenido que realizar. Por eso me pareció justo motivo dirigir mi proclama en la que anunciaba el descubrimiento de las Indias al mundo entero, a don Luis de Santángel que había sido el protector enviado del cielo para defender los derechos del Altísimo. Y a él le hice saber en 15 de febrero de 1493 la gran victoria que nuestro Señor me había dado en aquel viaje en el que hallé muchas islas pobladas con gente sin número y cómo de todas ellas tomé posesión en nombre de Sus Altezas con pregón y bandera real extendida. Y cómo así mismo alcancé Mangi, de la que hablaba ya el famoso viajero Marco Polo.
     De esta forma yo, únicamente con la ayuda de la divina Providencia que ha sido benigna, he conseguido para la Cristiandad lo que los profetas y los hombres más sabios del mundo habían predicado que se cumpliría antes del fin de los tiempos  que está muy próximo a llegar.
     Pero el encargo que se me hizo por el Creador no ha estado libre de angustias y sobresaltos. Antes al contrario, he tenido que sufrir todas las humillaciones posibles que un hombre como yo, elegido para extender la Cristiandad por el mundo, ha soportado, como también lo hizo el divino Salvador, en toda su vida. Y así me he visto maldecido, insultado, burlado y despreciado por seres miserables que sólo buscaban atender sus intereses y sus egoísmos y no como yo, la gloria divina y el engrandecimiento de nuestra Sacrosanta Religión. Y por ello yo he vestido desde mi segundo viaje a las Indias el hábito de franciscano para que todos entiendan que es mi devoción la que me impulsa y ha impulsado a los trabajos que me ha dado la vida. Y así a mí y a mi familia, a quienes hice  partícipes de la gloria del descubrimiento, se nos ha insultado llamándonos los faraones como si hubiese sido nuestra intención aprovecharnos de la gobernación para intereses propios inconfesables. Y ahora no quiero sino recordar la gran afrenta que se me hizo cuando se me abandonó sólo con los míos y mis amigos más de un año a punto de perecer en la isla de Jamaica en donde un enviado del cielo como yo hubiese sido perdido para la historia y para el mundo muerto por el hambre y las enfermedades y de que me pude salvar por mi industria según que les anuncié a los indígenas que un eclipse que sabía acontecería, era castigo de los dioses por no ayudarnos más en los alimentos.
     Y hasta se me ha desposeído de aquello que gané en justa lid y que me había sido cedido graciosamente por Sus Majestades los Reyes de España y que me veo ahora en la necesidad de que se me restituya no ya para mi, que estoy muy próximo a rendirle cuentas al Altísimo, sino para mis sucesores que tienen el derecho de gozar de lo que es legítima herencia suya. Que los negocios importan sobre todo.
     Por ello he tenido que dedicar estos últimos años de mi vida en pleitos y demandas para ver si la torpeza humana era capaz de superar su error y aceptar la justicia de mis exigencias. Pero en estos momentos cuando la gota no me deja casi moverme y las fiebres me tienen derrotado, mis ojos se llenan de lágrimas por el desamparo en que me encuentro y que ahora no tengo ni el consuelo de las cartas amigas y sólo me queda mi familia y mi estimado amigo el reverendo Gaspar Gorricio, a pesar de que yo he sido, por la gracia de la divina Providencia, uno de los hombres a quienes la Cristiandad le debe perpetuo agradecimiento. 

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     Cristóbal Colón murió en Valladolid el día 20 de mayo de 1506 mientras esperaba una nueva cita del rey Católico, a quien pretendía leer su enésimo memorial de agravios. Murió solo y abandonado y nadie se hizo eco de su muerte.
     Los últimos años los había pasado en pleitos permanentes con la Corona reivindicando lo que consideraba sus legítimos intereses. Las demandas siguieron después y se hicieron famosas por su complejidad jurídica y su duración. El propio Colón aconsejaba en su testamento a sus herederos que no abandonasen y que en lugar de hacer menguar la herencia, se esforzasen por  aumentarla.
     A este olvido contribuyó su carácter de una altanería insoportable, sus nulas cualidades de gobernante y su trato con la gente. Es famoso el juramento que obligó a hacer a sus acompañantes cuando estaban en Cuba, de que la tierra que pisaban, era el continente, lo que es una muestra de soberbia y falta de respeto, incluso en el caso de una opinión técnica, y una forma intolerable de avasallar. Colón estaba empeñado en demostrar que de ninguna manera había fracasado en su deseo de llegar a las Indias y siempre defendió que había llegado al oriente. Murió con ese convencimiento. O su orgullo no le permitió reconocer una realidad que ya se hacía palpable.
     De todas formas y pese a sus defectos, no fue justa la forma en que se desentendieron de él al término de su vida la opinión pública y las autoridades. Al fin y al cabo alcanzó la que quizá pueda ser considerada la mayor proeza de la historia. 
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