Ha sido un acierto pleno y de lo más razonable nombrar el sistema de becas que permite movilizar a través de Europa a tantos miles de estudiantes con el nombre Erasmo de Rotterdam. Denominar de esta manera las “becas Erasmus” ha supuesto un reconocimiento histórico del que puede ser considerado el gran humanista europeo, el intelectual más ilustrado que produjo nuestra cultura en un momento en el que, agotada la Edad Media, se abrían un nuevo y definitivo horizonte cultural con lo que se ha denominado el Renacimiento (que algún autor ha compendiado entre los años 1400 y 1550). A Erasmo, o “Desiderius Erasmus Rotterodamus” como se llama en latín, se le ha reconocido ser “el escritor más elegante y agudo de su tiempo”. Precursor del espíritu moderno, promovió desde sus ideas y sus escritos el afán ético y social de reformar gradual y pacíficamente a la sociedad civil, incluida la Iglesia.
Su vida por otra parte transcurrió por la mayoría de los grandes países europeos, dando además ejemplo de equilibrio, moderación y mesura en lo conceptual y en el pensamiento, con una actitud intelectual intachable. Y, al mismo tiempo, llevando un estilo de vida de austeridad y equilibrio acorde a sus demandas morales, como atestiguan un principio de su comportamiento ("Cuando tengo un poco de dinero, me compro libros. Si sobra algo, me compro ropa y comida") o la renuncia a nombramientos de excelencia mientras trabajaba en una imprenta en Italia con el argumento de que lo que ganaba con ese empleo, si bien no era mucho, le resultaba suficiente.
Nació probablemente el 28 de octubre de 1466 (se manejan fechas cercanas en el día y el año) en Rotterdam y fue hijo bastardo de un sacerdote de Gouda y su sirvienta. Huérfano muy joven a los 14 años, ingresó en un convento de los agustinos siendo ordenado sacerdote el mismo año que Colón llegaba a América. Pero, tras encontrarse incómodo en ese ambiente al que veía lleno de barbarie y de ignorancia, de prácticas corruptas fomentadas por la Iglesia y con un sistema de enseñanza viciado intelectualmente, adobado todo ello con el contraste que se notó en la Universidad de París, 1495, que se vivía en ese momento con gran fuerza el Renacimiento de la cultura de Grecia y Roma, decidió abandonar el convento, dedicarse al estudio de las letras clásicas, buscar un trabajo que le permitiera mantenerse y hacer la vida por su cuenta para lo que el papa le autorizó a vivir y vestir como erudito laico. Esas experiencias y sus propias motivaciones interiores le convirtieron en un pensador libre y un profesor de ideas independientes, dirigidas por el profundo rechazo que sintió toda su vida hacia el autoritarismo que impedía pensar libremente. De esta manera, con gran fama de latinista, desde 1499 viajó por toda Europa dedicando su vida al estudio, sobre todo de las humanidades clásicas, dando conferencias, escribiendo e investigando especialmente manuscritos de los autores griegos y romanos. También mantuvo una voluminosa correspondencia -se conservan más de mil quinientas cartas- con importantes personajes de la época.
En tres ocasiones (1499, 1505-1506 y 1509-1514) visitó Inglaterra, siendo su experiencia más significativa la oportunidad que tuvo de escuchar a John Colet, un humanista también muy significado, decano de la catedral de san pablo en Londres, que le marcaría intelectualmente para siempre al mostrarle cómo se estudiaba la vida de san Pablo en Oxford y el modo de desarrollar una lectura verdaderamente humanista de la Biblia. Allí, también en Inglaterra, conoció a Tomás Moro, en cuya casa escribió su popular y conocido “Elogio de la locura” (1511), antes de enseñar teología y griego en Cambridge, con lo que contribuyó al establecimiento del humanismo en Inglaterra.
Pasó después a Italia donde vivió la mayor parte del tiempo trabajando en una imprenta. Allí recibió el título de Doctor en Teología y fue donde, al recibir la oferta de trabajos serios y bien pagados, especialmente como profesor, respondía, como antes se indicó, que prefería no aceptarlos, porque lo que ganaba en la imprenta, si bien no era mucho, le resultaba suficiente. Luego vivió en Alemania donde fue nombrado consejero del emperador, a quien dedicó la “Educación del príncipe cristiano”.
Sus últimos veinte años los vivió en un cierto trasiego, debido a las amenazas y tensiones que le causó su independencia de espíritu. Así, vivió en Lovaina (Bélgica), Basilea en Suiza, Friburgo en Alemania y de nuevo Basilea, de donde ya no pudo salir por sus achaques y murió en 1636.
El referente intelectual y vital que le condicionó de manera más notable vino con la aparición del luteranismo y protestantismo. Bien es verdad que Erasmo venía predicando una nueva ética civil y religiosa, una renovación de las costumbres y una vida más abierta y libre que salvara a la comunidad de los prejuicios y rutinas incultas e ignorantes que la venían sometiendo, pero esa reforma, en principio, no suponía, a su juicio, ninguna modificación sustancial de la doctrina. Era más bien un objetivo de práctica cristiana que de contenidos teóricos. Mas la vida se le complicó bastante con la aparición de las 95 tesis luteranas en octubre de 1517, es decir, con la aparición de la Reforma.
Al principio nuestro autor no había tomado en demasiada consideración estas nuevas ideas de renovación religiosa pero de pronto, casi sin comerlo ni beberlo como decimos familiarmente, se vio envuelto en el centro de la polémica. La cosa vino de manera más concreta porque Erasmo había hecho una traducción al griego del Nuevo Testamento (1516), basado en manuscritos nuevos, con notas críticas y acompañada de una nueva traducción latina, que no solo había entusiasmado a Martín Lutero sino que, según confesión propia de este, le había influido notablemente en sus principios. Y esto lo dijo Lutero en muchas ocasiones insistiendo en que una de sus fuentes de inspiración era dicha traducción. Y sus seguidores lo propagaron por toda Europa, lo que lo puso en una difícil situación pública. “Lutero clamó a los cuatro vientos que el trabajo de Erasmo le había ayudado a ver la verdad, por lo que la mirada de la Iglesia comenzó a caer sobre Erasmo, que supuestamente había dado el paso inicial de la Reforma que terminaría por dividir al cristianismo”.
Pero él desde el primer momento quiso ser neutral en la guerra que se había abierto entre protestantes y católicos, entre el papa y Lutero aunque esa pretensión de imparcialidad entre los combatientes no era tan sencillo de mantener porque las presiones, en un sentido y en otro, venían de todas partes. En un ambiente tan polarizado y violento como el que se había creado en torno a las dos visiones de la religión o, si se quiere mejor, a las dos religiones, cualquier detalle era considerado fundamental. Erasmo tuvo que cambiar de residencia y población en más de una oportunidad.
La situación se le fue volviendo cada vez más difícil porque no estaba dispuesto a militar en ningún bando, entre otras razones, porque le importaban más su libertad de pensamiento y su independencia individual e intelectual y porque con ambos mantenía diferencias sustanciales. De la Iglesia y el papado, ya se ha dicho, disentía por su praxis cristiana, la corrupción de sus costumbres y su falta de ideales morales. A su vez con Lutero tenía significativas discrepancias ideológicas como la que, mediante diversas publicaciones, mantuvo sobre el concepto de libertad ante la gracia de Dios. Pero a lo que no estaba dispuesto, a pesar de esos desacuerdos, era a escribir contra unos y otros. Una cosa era la discordancia intelectual y teórica y otra entrar en una guerra de descalificaciones. Y ello, a pesar de la presión que recibía de ambos bandos, incluidos en estas presiones reyes, papas y personajes de toda categoría social y política. Una neutralidad que le proporcionó muchos disgustos pero que supo mantener a toda costa.
Erasmo pasó la mayor parte de su tiempo escribiendo y publicando, sobre todo desde que descubrió el idioma en el que mejor y con más precisión se podía explicar, el latín. Pero ello no fue obstáculo para que algunos de sus libros (puede que los de menos contenido e intensidad teológica) adquirieran una gran popularidad y resonancia social, entre otras circunstancias, porque en seguida fueron traducidos a los idiomas vernáculos. .
El primero y más conocido lleva por título “Los adagios”, una colección de pensamientos y reflexiones que inició cuando tenía treinta años y fue ampliando casi hasta su muerte. Así lo que empezaron siendo 800 refranes y moralejas de las tradiciones de las antiguas Grecia y Roma, junto con comentarios sobre su origen y su significado, acabaron en 4.500 en el momento de su muerte. El libro se vendió con éxito, y llegó a contar con más de 60 ediciones.
El otro texto más popular fue el “Elogio de la locura”, una obra satírica e irónica en la que aparentemente defiende la preeminencia de la locura sobre la razón.
Otras obras que se pueden citar y que aparecen en cualquier referencia de sus publicaciones pueden ser: "Manual del soldado cristiano", llamado a veces "La daga de Cristo"; la “Educación del príncipe cristiano”, arriba citada y dedicada al emperador Carlos V; La traducción y paráfrasis del Nuevo Testamento, también referida y que fue la que tanto entusiasmó a Lutero; así como los dos libros de la polémica, igualmente referenciados antes: “Discusión acerca del libre albedrío" y, como respuesta al reformador “Diatriba del libre albedrío”.
“Para unos un hereje, que aún sin buscarlo preparó el terreno a la Reforma; para otros un racionalista solapado u hombre de letras ajeno a la religiosidad; y para mucha gente un gran moralista y lúcido renovador cristiano. Erasmo quiso unir humanismo clásico y dimensión espiritual, equilibrio pacificador y fidelidad a la Iglesia; condenó toda guerra, reclamó el conocimiento directo de la Escritura, exaltó al laicado y rehusó la pretensión del clero y de las órdenes religiosas de ostentar el monopolio de la virtud”.
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