MUERE EN LA HORCA GABRIEL ESPINOSA ("EL PASTELERO DE MADRIGAL"), QUE "FINGIÓ" SER EL REY SEBASTIÁN DE PORTUGAL (1 AGOSTO 1595)

            La de Alcazarquivir fue una batalla que tuvo lugar el día 4 de agosto de 1578 en esa población de Marruecos, cercana a Larache, que protagonizó el ejército portugués, capitaneado por el rey Sebastián I de Avis. Éste acudía en apoyo del depuesto sultán marroquí Muley Ahmed que pretendía recuperar el trono de Marruecos del que se había apoderado su hermano, el sultán Abd al-Malik, con ayuda de los “infieles” turcos. Pero los pocos efectivos del lado cristiano junto con la desorganización, inexperiencia, desconocimiento del terreno y un clima abrasador propiciaron una dolorosa y rápida derrota. Se contabilizaron unas 7.000 bajas y 16.000 prisioneros, entre ellos gran parte de la nobleza portuguesa.
            Sebastián desapareció en una de las cargas y su cuerpo no fue nunca recuperado aunque parece claro que murió en la batalla, al igual que Muley Ahmed y Abd al-Malik, circunstancia que propició que a esta batalla se la conozca como “La batalla de los tres Reyes”.
           
            El desastre fue un gran mazazo para la sociedad portuguesa y supuso el comienzo de una profunda crisis política, moral y económica, dando origen a lo que se ha llamado el “Sebastianismo”, basado en principio en el rumor de que en realidad el rey no había muerto y que volvería en cualquier momento.

            Sebastián I de Avis fue rey de Portugal desde 1554, siendo niño y necesitado por tanto de regente, hasta el 4 de agosto de 1578. Durante este periodo continuó la expansión colonial en Mozambique, Angola y Macao.
            Sebastián era un niño frágil, resultado de generaciones de matrimonios entre miembros de una misma familia. Por poner un ejemplo, Sebastián tenía sólo cuatro bisabuelos cuando normalmente se tienen ocho. Tuvo un talante místico que dedicaba largos periodos a la caza y se convenció a sí mismo de que era un gran capitán de Jesús en una gloriosa cruzada contra la expansión del poder turco en el norte de África. Este convencimiento fue el que le llevó a guerrear en el norte de África. Antes se había entrevistado con su tío Felipe II al que pidió apoyo para su cruzada pero el monarca español rehusó la propuesta y sólo puso a su disposición 250 soldados.

            El “sebastianismo” acabó siendo un movimiento místico-secular, un mesianismo que recorrió Portugal especialmente en la segunda mitad del siglo XVI. Se basaba en la esperanza del regreso algún día del rey Sebastián, el Deseado, que retornaría para ayudar a Portugal en sus horas más difíciles. Tiene su origen sicológico en el desacuerdo con la situación vigente y una expectativa de salvación milagrosa, a través de la resurrección de un muerto ilustre.
            Su divulgador más popular fue António Gonçalves Bandarra, conocido simplemente como Bandarra, zapatero de profesión, que se dedicó a la divulgación de profecías en verso. Condenado por la Inquisición a una pena leve, pudo seguir con su tarea componiendo incansablemente versos clamando por el retorno del Deseado. Las Trovas son la obra emblemática de este movimiento.
           
            Posteriormente, en especial cuando en 1581 Felipe II logro unir su corona al reino de Portugal, aparecieron varios impostores que explotando la credulidad popular afirmaban ser el rey oculto Sebastián, fruto sobre todo del malestar popular por el dominio español. El más conocido de estos singulares personajes fue Gabriel Espinosa conocido como “el pastelero de Madrigal”. Su historia bien podría parecer una novela de aventuras.
            Espinosa llega un día a Madrigal con un certificado de pastelero pero demostrando que era conocedor de varios idiomas, con una gran destreza de montar a caballo y con un porte que en nada se perecía a la profesión que acreditaba y sin que se conociera su lugar de nacimiento y quiénes eran sus padres, lo que a algunos dio pie a creer que podría ser hermano bastardo del rey Sebastián.
            Casualmente en Madrigal vivían un fraile agustino portugués, Miguel de los Santos, que tras ejercer de confesor en la corte portuguesa había sido desterrado por urdir un complot para suceder al monarca, y una monja, doña María Ana de Austria, hija natural de Juan de Austria a la que habían recluido en un convento a los seis años pero que para nada quería los hábitos y confiaba en entrar en la corte como fuera. Los tres, el pastelero, el fraile y la monja acaban siendo los protagonistas de este relato.
            Se desconoce cómo empezó todo. Quizá el fraile se admiró de las maneras y del parecido físico del pastelero con el rey Sebastián o ambos se pusieron de acuerdo para elaborar el plan. El caso es que fray Miguel lo pone en contacto con la monja y ambos se comprometen en matrimonio, mientras se va corriendo la habladuría de que el rey podría vivir en Madrigal y empiezan a llegar al pueblo nobles portugueses movidos por ese rumor, algunos de los cuales reconocen al pastelero como su rey.
            El asunto llega hasta el rey Felipe II, que puso en marcha la acción de la Justicia. Y es entonces, cuando al tomar declaración al fraile, éste revela su fantástico descubrimiento: el extraño comportamiento del pastelero se debe a que en realidad es seguro Don Sebastián, el derrotado y desaparecido rey portugués. La reacción oficial fue inmediata y se instruye un proceso contra Gabriel Espinosa y el fraile por suplantación de la personalidad del rey. La monja se salvó del juicio pero fue encerrada en estricta clausura en el convento de Nuestra Señora de Gracia, en Ávila (aunque posteriormente su suerte cambió con la muerte del rey en 1598: Felipe III la perdonó y acabaría siendo  nombrada Abadesa Perpetua de las Huelgas Reales de Burgos, quizá la mayor dignidad eclesiástica que podía concederse a una mujer de la época).
            Acusados de crimen de lesa majestad, ambos procesados fueron reiteradamente interrogados, algunas veces bajo tormento. Las preguntas, se centraban sobre todo en la identidad del suplantador. Pero poco dijo Gabriel de su vida y andanzas, sosteniendo que su verdadero nombre no era por el que se le conocía sino que lo usaba por ser el que aparecía en su título de pastelero. Su comportamiento fue calculadamente ambiguo, pasando de una confesión de suplantación hasta la negación de la misma.
             El proceso fue controlado personalmente por Felipe II desde la corte, conservándose, dicen los historiadores, una cantidad ingente de correspondencia entre los jueces y el propio rey.
            Finalmente Gabriel Espinosa fue condenado a morir en la horca el 1 de agosto de 1595. Las crónicas narran que su comportamiento durante la ejecución estimuló aún más la leyenda: el orgullo de su mirada, la tranquilidad ajustándose la soga al cuello, la cólera con la que citó a D. Rodrigo, el hombre que lo detuvo, ante el Tribunal de Dios. No corrió mejor suerte el fraile. Fray Miguel de los Santos también fue ahorcado en la Plaza Mayor de Madrid, una vez reducida su condición a la de laico. Tampoco el agustino dejó de contribuir al misterio, afirmado al pie de la horca que había creído firmemente que el pastelero era el rey (recordemos que él había conocido personalmente a Don Sebastián).
            Aunque es opinión casi común que ambos protagonistas eran impostores, esta historia acabó dejando un poso de incertidumbre porque no es fácil explicar del todo el comportamiento mostrado por sus protagonistas. Además es necesario recordar que en juego estaba la corona de Portugal y su separación de España: con la muerte del rey Sebastián sin dejar heredero directo, varios pretendientes optaron por sucederle siendo finalmente Felipe II el que lo consiguió y, si bien es verdad que ejerció como un “rey de dos reinos”, tuvo una clara oposición en un gran sector de la opinión portuguesa.

            Mitos similares al sebastianismo, entendido como la esperanza en el retorno de un triunfador que vendrá a “salvar” al pueblo, los ha habido en todas las civilizaciones y culturas a lo largo de la historia humana.