"CÁRCEL DE AMOR". DIEGO DE SAN PEDRO

LERIANO

      Aunque él no estaba de acuerdo, sin embargo la mayoría de la gente era de la opinión de que Leriano había sido muy desgraciado. Una de esas personas a las que el destino se le cruza un día y empieza a dar tumbos como un autómata. Como esas piedras que se mueven de sitio en lo alto de la montaña y acaban necesariamente en el fondo del abismo sin que nadie pueda impedirlo. Pero él no lo veía de esa manera por más que trataran de decírselo. Antes al contrario, se sentía profundamente feliz, íntimamente satisfecho y dispuesto a dejarse morir de amor. Leriano alababa todo aquello que podía terminar con su vida, se mostraba amigo de los dolores, amaba la tristeza y se recreaba con los tormentos porque todo eso hacía que Laureola fuese servida.
     Leriano era un muchacho de la alta nobleza de su país, hijo del duque Guersio y de la duquesa Colería, al que una mirada femenina le había dejado sentado para siempre. Un triste destino, decían las malas lenguas que no entendían de generosidad. La ventura le había ordenado enamorarse, idea de la que como el propio Leriano reconocería después, hubiera debido "huir, antes que buscar pero como los primeros movimientos de los hombres no se pueden evitar", confirmó con la voluntad lo que el pensamiento le había puesto delante. Y la mirada  le vino de Laureola que, además de joven y bella, era hija del rey y ya se sabe que al que está más alto, siempre lo ven muchos más ojos. Por eso Laureola era amada secretamente por los más del reino.
    Viendo que no encontraba forma de llegar hasta su amada, de Leriano se adueñaron la tristeza, la congoja, el desamor y la desdicha, que acabaron encerrándolo en una cárcel de amor de la que no podía salir y que estaba acabando con su vida. En ella dos dueñas, el ansia y la pasión, le daban corona de martirio; un negro vestido de amarillo, llamado desesperación, trataba de quitarle la vida y los solícitos servidores que tenía, eran el mal, la pena y el dolor.
     Quiso sin embargo la suerte que cuando más desesperado estaba, se topase con un extranjero que se compadeció de su estado y se mostró dispuesto a hacer lo preciso para sacarlo de esa situación. Leriano confió en él, le hizo saber su secreto y le envió a la corte para hacerle llegar a Laureola noticia de su amor, de sus esperanzas, de sus deseos, de sus cuitas y también del estado en que se encontraba. El extraño, convertido ya en mensajero del amor, consigue llegar hasta Laureola a la que, cuando encuentra la ocasión propicia y "puesta la rodilla en el suelo" le traslada la razón de su mensaje.
      Pero ella, al oír una pretensión tan osada e inaudita, herida en su honradez, monta en cólera y amenaza de muerte si alguien vuelve a insistirle en esta demanda. Sin embargo el mensajero que con la prudencia debida no ceja en su encargo, empieza a observar en Laureola expresiones, vahídos, trastornos y ojos de paloma herida, signos que le parecen propios de enamorados e interpreta como favorables a su amigo. De esta manera más esperanzado que convencido, retorna a la cárcel donde está Leriano instándole a que le escriba una carta que él mismo llevará, aunque con la advertencia de que, a la vista de su estado, lo más razonable es que sea una carta "más de testamento, que de pasión" de enamorado. 
       Pero de nada sirven ni la carta ni las gestiones que realiza a su vuelta a la corte. Laureola sigue firme en su decisión u de ninguna manera desea que le vuelva a plantear las cuitas de su enamorado. Con el fracaso en el bolsillo y la esperanza rota, regresa el mensajero a donde se encuentra Leriano y le hace patente la difícil situación en que están sus negocios amorosos. El amante, entendiendo que sus expectativas están definitivamente frustradas y que en ese caso le sobra ya hasta la vida, dice que es mejor " a mi morir pues de ello es servida, que vivir si por ello ha de estar enojada." Y le envía la carta definitiva en la que le anuncia su decisión de morir, pidiéndole simplemente que "honre sus huesos."
       Pero inesperadamente esta carta de despedida impresiona a Laureola de tal forma que decide contestarle, si bien con la advertencia clara de que lo hace "más por redimir tu vida que por satisfacer tu deseo." Sin embargo este último y decisivo matiz ni es apreciado ni interesa a Leriano, que lleno de entusiasmo, abandona su lugar de penitencia y decide incorporarse a la corte para seguir en la conquista de su amada, sin suponer siquiera los trabajos que le aguardaban.
        Dada la confusión del caso, la primera vez que coinciden los dos, "al uno le sobraba turbación y al otro le faltaba el color, ni él sabía qué decir ni ella qué responder", algo lógico en una situación de este tipo. Mas los matices de la escena no pasaron desapercibidos a Persio, que estaba presente en la entrevista, un cortesano de esos que buscan su felicidad en el dolor ajeno, una persona rencorosa que sólo sabe mirar de reojo, y que sin más se fue hasta el rey a quien contó que Leriano y Laureola se amaban y se veían todas las noches cuando él iba a dormir. Esta falsa acusación remueve las entrañas del rey que manda a su hija a la cárcel y lleva a Leriano a un juicio de Dios en el que Persio pierde su mano derecha y se salva de una muerte segura por la intervención personal del rey.
       Su maldad sin embargo es tanta que le exige llevar adelante su calumnia sin mirar en procedimientos, eso de que el fin justifica los medios, y se le ocurre entonces comprar tres testigos falsos que acrediten ante el rey, uno a uno, los amores clandestinos de Leriano y Laureola. Y tienen éxito porque Laureola es condenada a muerte por su padre el rey, a pesar de los ruegos, súplicas y llantos de toda la parentela.
      Ante tamaño despropósito Leriano no puede permanecer quieto y viendo que se agotaban todos los esfuerzos, prepara un ejército de quinientos "hombres de armas", que matan a Persio, liberan a Laureola y cercan la fortaleza en la que está el rey. Es el todo por el todo. Al final los testigos confiesan su felonía, el rey reconoce su error y llama a su hija a su lado.
      Todo está, pues, resuelto. Laureola es inocente y Leriano espera ahora alcanzar el fruto de su esfuerzo con el amor de su amada. Ansioso por la espera, le escribe diciéndole que mientras llega la hora de encontrarse, en su ausencia se considera "el más sin ventura de los más desventurados."
     Pero el desengaño viene en el peor momento y cuando ni lo espera ni lo presiente. Laureola le escribe en la que será la última carta de la historia, diciéndole que sería galardón suficiente para él si supiera el pesar que ella lleva dentro de sí por las fatigas que se ha tomado y la promete toda clase de bienes materiales, honores y honras pero nada más porque Laureola se ve obligada a comportarse "no según tu deseo sino de acuerdo a mi honestidad." Esta es la cuestión. Si ahora cede Laureola a sus pretensiones, todo el mundo pensará que había antes alguna cosa.  El único modo terminante de confirmar su honestidad es no dar pié a ninguna figuración. Entre ellos ni ha habido, ni hay ni habrá nunca nada.  "Cuando estaba presa, salvaste mi vida y ahora que estoy libre, quieres condenarla. Y así acabo para siempre de más responderte ni oírte."
     A Leriano no le queda más salida que su propia muerte aunque, eso sí, "llamándose siempre bienaventurado porque era venido a sazón de hacer servicio a Laureola".
    La mayoría de la gente, sus amigos y parientes trataban de disuadirlo y en el peor de los casos se dolían de su desgracia, viendo cómo día a día la vida se le escapaba por la ventana. Y aunque él no estaba de acuerdo, coincidían en lo desgraciado que había sido un joven de la alta nobleza. Y era tanto su amor y devoción por Laureola que cuando su amigo Teseo, sabiendo que la pasión era la causa de su muerte aunque naturalmente no el nombre de su amada, empezó a lamentar ante el lecho del moribundo las afrentas y los desengaños que causan en el corazón las mujeres, el propio Leriano, incorporándose, le expuso las quince razones por las que se equivocan los que dicen estas cosas hablando mal de las mujeres, las veinte razones por las que los hombres están obligados con ellas y un ramillete de veinte ejemplos de otras tantas mujeres dignas de ejemplo.
      Estaban los presentes maravillados de la bondad de Leriano y esperando el final cuando se le planteó un problema importante cual fue qué hacer con las cartas que le había escrito Laureola porque si se las daba a alguien, corrían el peligro de que desapareciera el secreto y por otro lado destruirlas era una ofensa a su autora.  Por eso decidió en una especie de extremaunción civil, trocearlas en un vaso de agua y bebérselas "quedando así contenta su voluntad."
     Y después de decir "acabados son mis males", todo terminó para Leriano, siendo su muerte el testimonio de su fe.

     (Por la transcripción.)

………………………..Primera novela sentimental……………………..
      "Cárcel de amor" pasa por ser la primera novela sentimental en la literatura española. Libro más célebre que leído, en opinión de Menéndez Pelayo, fue un importante número uno en la lista de libros más vendidos de su tiempo, traducido a casi todos los idiomas europeos.
     Escrita por Diego de San Pedro, quizá en 1490, el autor pone su terminación en Sevilla el 3 de abril de 1492.
     Diversos pasajes permiten afirmar que influyó claramente en muchas obras posteriores como, por ejemplo, La Celestina o el Quijote. Incluso en el caso de la primera, hay paralelismos muy notables: el lamento de la madre de Melibea ente el cadáver de su hija recuerda al que pronuncia en circunstancias similares la madre de Leriano. O cuando Celestina llega hasta Melibea para llevarle la noticia del amor de Calixto, ésta le amenaza de muerte, lo mismo que hace Laureola con el mensajero.
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El debate sobre el amor.

 LERIANO

     Lo que me dices, Teseo, sobre las mujeres, y la opinión que tienes de ellas, me induce a pensar que tampoco conoces los secretos del amor ni sabes de sus disfrutes, cosa harto penosa en un joven como tú, que podrías estar gozando de esa alta perfección que sólo los hombres como seres racionales conocen, que es doctrina común entre los filósofos, que los animales sólo se aparean para mantener su especie pero no son capaces, por su falta de raciocinio y de voluntad, de querer, como nos ha sido dado a las personas.
     Y porque dedicaremos otra tarde a completar las argumentaciones que ya te he expuesto sobre las mujeres, quiero hacerte saber ahora los caminos intrincados del amor y cómo hace llegar a los humanos sus misterios para ver si iluminando tu mente, muevo tu corazón.
     Has de saber, en primer lugar, que la virtud amorosa es un don que no se da a todos los humanos sino solamente a aquellos que son capaces de respirar los suaves y dulces perfumes que su posesión produce. Porque como la madre naturaleza es sabia y hace las cosas bien, no sería justo desaprovechar los manjares más exquisitos en estómagos brutos y dados a lo vulgar. Y así, habiendo hecho a algunos seres superiores a los demás en inteligencia y emoción, solo a los espíritus elevados les hace llegar su mensaje, que no estaría bien ni sería justo desaprovechar tan extraordinarios bienes.
      Debes imaginar a la vista de mi estado y las consecuencias de mi decisión, que yo he sido uno de esos afortunados a quien la madre naturaleza ha abierto sus puertas y por ello doy gracias a Dios y como fiel cristiano que soy, rezo a la Santa María al llegar el alba un paternoster y tres avemarías.
     Pues el amor es una noble afición que contagia todas las facultades del entendimiento de forma que por la amada hace ser apetecible todas las cosas, incluso la misma muerte. Que por eso dicen los físicos que es una variedad de locura que inflama el cerebro por el deseo insatisfecho, aun cuando hay varias formas para su cura. Y es ello porque es una fuerza que empuja a todas las cosas y hasta puede llevar la perdición, como le ocurrió al pobre París, que causó la guerra de Troya en la que murieron muchos hombres nobles y de muy alto juicio.
     Has de saber también que la llegada del amor al corazón de los hombres viene con señales muy fuertes y que producen determinación, como en justicia pertenece a espíritus delicados de conocimiento y voluntad. Lo que juzgan los jueces del amor que son uso, costumbre y naturaleza como es bien sabido desde siempre. Y estas señales son dignas de admiración porque traen delectación y disfrute, aunque produzcan pena y sufrimiento. Y sabrás por lo que a mi toca, que el enamorado cambia de color cuando se encuentra con su amada y balbucea palabras de ventura y dice razones dulces y concertadas y busca remedio en el no comer y no beber y así otras muchas cosas.
      Y como el amor tiene sus reglas y éstas han de ser cumplidas con cuidado para bien atender a sus propósitos, estimo que debes conocerlas para mejor seguirlas, que ya decía el Filósofo que la sabiduría y el conocimiento es la forma que tiene la voluntad para su recto proceder. Y de ahí deducir las cualidades que debe tener el perfecto amador, que en negocio tan importante, es necesario como dicen los poetas, hacer bien todas las cosas.
     Y así te las enumeraré como las leí en las doctrinas de los antiguos.
     Y es la primera ley, que el buen amador ha de servir siempre y por encima de todas las cosas, a su amada porque no hay manera de ser más afortunado que la ventura de amar pues el amor a las mujeres les dota a los hombres de las cuatro virtudes teologales y las tres cardinales y la pasión amorosa cuando domina todas las potencias  del alma, les hace a los hombres más contemplativos y dichosos. Y no hay mejor hazaña que aquella que cumple al amante con la amada, ni servicio más grande que morir por ella, que la torpeza suele confundir las mentes de los débiles.
     A la segunda, que hay que prestarle mucha atención y cuidado porque el durar de las cosas es señal de lo que son, que el tiempo es la mejor medida para conocer la verdad del amor porque ¿cómo podría el amante demostrar mejor su disposición para con la amada que siéndole fiel hasta el final de su vida?. ¿No suelen acaso los falsos amadores olvidar con facilidad sus promesas cuando la amada les niega una mirada o se presenta cualquier inconveniente?. El amante debe vencer los obstáculos que se le ofrecen para alcanzar a su amada, que no es propio de quien ama de verdad, abandonar su deseo cuando aparecen las dificultades. Y habrás de saber, querido Teseo, que la perseverancia no es virtud pasajera sino prueba de lealtad y fortaleza de espíritu, cualidad propia de enamorados.
     La tercera ley del amor es que el enamorado ha de ser por encima de todas las cosas discreto, lo cual es señal de buena condición y singular nobleza, que no es bueno para la amada que su nombre lo conozcan los demás porque eso afectaría a su honra y honestidad. El amador debe antes morir que oscurecer la fama de su amada, de forma que debe cuidar que ni su vestido ni sus cartas ni las quejas amorosas le hagan conocer a nadie el nombre que guarda en su corazón.
    Hay una cuarta ley que algunos discuten y que dice que el amante sólo ha de gozar de la vista de su amada y en modo alguno debe pedir nada deshonesto. Pero sobre esta cuestión me gustaría, noble Teseo, disputar contigo si se pueden pedir otras mercedes diferentes de la contemplación, que en lo tocante a conseguir el amor de la amada, muchos yerran creyendo que su posesión está reñida con la galanura que le es propia a los enamorados. Y aseguran los que dicen estas cosas, que quien siempre bebe, no tiene sed ni tiene hambre quien a todas horas come pero a ello yo respondo que nadie quiere ni busca su mal sino que antes al contrario es de natural tendencia huir de los pesares que la fortuna acarrea y que la posesión del bien absoluto nunca puede producir enojo porque como dice el Filósofo, si el amor es la inclinación a buscar el bien, ¿cómo éste puede ser y no ser bien al propio tiempo?. Y no lo sería si su posesión produjera pesar. Y de ahí yo deduzco que la posesión de la amada, que es el mayor bien que el hombre puede alcanzar, luego de producir hartura, es el beneficio que mejor se alcanza al hombre y fuente de toda la felicidad.
     Debes recordar estas cuatro leyes si alguna vez te tocan los dardos de Cupido, que la fortuna las más de las veces a unos engaña y a otros conserva fieles.
     Disputan algunos si en los negocios del amor es más importante el corazón que los ojos. Y sobre esto dígote que si bien éstos son las ventanas del cuerpo y la puerta abierta del alma y no hay cosa importante que por ellos no entre, sin lo cual el amor no tiene por donde penetrar, es el corazón el culpable de los movimientos de la memoria y de la fantasía y de ahí la fuerza de la voluntad. Pero como antes dije, los ojos llevan al conocimiento y la contemplación de la amada y para ello el alma debe estar precavida, por lo que te advierto que tu razón esté atenta para sufrir el gozoso placer de los efluvios amorosos.
      Y es lo postrera y definitiva razón sobre el amor que no hay bien alguno, entre los verdaderos amantes, que morir por la amada porque en ello muestran hasta dónde puede alcanzar una voluntad entregada y servidora. Y no es penosa esta situación, antes al contrario gozosa y lisonjera porque el ansia de amar pide la posesión de la amada, siempre que en ello no haya detrimento de su honradez. Que de no ser así, mejor es al perfecto amante morir en servicio de su amada, como decían los antiguos siglos y dirán los venideros.

…………………………Cárcel de amor……….……………………..
     Rebuscando papeles antiguos un viejo clérigo aficionado a las letras y al estudio, encontró entre los legajos de la sacristía un pergamino en el que se exponen las condiciones y leyes del buen amor, así como las razones a favor de las mujeres.
     Desconociendo a su autor, supuso por algunas circunstancias, que podrían ser los argumentos que el protagonista de la novela "Cárcel de amor" de Diego de San Pedro, manifestaba a parientes y amigos mientras esperaba su muerte por amor de Laureola, por lo que le llamó el testamento apócrifo de Leriano.
     El escrito se presenta como tal con las adaptaciones elementales para que conserve su frescura y pueda entenderse en el lenguaje de hoy.
     El debate sobre las mujeres, que constituye una segunda parte, se dará otro día.
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El debate sobre las mujeres.

L A U R E O L A.

     Discutíamos el otro día, amigo Teseo, sobre las reglas que el amador necesita cumplir para dar gusto y reverencia a la amada de manera que su vida sea un servicio propio de quien ha sido elegido por la fortuna para tan alto menester. Pero has de saber que todo ello no es sino producto y consecuencia de la obligación que los hombres tienen para con las mujeres como decían los antiguos y es doctrina común entre los verdaderos sabios.
     Es por ello conveniente que analices las razones que nos obligan a su veneración y nunca las olvides para mejor provecho tuyo y honra de quienes han sido creadas para enaltecer lo que tiene de mejor la creación. Y para un más fácil ejercicio de tu razón y tu voluntad y memoria, te quiero anunciar algunas de las argumentaciones que debes tener presentes cuando hayas aprendido la significación de lo que las cosas son, así como advertirte de los errores que algunos maestros han escrito, no por negligencia sino porque es propio de humanos equivocarse alguna veces aun en la evidencia, que hasta a los más sapientes toca el diablo.
      Y no otra puede ser la explicación que nos pareciera digna de ser entendida, cuando recuerdas aquellas cosas que algunos preclaros hombres decían en la antigüedad sobre las mujeres como aquel abad de Cluny, Odón, que recordaba las tripas y las heces de las mujeres para provocar hastío y rechazo a su belleza o aquel filósofo de la virtud que recordaba también que cuando coges los miembros de las mujeres, debes contemplar el insoportable hedor que será dentro de poco cuando la muerte la haya acogido en sus entrañas.  Pero advertirás en seguida, querido Teseo, que estas consideraciones están hechas para  el común de los mortales que no saben de las finuras del amor y sólo aprecian en las mujeres las cosas de las bajas inclinaciones de manera que antes buscan su propio beneficio que el placer de la donación y la entrega. Y a esos es prudente advertirles sobre las ventajas que tiene el uso y cumplimiento de las virtudes y los peligros de la perdición.
       Por eso gentes de todos estados que en posterior tiempo fueron santos y afamados varones acordaron retirarse del mundo y de la vanas apariencias para hacer penitencias en el desierto o en el claustro y dañar su cuerpo antes que su espíritu y vencer las tentaciones que Satán en forma de mujer les ofrece. Y conocerás sin duda historias célebres de famosos penitentes que ganaron la batalla al Maligno. Y el Doctor Angélico, que fue uno de ellos y lo venció, que también los hombres del servicio a Dios son tentados, contestó a los que culparon a la Divina Providencia de que si la mujer es la seducción y por ello la perdición de los hombres, si no hubiese sido más apropiado que no hubiese existido para así no hacer daño a las almas de los que caen en sus redes maliciosas. Y a ello responde que si Dios hubiese quitado del mundo a todas las cosas que puedan servir de tentación, entonces el mundo sería imperfecto porque no es justo destruir el bien común para evitar el mal particular. Es Satán el que, conocedor de la atracción que la belleza de la mujer produce en los hombres, no duda en aprovechar sus cuerpos hermosos y elegantes para conseguir su perdición y así el Santo Padre Inocencio ha bendecido la cruzada contra las brujas que no son sino víctimas de la posesión del Maligno.
      Pero además la belleza de las cosas externas, coincidirás conmigo, querido Teseo, es una muestra de la Bondad divina que ha querido en sus inescrutables arcanos que los hombres gozan y aprovechen de las criaturas. Y así la perfección femenina, a la que otro día me referiré con más detenimiento, debe ser resultado de la posesión de las virtudes que es propio de la hermosura del cuerpo servir de signo de la del alma, como ya decían los antiguos y así Friné que por su hermosura y lindeza había servido de modelo a Praxíteles para esculpir a la bella Venus, fue salvada del delito de impiedad del que le habían acusado algunos envidiosos porque el orador Hipérides le rasgó la túnica delante del tribunal al tiempo que decía que una belleza tan perfecta no podía en modo alguno encerrar un mal espíritu.
      Quiero decirte sin embargo, amigo Teseo, que ha sido doctrina común en las habladurías de los hombres rudos que el comercio del cuerpo de las mujeres es el vicio que dicen más antiguo de la humanidad y a este respecto debo convenir contigo que si bien es verdad que siempre ha habido mujeres que han hecho este comercio, ello es beneficioso para la gente vulgar y por ese motivo los Concejos han creado y protegido casas de lenocinio o mancebías como la muy afamada de Córdoba, en las que el común de los mortales desahoga sus bajas inclinaciones y así aprovechan al beneficio del matrimonio, siguiendo en esto lo que decía el santo de Africa que es necesario que un palacio tenga letrinas para su propio bien, que asno de muchos, lobos los comen. Pero en lo de que fue el primer pecado, debemos distinguir para un mejor raciocinio entre pecado y vicio y hay que recordar que el pecado más antiguo no es sino la soberbia que hizo que el ser humano rompiera sus vínculos con el Creador y luego hay que rememorar el crimen que el bueno de Abel sufrió de manos de su hermano Caín por lo que hemos de concluir que el comercio del cuerpo ha sido en todo caso el tercer pecado que el hombre cometió y ello es necesario saber para acordar  la historia de los hombres.
      Otros, sin duda más reflexivos, afean en las mujeres la conducta de Eva, la primera mujer, el pecado de desobediencia que llevó al género humano a la perdición y a la muerte del alma y así publican sus maldades y despropósitos en todas sus acciones como si la mancha original las hubiera marcado en su voluntad y sus potencias del alma como aquel poeta famoso que cantaba  la maldición de las hembras diciendo que todas son lobas a la hora de escoger y anguilas a las de retener, y malignas y sospechosas, malsecretas y mentirosas, móviles que se mueven como una hoja al viento, que ponen en olvido en seguida al ausente y quebrantan las cosas vedadas y llevan liviandad en sus cosas y presunción, engaño, osadía, vanagloria, locura, alteraciones y alcahuetería, que no hay criatura en el mundo que haya recibido tantas y tan variadas acusaciones así de moros y de cristianos y hasta de gentiles, en que coinciden muchos desdeñados. Pero has de imaginar que estos juicios son producidos por el enfado de los que las aborrecen por el pecado de nuestra madre común Eva y así argumentan en sus razones que es mandato divino que la mujer ha de parir con dolor por haber engañado al hombre llevándolo a la perdición. Y es justo su reproche como propio de almas engrandecidas por el amor a Dios que hubieran gustado de servirle siempre y de todas maneras y no tener la mancha original del pecado, que fue por esto que todos los sermones dicen que el mundo es un valle de lágrimas y que es verdad nadie lo duda. Y es razón también que cumple a este propósito que hay muchas mujeres santas y virtuosas que ofrecen remedio para sufrir y fuerza para las cosas del espíritu.
      Y en lo tocante a los filósofos hay otra opinión muy general y es que las mujeres son imperfectas como resulta necesariamente de creer que no son sino hombres imperfectos y ésta es la opinión que expone el Filósofo, que dice que el varón es más apto para la dirección que la hembra y por eso la virtud de la fortaleza de los varones es diferente de la que se atribuye a las mujeres que es propia para servir. Y por eso dice Tomás de Aquino que naturalmente la mujer está sometida porque en el hombre abunda más la discreción de la razón y con respecto a la naturaleza particular la mujer es algo deficiente y accidental. Y en esta opinión coinciden también algunos teólogos seguidores de tales doctrinas que afirman que al ser el varón cabeza de la mujer, era conveniente que se formase del mismo.
       Pero a este respecto tengo que confesar la evidencia de que el Filósofo no acierta en este razonamiento porque si la esencia de la mujer fuese la no perfección o imperfección, no habría sido creada en el mundo perfecto del paraíso terrenal antes del pecado, que una cosa es tener una naturaleza limitada como tienen los animales y las plantas, que sirven al hombre, y otra que la imperfección sea su definición. Y además hay otros filósofos y teólogos que afirman que la mayor capacidad de discernimiento de aquel al que le es propio ordenar la vida, no es mayor cualidad y que esto se demuestra en que el varón fue creado del barro de la tierra que es vil y la mujer lo es del varón y el Señor la formó no de una parte inferior sino de la costilla para que fuese su compañera, como lo dice el propio Génesis.
      Y por estas y otras razones vengo en concluir que no hay motivo más alto de adoración que la mujer porque si ésta procede del varón, aquel lo hace de la mujer porque ¿cómo sería posible la vida si no fuera por el don de la naturaleza que son las mujeres?. ¿Acaso los hombres seríamos capaces por nuestra propia industria de engendrar y procrear nuevos seres que sirvan a Dios y ayuden a su gloria y engrandecimiento? Más aún nosotros mismos no somos sino hijos de mujeres pues a ellas mismas debemos nuestra vida y lo que somos.
       Has de saber que de siempre los filósofos han demostrado que desde el principio la divina Providencia repartió los dones y las gracias de la naturaleza entre las criaturas de forma equitativa y complementaria para que así la colaboración de los unos con los otros permitiera alcanzar con afán y con trabajo las cosas más amadas en esta vida. Y porque debemos analizar con cuidado todas las razones de los beneficios que las mujeres nos proporcionan, otro día te diré algunas de las más principales.

……………………..………Cárcel de amor…………………………………
      Las conversaciones que Leriano, personaje central de la novela “Cárcel de amor” de Diego de San Pedro publicada en abril de 1492, mantuvo con su amigo Teseo mientras aguardaba la muerte por amor de Laureola, tienen una enjundia propia de la mentalidad del amor cortés de la época y reflejan las emociones y los pensamientos de ese tipo de literatura.
      Después de haber analizado las reglas del amor, ya publicadas, el debate llevó necesariamente a los fundamentos de esa relación y supuso discutir sobre las diferentes opiniones que en torno a las mujeres se debatían en lo que se ha llamado históricamente la querella o la disputa de las mujeres. Y en esta dialéctica Leriano no puede por menos que ponerse de parte de los defensores.
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Elogio de las mujeres

LERIANO.

     Debemos finalizar este día, querido Teseo, las pláticas que nos han entretenido los pasados y no porque hayamos hecho toda la ponderación que las mujeres merecen, que nunca un bien tan alto puede ser honrado como es propio a su naturaleza, sino a causa de que mis fuerzas ya flaquean, que el continuo ayuno y no comer como hace a mi decidido propósito, acarrea la muerte y no otra ventura mayor deseo que esta dulce enemiga, que se me resiste demasiado, quizá por causa de mi juventud y fortaleza física.  Y como advierto que ya se me quiebra la lengua al hablar y la vista noto casi perdida y mi entendimiento empieza a sentir una fuerte turbación, es por lo que percibo que el morir me acompañará a no pasar mucho tiempo y por ello de no comer, puedo asegurar que está próxima la hora de mi último suspiro. Y pues no otra cosa que mi amor por Laureola me tiene en este estado, has de saber que mi deseo es que sólo sea el pensamiento de ella el que llene mi corazón y mis pensamientos en los postreros momentos de mi vida.
       Pero como parece obligado acabar nuestros razonamientos sobre el amor y las mujeres, quiero contarte, Teseo, para tu provecho y el de otros mancebos los últimos argumentos sobre estas cosas, de manera que expliquen y aclaren las razones por las que las mujeres, de las que nosotros nacemos y hasta el Creador usó para su Nacimiento y Redención, deben ser veneradas y honradas para siempre jamás.
     Y si no fuera porque el tiempo apremia mi corazón y las leyes del amor me obligan y se torna para los amantes el morir por la amada como la mayor fortuna que un hombre puede alcanzar y yo estoy ansioso de que así ocurra, te recordaría otras muchas cosas que amantes conocidos por sus esfuerzos y sacrificios y escritores de fama han dicho sobre ellas.  Y así sería beneficioso para nuestra alma recordar los cantos y loores a la más principal de todas las mujeres, Nuestra Señora, tan de tradición en versos y narraciones y los milagros famosos que a sus devotos y contemplativos siempre hizo aunque a veces cometieran pecados malignos. Y también sería de provecho para este propósito que nos anima, hacer memoria de mujeres que por su castidad o por su denodado amor pueden servir de ejemplo para nuestras argumentaciones. Y aunque el tiempo ya se me agota en demasía, no quiero dejar de citar algunas tanto cristianas como gentiles o judías. Y así te diré de Penélope; de Julia, la hija de César; de Porcia, mujer del noble Bruto, que después de saber de su muerte, acabó sus días comiendo brasas para hacer sacrificio de sí misma; Débora; Ester o Isabel de la cual fue san Juan. Y muchas otras como doña María Coronel; o doña Mari García, la beata; o Claudia, o Camila. Y a mi me conmueve Artemisa, que fue casada con Mausolo y al que amó tanto que después de muerto, le dio sepultura en sus pechos, quemando sus huesos en ellos, la ceniza de los cuales poco a poco bebió y después de acabados los oficios, se mató con sus manos, que el amor es la mayor ventura de la creación y así yo también estoy muriendo ya por causa de Laureola. Y más todavía te haría memoria de otras muchas.
       Y a ellas es justo añadir otras cuyos nombres no nos son conocidos, pero sí su piedad y devoción que les hizo tomar los hábitos de la religión. Y aquellas otras muchas que son hacendosas en el hogar y aunque casen con señor muy principal, siempre guardan en mucho su modestia y viven sin ninguna mancilla.
      Pero es necesario volver a nuestro propósito antes que mi agonía impida el raciocinio pues hay algunas cosas que es imprescindible manifestar. Porque son muchas las razones por las que los hombres están obligados con las mujeres, como has podido colegir de las pláticas anteriores, y es de ella la principal que las mujeres suplen lo que la naturaleza no dio a los hombres.
      Ellas, querido Teseo, nos proveen de las más hermosas virtudes que el alma humana pueda poseer y de las cuales son principales algunas que ahora te puedo acordar, y así nos dan la templanza con la que tenemos mesura en el hablar y en las obras así como en el comer y en el beber; y la fortaleza por la que crecen las fuerzas y nos hacen fuertes para sufrir los dolores del amor y por ella probamos que somos verdaderos amadores porque deseamos antes nuestra muerte que la afrenta de la amada y comprenderás por el estado en que me hallo, que ha sido esta virtud la que me ha permitido sostenerme en ello en bien y por amor de Laureola, que si yo no tuviese fortaleza, ya le habría sido infiel y desleal, que son los mayores pecados del amador; y también nos proveen de la esperanza, por la que los hombres siempre esperan alcanzar la gracia y los favores de su amada y así están unidas con esta virtud otras que como hijas suyas adornan su estirpe y son la constancia y la paciencia que ambas a dos serenan el alma del joven mancebo que antes desea alcanzar lo que todavía no ha merecido y comprenderás que si un árbol se arrancase sin que madure, morirá al instante y así son las cosas del verdadero amor. Porque coincidirás conmigo en que el hombre es de natural indolente y más dado al cansancio que al esfuerzo continuo y de esta forma nunca germinaría el amor, que debe ser regado con las lágrimas de la paciencia y el abono de la constancia y todo esto lo aprendemos de las mujeres. Nos hacen también contemplativos y contritos, honrados y sufridores con los tormentos del amor.
      Has de saber también, amigo Teseo, que las mujeres ofrecen y acrecientan en los hombres unas cualidades necesarias que les hacen tener galanura y cortesía con los demás porque de esta forma ya no son rudos, que con frecuencia los asuntos de la guerra producen aspereza porque las virtudes de los hombres se acomodan mejor a las lides y combates y torneos, para lo que han sido hechos por el Creador. Y así la limpieza que nos procuran en la ropa y en el vestir, que es la mejor forma de cortesía y la primera que se ha de tener y así nos ponen en buena crianza de que sabemos honrar a los pequeños y a los mayores y de esta forma somos bien criados. Y usan para esta buena crianza de la música de que nos hacen gozar por su dulcedumbre y cantamos lindos romances y los trobadores troban las canciones o coplas que quieren hacer y nos afinan las gracias.
      Y por último pero no menos importante, las mujeres mantienen y acrecientan nuestros haberes y rentas, que no hay ninguna duda de que el hombre asimismo es dado a dilapidar su fortuna y no está reñido el dinero con el amor, antes al contrario, que con las mujeres se alcanzan grandes casamientos con muchas haciendas y rentas, que tanto causan bien la virtud y la riqueza que ambas aprovechan al alma y al cuerpo, que los dos componen al hombre como desde siempre dijeron los filósofos.
      Y la consecuencia de todas estas obligaciones para con las mujeres es que se equivocan los que hablan mal de ellas porque has de saber, amigo Teseo, que necesariamente todas las cosas hechas por Dios han de ser buenas por lo que no es posible a nuestro entendimiento y a nuestra razón pensar que el Supremo Hacedor pudiera haber creado incompletas a las mujeres porque eso sería como ofender a su propia Madre, que también quiso que fuese mujer y así se dice en los libros sagrados que quiso venir de mujer que la pariera. O acaso ¿no nos ha venido todo el bien al mundo por Nuestra Señora?  Y por todo esto y otras razones que se te alcanzan, verás que los que hablan mal de ellas yerran cuando lo hacen porque olvidan sobre todo que ellos mismos son hijos de mujeres que los llevaron en sus entrañas y habiéndolo hecho la madre naturaleza, es grave pecado ir contra el orden natural y que de ellas nacieron hombres virtuosos y no hay mayor y más agradable obligación de un hijo que honrar a la que lo parió porque Dios quiso que la madre fuese acatada sobre todas las cosas.
      Y por esto no es noble quien se ejercita en este mal trabajo, que además hace un mal ejemplo porque si las maltrata con la palabra, los rudos se lo creen y las pegan y las matan. Y por esta causa de siempre todos los maldecidores han sido odiados y malditos de todos y más aun cuando hacen ocupación de sus maledicencias a las que deben ser objeto de veneración por su nobleza y virtudes singulares. Y de esta forma ves que mi estado lo causa la honestidad de Laureola que por evitar la maledicencia, antes permite mi muerte que algún ignorante ponga en duda su virtud, de lo que yo estoy orgulloso y ennoblecido y consiento con fervor.
      Y por último la hermosura que tienen es de tanta excelencia, que no hay en la tierra ni flor que se le parezca ni virtud que las iguale porque ellas son todas las virtudes juntas...

……………………………Cárcel de amor………………………….
    Mientras Leriano, protagonista de la novela "Cárcel de amor", espera la muerte por amor de Laureola, confía a su amigo Teseo las veinte razones por las que los hombres están obligados con las mujeres y las quince por las que se equivocan los que hablan mal de ellas. Luego, a modo de ejemplo, enumera nombres de mujeres que por diversas razones han sido famosas en la historia. Con ese material de la novela ha sido confeccionado este artículo.
    "Cárcel de amor", novela de Diego de San Pedro, fue publicada hace quinientos años, en 1492 y narra las aventuras de su protagonista, Leriano, que después de muchas vicisitudes y ante la negativa de su amada Laureola a corresponderle por amar más su honra que ninguna otra cosa, decide dejarse morir de inanición. Con su muerte finaliza el argumento.
    De Diego de San Pedro se saben muy pocas cosas y muchas de ellas sin seguridad. Estuvo al servicio de don Pedro de Girón, maestre de Calatrava, y después fue alcalde de Peñafiel. También ejerció de oidor del Rey y de su Consejo. Era bachiller. Además de "Cárcel de amor", escribió, entre otras cosas, otra novela "Tratado de amores de Arnalte y Lucenda" y una especie de arte de amar, titulado "Sermón." Es muy amplia su colección de poesías. "Cárcel de amor" fue el "best‑seller" europeo de la época e influyó en toda la literatura posterior.
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