MUERE BALDASSARE FERRI (18 DICIEMBRE 1680)

       Baldassare, o Baldassarre, Ferri  fue un cantante italiano, que nació en Perugia el año 1610. Su importancia le viene del hecho de que fue el primer gran divo entre los castrati. Los testimonios de la época hablan de unas cualidades excepcionales para el canto “con una voz que unía dulzura y fuerza, claridad y gran extensión, agilidad y perfecta homogeneidad…”. Además era alto, bello, con modales gentiles y con un elegante gusto en el vestir, lo que le proporcionó un considerable éxito social. .
       Descubierto a los 11 años por un cardenal del Vaticano, en seguida lo puso bajo su protección y le procuró las famosas escuelas de canto para su formación.  En 1625 inició su carrera teatral con un éxito grandioso.
         Se trasladó luego a Florencia, donde se convirtió en lo que hoy llamamos un sex-symbol, impropio para la época pero que en su caso llegó a tales niveles que, según cuentan las crónicas, a 4 kilómetros de llegar a la ciudad una turba compuesta únicamente de mujeres fue al encuentro de su carruaje, lo hicieron descender y llevaron en sus hombros hasta la ciudad misma.
       Famoso por toda Europa, viajó a Polonia y Suecia donde cantó para las respectivas cortes reales en una época en la que precisamente ambos países estaban en guerra. Pasó luego por el Reino Unido y Estocolmo donde fue recibido con gran entusiasmo. Entre 1645 y 1665 trabajo para el Emperador Leopoldo I de Austria quien lo tenía en gran estima y poseía en su colección de pinturas un retrato del cantante con la inscripción “Baldassarre Ferri, Rey de los Músicos”.
      Tras permanecer 20 años en la corte de Viena, se retiró inmensamente rico a su ciudad natal a la edad de 55 años, donde falleció el 18 de diciembre de 1680. Legó a una institución de caridad para perpetuar su nombre bienes que sus biógrafos calculan en 600.000 escudos de oro.
      Castrato o castrati es la denominación que se utilizaba en el siglo XVIII para referirse al cantante sometido de niño a una castración para conservar su voz aguda (de soprano, mezzo-soprano o contralto). El término tradicional español (hoy en desuso) referido a estos cantantes era capón. Actualmente se emplea la palabra italiana.
      La costumbre de castrar a los varones tiene sus raíces en oriente y se pierde en el tiempo pero ya en el siglo XI en el imperio Bizantino se usaban algunos eunucos para ejecutar determinadas composiciones musicales. Esta práctica fue conocida en occidente durante los siglos que permanecieron los árabes en la península ibérica, y desde aquí llegó hasta Italia, concretamente a Nápoles, territorio que durante los siglos XVI y XVII formaba parte del reino de Aragón en calidad de virreinato.
    Amparándose en una epístola de San Pablo que impedía a las mujeres intervenir en la práctica musical (“las mujeres permanezcan calladas en la iglesia”), durante el papado de Paulo IV (1555.1559) se expidió una bula que les prohibía cantar en los templos católicos, de donde surgió la necesidad de tener coros estrictamente masculinos. Para las voces femeninas se utilizaron niños pero estos, al crecer, modificaban su tesitura y ya no podían continuar. De este modo, ante la imposibilidad de recurrir a mujeres o niños para las partes agudas, se recurrió a la contratación de castrati y, a pesar de que la iglesia castigaba con la excomunión esta abominable práctica, en la mayoría de los casos la defendía (les denominaban “castrati di Dio”) o, en otras ocasiones, justificaban su presencia aduciendo que habían padecido una enfermedad o un accidente durante su infancia (coces y cornadas solían ser las excusas a las que más se recurría). Sea como fuere, el caso es que la Iglesia católica toleró y propició el uso de la castración con fines musicales; de hecho el Papa Clemente, a finales del siglo XVI, autorizó la castración “ad Gloriam Dei” (por la gloria de Dios).
      La castración, que se ejecutaba al niño que nacía con una voz prometedora, consistía en la destrucción del tejido testicular sin que, por lo general, se llegara a cortar el pene aunque todo dependía en buena medida del momento en que se practicara la operación: en muchos casos, los niños operados antes de cumplir los diez años crecían con rasgos femeninos, cuerpo sin vello, pechos incipientes, pene infantil y ausencia total de apetito sexual. Pero aquellos a quienes se castraba después de esa edad, podían seguir desarrollándose físicamente y a menudo mantener erecciones. No obstante la mayoría de los niños sufrían ese traumatismo a los ocho años. Mediante esa intervención traumática, se conseguía que los niños que ya habían demostrado tener especiales dotes para el canto mantuvieran, de adultos, una tesitura aguda capaz de interpretar voces características de papeles femeninos.
    Aunque, como ocurre en todas las cosas, solo una minoría consiguió el estrellato, los castrati tuvieron una gran popularidad y llegaron a cobrar enormes cantidades de dinero por sus actuaciones. Las carreras de estos castrati más destacados eran comparables a las de las modernas estrellas del rock: recorrían los teatros de ópera europeos y sus cachés alcanzaban cifras fabulosas.
     “¡Viva el cuchillo, el bendito cuchillo”, gritaban extasiadas las admiradoras en los teatros de ópera cuando esta moda de los castrati italianos alcanzó su apogeo en el siglo XVIII, un grito que supuestamente se oía también en las alcobas de las mujeres más modernas de Europa. Que, además, si mantenían relaciones sexuales con ellos, no corrían el riesgo de quedar embarazadas.
      El fenómeno de los castrati permaneció hasta muy avanzado el siglo XIX. A finales del siglo XVIII, con el surgimiento de las ideas racionalistas así como los nuevos gustos que se imponen en la música (Romanticismo), estas voces cayeron en desuso quedando reducidas al ámbito eclesiástico. Voltaire y Rousseau se manifestaron contra la castración. En 1798 la Iglesia Católica permitió que las mujeres cantaran en los coros y el papa Benedicto XIV declaró ilegal la castración. Napoleón I le puso fin a la práctica, como lo hizo el Estado italiano en 1870. Los castrati siguieron actuando en El Vaticano y en otras iglesias, hasta que el papa León XIII prohibió definitivamente su presentación en ceremonias religiosas.
    Para algunos estudiosos Giovanni Battista Velluti, llamado Giambattista, que vivió de 1780 a 1861, es considerado como el último de los grandes castrati. A la edad de ocho años fue castrado por el médico como tratamiento ante una tos pertinaz con fiebre alta, lo que llevó a su padre, que inicialmente había considerado destinarlo a la carrera de las armas, a hacerlo iniciar estudios musicales.
     Posterior sin embargo fue Alessandro Moreschi, que vivió desde 1858 hasta 1922 y se le conoció como "l'angelo di Roma" (el ángel de Roma). Proveniente de una familia católica pobre y prolífica, fue sometido a castración hacia el año 1865 para curarle de una hernia inguinal, un tratamiento que, al parecer, era común en la Italia de la época.  
     Puesto que la castración infantil con fines artísticos había sido prohibida en 1870, Moreschi argumentó que la suya tuvo lugar antes de la promulgación de la norma prohibitoria.
     En 1994 la película “Farinelli il castrato” de Gérard Corbiau planteó el tema con bastante éxito y permitió que se conociera al que es opinión común que fue el más singular y extraordinario castrati de todos los que ha dado la historia.