NACE MIGUEL SERVET (29 SEPTIEMBRE 1511)

    El español Miguel Servet tiene un lugar reconocido en la historia, fundamentalmente, por dos motivos, muy diversos por cierto. Uno, de tipo científico, el descubrimiento de la circulación de la sangre pulmonar (abriendo el camino a William Harvey que cincuenta años más tarde ya desarrolló por completo el descubrimiento) y otro, por haber sido quemado vivo en la hoguera acusado de hereje.
    No obstante para un mayor rigor conviene precisar que Servet nació y vivió durante el Renacimiento, una época que se caracteriza por lo que se ha llamado el saber enciclopédico, es decir, un período en el que todavía las ciencias, en muchos casos aún no desarrolladas, en especial las experimentales que andaban demasiado pegadas a la Teología y la Filosofía, apenas habían adquirido autonomía y los saberes andaban mezclados unos con otros. Por ello ambas circunstancias están combinadas y relacionadas entre sí.
    Nuestro protagonista, naturalmente, también estaba sometido a esa condición y así, por ejemplo, mientras estudia Medicina en París, publica un tratado de astrología en el que defendía la influencia de las estrellas en la salud humana.
   Ese es el caso, tan sorprendente para nuestra cultura de hoy, que la descripción de la circulación pulmonar esté dentro de una obra de teología y no de una de fisiología. Para él la cosa es muy simple: Servet sostenía que el alma era una emanación de la Divinidad y que tenía su sede en la sangre. Gracias a ella el alma podía estar diseminada por todo el cuerpo, pudiendo asumir así el hombre su condición divina. Por tanto, los descubrimientos relativos a la circulación de la sangre tenían un impulso más religioso que científico.
    Desde nuestro punto de vista de hoy, Miguel Servet es, por tanto, más teólogo que otra cosa y sus publicaciones así lo muestran, aunque escribiera alguna cosa ajena e ello. Sus dos primeras se titulan: “Siete libros sobre los errores en torno a la Trinidad” y “Sobre la justicia y la caridad del reino de Cristo”.

    Nacido, o al menos muy vinculado familiarmente a la pequeña localidad de Villanueva de Sigena en Huesca (le gusta firmar Michael Villanovanus), parece que en 1511, poco se conoce se su primera formación. Lo único seguro es que, a invitación de sus padre, estudió leyes pero la circunstancia que le incidió notablemente en su vida fue su relación con el confesor de Carlos I, fray Juan de Quintana, que lo llevó a Roma a la coronación del emperador, y desde donde se dedicó a viajar por diferentes ciudades europeas, conociendo a algunos de los líderes más importantes de la época. Es entonces (1531 y 1532) cuando aún joven publica los dos libros citados tratando de colocarse en una posición intermedia entre el Catolicismo y la Reforma protestante pero acabando considerado hereje por unos y por otros y dando origen a un gran escándalo teológico en un momento en el que en Europa estaba dominada por las “guerras de religión”.

    Visto todo lo anterior, decide recluirse en el estudio y es entonces cuando cursa Medicina en París y escribe el referido tratado de astrología. Vive como retirado y firma como Michel de Villeneuve para evitar problemas con la Inquisición, trabaja como empleado en una imprenta como corrector de pruebas y le encargan la publicación y anotación de la Geografía de Claudio Ptolomeo. Es la etapa más feliz de su vida.
    Pero en ese período ha llevado a cabo dos acciones importantes. Una, mantener su relación, al menos epistolar, con Juan Calvino y, otra, preparar la que será su obra más importante: “La restitución del cristianismo” (donde se incluye el texto sobre la sangre arriba citado), pues, como dice Menéndez Pelayo, a pesar de llevar una vida tranquila y estimado por todos, “el afán de meterse a teólogo no le dejaba reposar”. Y, mientras la redacta mantiene, mediante cartas, una intensa discusión con su amigo.

    Y así en efecto. En 1553 aparece, de forma anónima pero que en seguida todos descubren al autor, la obra, que incluye además la correspondencia mantenida con Calvino. Y este, que se encuentra en Ginebra tratando de llevar a cabo su revolución religiosa, lleno de ira y de forma cobarde, según los biógrafos pues se escudó en intermediarios, denuncia a Servet a la Inquisición de Lyon, que lo detiene e inicia un proceso en toda regla. Pero afortunadamente para el reo, en mitad del procedimiento consigue escapar y, aunque luego es condenado, las autoridades solo pudieron hacer un auto de fe con su imagen.
    Pero la fortuna no estaba con él. Errante por Centroeuropa unos meses, siempre huyendo y sin saber a dónde ir para no ser aprehendido, decidió marchar a Italia pero “su mala suerte o su ignorancia de la tierra que pisaba” le llevó a Ginebra el 13 de agosto de ese año de 1553 y allí, para colmo, siendo domingo no tuvo más remedio que acudir a la función religiosa y ¡lo que le faltaba! Era el propio Calvino el que predicaba. Naturalmente lo reconoció en seguida y mandó prenderle.
    Y como la ley de Ginebra exigía que el acusador, hasta tanto se probase su demanda, debía acompañar en la cárcel al acusado, Calvino buscó un testaferro, Nicolás de la Fontaine, que fue quien oficialmente hizo ese papel. Y a partir de ese momento se desarrolló un complejo proceso que lo llevó, el 27 de octubre, a ser quemado vivo, “amarrado a un palo (la picota) con una cuerda y una cadena de hierro, con una corona de paja untada de azufre a la cabeza y, al lado, un ejemplar de su libro”. Menéndez Pelayo hace una descripción horrible de las dos horas que duró el suplicio pues, para hacerlo más cruel, la leña estaba húmeda por el rocío de la mañana y no había forma de que llegara a arder del todo…

    No es posible en este texto enumerar las discusiones teológicas que subyacen a estos hechos. Baste copiar esta parte de la sentencia (el texto completo es largo pero no difícil de encontrar), que es la más conocida:

“Contra Miguel Servet del Reino de Aragón, en España: Porque su libro llama a la Trinidad demonio y monstruo de tres cabezas; porque contraría a las Escrituras decir que Jesús Cristo es un hijo de David; y por decir que el bautismo de los pequeños infantes es una obra de la brujería, y por muchos otros puntos y artículos y execrables blasfemias con las que el libro está así dirigido contra Dios y la sagrada doctrina evangélica, para seducir y defraudar a los pobres ignorantes.
    Por estas y otras razones te condenamos, M. Servet, a que te aten y lleven al lugar de Champel, que allí te sujeten a una estaca y te quemen vivo, junto a tu libro manuscrito e impreso, hasta que tu cuerpo quede reducido a cenizas, y así termines tus días para que quedes como ejemplo para otros que quieran cometer lo mismo”.

    Aunque solo unos años después, unos cincuenta, Giordano Bruno sufrió idéntico castigo, también por heterodoxia, en Roma, puede afirmarse que la muerte de Miguel Servet por hereje supuso el comienzo de una nueva filosofía política y religiosa que rechazaba el castigo por creencias religiosas y reconocía la libertad de pensamiento y de expresión de las ideas.
    Al principio de esta historia y durante el proceso las iglesias reformadas de os cantones suizos se hicieron cómplices y solidarios con el crimen, pronto empezó a plantear lo que Sebastián Castellion, un ginebrino religioso pero que se había enfrentado al rigorismo, profundamente desmedido y excesivo de Calvino: “Matar a un hombre no es defender una doctrina, es matar a un hombre. Cuando los ginebrinos ejecutaron a Servet, no defendieron una doctrina, mataron a un hombre".

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