NACE EL INFANTE DON JUAN MANUEL (5 MAYO 1282)

   Don Juan Manuel, así llamado habitualmente, es un personaje de casi el final de la Edad Media, en la práctica del siglo XIV, conocido en general gracias a sus publicaciones y tareas literarias. Como autor de "Los cuentos del conde Lucanor", don Juan Manuel suele estar incluido en los libros de texto, incluso de bachillerato, junto con otros escritores que también se ocuparon, en el mismo siglo XIV, en narraciones que podemos llamar cuentos: El arcipreste de Hita ("El libro del buen amor"); Geoffrey Chaucer ("Los cuentos de Canterbury"); o Boccaccio ("El Decamerón").
   Escrito entre 1330 y 1335, su título completo y original en castellano medieval es "Libro de los enxiemplos del Conde Lucanor et de Patronio" (Libro de los ejemplos del conde Lucanor y de Patronio) y está integrado por un conjunto de breves historias, casi siempre tomadas de diversas tradiciones aunque ligeramente modificados, cada una de las cuales presenta un ejemplo de un comportamiento moral,
   La estructura es similar en todos: El conde Lucanor empieza la conversación con su consejero Patronio planteándole un cuestión o pregunta («Un hombre me ha hecho una propuesta…» o «Temo que tal o cual persona intenta…») y solicita consejo para su resolución. Patronio siempre responde con gran humildad, asegurando no ser necesario dar consejo a una persona tan ilustre como el conde, pero ofreciéndose a contarle una historia de la que este podrá extraer una enseñanza para resolver su problema. Cada capítulo termina más o menos de la misma forma, con pequeñas variaciones: «Et entendiendo don Johan (Manuel) que estos exiemplos eran muy buenos, hízolos escribir en este libro, et fizo estos viesos (versos) en que se pone la sentencia de los exiemplos. Et los viessos dizen assí».

     Don Juan Manuel, nacido en Escalona, provincia de Toledo, el 5 de mayo de 1282 y fallecido en Córdoba el 13 de junio de 1348), en realidad, además de escritor, fue un político de máximo nivel. Después de su defunción en la ciudad de Córdoba, su cadáver fue trasladado a la Villa de Peñafiel, donde recibió sepultura en el convento de San Pablo, que el propio escritor había fundado.
      En cuanto a su vida pública y política, la historia de don Juan Manuel es tan singular y curiosa que pocos personajes podrán catalogarse con él. Arsenio e Ignacio Escolar resumen toda esta serie de avatares de esta manera:
      Menos rey (y en la práctica actuaba como si lo fuera), don Juan Manuel lo era todo. Nieto de rey (Fernando III); sobrino de rey (Alfonso X); tío, tutor y durante un tiempo suegro de rey (Alfonso XI); yerno de rey (Jaime II de Aragón); suegro de rey (Pedro I de Portugal); abuelo de rey (Juan I de Castilla). Y noble de innumerables títulos, distinciones y posesiones: príncipe de Villena, duque de Peñafiel, señor de Escalona, Cuéllar, Elche, Cartagena, Lorca, Castillo de Garcimuñoz, Alcocer, Salmerón, Valdeolivas y Almenara... Mayordomo mayor de Fernando IV y de Alfonso XI, adelantado mayor en la frontera de Andalucía y en el Reino de Murcia. Don Juan Manuel era casi un Estado dentro del Estado, hasta el punto de que mantenía un ejército privado de unos mil caballeros y acuñaba su propia moneda. Como un rey, quizá convencido de que algún día tendría la oportunidad de serio.
     Tampoco desaprovechaba la oportunidad de hacer política con los matrimonios. Se casó tres veces, eligiendo a sus esposas por conveniencia política y económica y, cuando tuvo hijos, se esforzó por emparejarlos con personas pertenecientes a la realeza. Él se casó con una hija del rey de Mallorca, luego con una hija del rey de Aragón y, por último, con una nieta de Alfonso X de Castilla. A una hija suya, Constanza Manuel, la desposó con Alfonso XI, pero el matrimonio no llegó a consumarse y ella fue repudiada, lo que originó un terrible conflicto; finalmente la casó con el heredero al trono luso, más tarde el rey Pedro I de Portugal. Otra hija, Juana Manuel, iba a ser esposa de Pedro I de Castilla (el llamado popularmente el Cruel o Justiciero), pero acabó contrayendo matrimonio con su enemigo y hermanastro Enrique ll, (aquel que en lucha personal recibió ayuda con la conocida expresión de "ni quito ni pongo rey pero ayudo a mi señor"), con lo que Juana Manuel fue reina consorte.

    De sus publicaciones se han conservado ocho obras, sabiéndose además que se han perdido cinco. De ellas quizá las más conocidas son "El libro de los estados"· y "El Libro de castigos et de consejos" que contiene una serie de reflexiones y de consejos para su hijo, tratando de ser como una síntesis del libro de los estados.  

 Cuento XLI

Lo que sucedió a un rey de Córdoba llamado Alhaquen

Un día hablaba el Conde Lucanor con Patronio, de este modo:

-Patronio, vos sabéis que soy muy buen cazador y he introducido muchas innovaciones en el arte de la caza, antes desconocidas, así como reformas muy necesarias en las pihuelas y en los capirotes de las aves de cetrería. Ahora los que se quieren meter conmigo se burlan de mí por mis invenciones, y así como alaban al Cid Ruy Díaz o al conde Fernán González por las victorias conseguidas o al santo y bienaventurado rey don Fernando por sus notables conquistas, me elogian a mí diciendo que realicé una gran gesta al cambiar un poco las pihuelas y los capirotes. Como comprendo que tal alabanza es sólo una burla, os ruego que me aconsejéis qué deba hacer para que no se mofen de mí por aquellos inventos tan útiles.

-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, para que sepáis lo que más os conviene hacer a fin de evitar tales burlas, me gustaría que supierais lo que ocurrió a un rey de Córdoba llamado Alhaquen.

El conde le preguntó qué le había sucedido.

-Señor conde -dijo Patronio-, había en Córdoba un rey llamado Alhaquen, que, aunque mantenía su reino en paz, no se esforzaba por acrecentar su fama o su honra con hechos notables, como deben hacer los buenos reyes, que no sólo están obligados a conservar su reino, sino también a engrandecerlo por medios lícitos y a esforzarse en vida por ser alabados de las gentes, para que después de su muerte todos recuerden sus grandes hechos y conquistas. Este rey, sin embargo, no se preocupaba de esto, sino de comer, descansar y vivir ociosamente en su palacio.

»Sucedió que un día, por distraer al rey, tocaban delante de él un instrumento que gusta mucho a los moros, que ellos llaman albogón. Al rey le pareció que su sonido no era tan bueno como debía y, cogiendo el albogón, le añadió un agujero en la parte de abajo, a continuación de los que ya tenía. Con esta invención consiguió el rey Alhaquen que el albogón tuviera mejor sonido.

»Aunque aquella era una buena reforma, pero no digna de un rey, las gentes, en tono de burla, empezaron a elogiar su invento diciendo cuando querían alabar a alguien: «Wa hedi ziat Alhaquim»; que quiere decir: «Este es el añadido de Alhaquen».

»Esta frase fue tan divulgada por aquellas tierras que llegó a oídos del rey, que preguntó por qué la decían. Aunque al principio pretendieron ocultárselo, él tanto insistió que acabaron por decírselo.

»Al conocer los motivos, sintió gran pesar, pero como era buen rey, no quiso castigar a quienes decían aquello, sino que decidió hacer otro añadido que forzosamente mereciera los elogios de sus vasallos.

»Entonces, como la mezquita de Córdoba aún no estaba acabada, le añadió cuanto le faltaba y la terminó de construir. Esta es la mayor y más hermosa mezquita que tenían los moros en España y que, por la ayuda de Dios, ahora es una iglesia llamada Santa María de Córdoba, desde que el rey don Fernando conquistó la ciudad y consagró la mezquita a Santa María.

»Cuando aquel rey hubo acabado la mezquita, haciendo tan buen añadido, dijo que, si hasta entonces se habían burlado por lo que hizo en el albogón, de ahora en adelante sería justamente alabado por el añadido que hizo terminando aquella grandiosa mezquita.

»Y, en efecto, el rey fue muy alabado; pero si los elogios antes eran una burla contra él, luego se convirtieron en alabanzas, hasta el extremo de que es muy corriente entre los moros, cuando quieren elogiar algo, decir así: «Este es el añadido del rey Alhaquen».

»Vos, señor conde, si estáis molesto o pensáis que esas alabanzas son un escarnio contra vos por las modificaciones hechas en las pihuelas y capirotes de las aves de cetrería, o por otras innovaciones vuestras en el arte de la caza, haced otras cosas nobles e importantes, propias de señores tan distinguidos como vos. Así todos alabarán vuestras gestas, del mismo modo que ahora elogian, burlándose, vuestros añadidos y modificaciones en la práctica de la caza.

El conde vio que este era un buen consejo, obró según él y le fue muy bien.

Y como don Juan comprendió que este cuento era muy bueno, lo mandó escribir en este libro e hizo estos versos que dicen así:

                   Si algún bien hicieres                                                                              
                   que importante no fuere,                                                                        
                   como el bien nunca muere,                                                                    
                   hazlo mayor si pudieres.    

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