Es el séptimo planeta desde el Sol y el tercero más
grande del Sistema Solar. Urano es también el primero que se descubrió gracias
al telescopio.
El 13 de marzo de 1781, el organista
profesional William Herschel, al que su afición por la óptica lo había llevado
a construir un telescopio y convertirse en aficionado a la astronomía,
ciudadano de origen alemán afincado en el sur de Inglaterra, una vez terminada
su jornada laboral, aprovechando que el cielo estaba muy limpio y hacía buen
tiempo, decidió dedicar parte de la noche a observar las estrellas en la zona
que tenía previsto. Según cuenta en su diario, llevaba un cuarto de hora escudriñando
el firmamento cuando descubrió que en medio de los puntos-estrella brillaba,
débilmente, una pequeñísima mancha. Se frotó los ojos, cambió de ocular y vio
que, según incrementaba el aumento de la lente, el tamaño del objeto aumentaba
mientras que las estrellas vecinas mantenían su mismo aspecto, lo que
significaba que estas se encontraban demasiado lejos y este punto relativamente
bastante cercano. Esa misma noche escribió que había descubierto algo que bien
podría ser un cometa. Comunicó
la noticia al astrónomo real del observatorio de Greenwich, Nevil Maskelyne,
que advirtió que, para ser un cometa, el astro tenía un aspecto muy extraño
como carecer de cola. El caso es que, si era un cometa, el descubrimiento resultaba
casi banal (los manuales aseguran que, por término medio, a simple vista se
observa un cometa cada diez años) pero, en cambio, si era un planeta, se
trataba de una revolución. Hacía un siglo y medio que se escrutaba el cielo con
ayuda del telescopio y nunca se había descubierto nada parecido.
La noticia no tardó en difundirse por los observatorios pero
por la baja luminosidad del astro la mayoría de los instrumentos de aquel
tiempo no podían captarlo. Incluso se llegó a dudar de su existencia cuando, además,
el descubridor no era más que un aficionado. Por último, tras veinte meses de
trabajo, el astrónomo alemán Bode logró localizarlo catorce veces. Ya no quedó
duda: se trataba de un planeta.
Desde que en la antigüedad los seres humanos miraron al
cielo para descubrir sus secretos, aparecieron Mercurio, Venus, Marte, Júpiter
y Saturno que, además de la Luna y el Sol, varían su relación con las estrellas
fijas y se pueden percibir a simple vista. Después, en el siglo XVI, se
descubrió que en esa relación de los que se llamaron planetas había que incluir
a la Tierra. Luego, en el XVII, se inventó el telescopio, se encontró la
gravitación universal y, pasados ciento cincuenta años, aparecieron los nuevos
planetas.
Urano seguro que ya había sido visto con anterioridad pero por
su enorme distancia brilla muy poco. Dicen los expertos que hay 5.000 estrellas más brillantes que él. Su atmósfera
está formada por hidrógeno, metano y otros hidrocarburos. El metano absorbe la luz roja y por eso refleja
los tonos azules y verdes. Su distancia media al Sol es 2.870.990.000 km. (la
Tierra, 149.600.000 km); su día dura 17,9 horas y el año, el movimiento de
traslación alrededor del Sol, 84 años; la temperatura está alrededor de -210
grados.
(Los planetas giran alrededor del Sol. No tienen luz propia, sino que
reflejan la luz solar. Sus movimientos más importantes son el de
rotación y el de translación, que producen, respectivamente, el día y el año
solar. Cada planeta tarda un tiempo diferente para completarlos.
Los planetas se formaron hace unos 4.650 millones de años, al mismo
tiempo que el Sol y no quedaron estructurados para siempre, por ejemplo el
movimiento rotatorio los va redondeando. Los planetas y todo el Sistema
Solar continúan cambiando de aspecto a ritmos en nada comparables a nuestra
manera de medir el tiempo).
Urano, descubierto por azar, dio pie
a uno de los momentos más memorables y atractivos de la ciencia. Ello ocurrió porque,
estudiados y conocidos sus movimientos, los astrónomos descubrieron algunas anomalías
que naturalmente había qué explicar. Basándose en observaciones de su
comportamiento, se produjeron tablas que indicaban dónde debería encontrarse en
una fecha dada. Sin embargo se encontró que no seguía exactamente la órbita
calculada, que alguna causa alteraba su movimiento. Varias explicaciones
surgieron: ¿habría sido golpeado por un cometa desde su descubrimiento?, ¿acaso
tendría algún satélite muy masivo, pero invisible?, ¿no sería que las leyes de
Newton fallaban a grandes distancias? O, por qué no, ¿existiría algún planeta
invisible que perturbaba sus movimientos?
En 1842 la Academia de Ciencias de
Göttingen ofreció un premio a quien encontrara la solución del problema. Y dos científicos
hallaron la respuesta de forma independiente casi al mismo tiempo. Hechos los cálculos
adecuados, averiguaron que un planeta no visto hasta el momento debía existir y
ser el causante de sus desviaciones. Y así fue. Se señaló un lugar del cielo
donde se predecía que el nuevo planeta debería estar y cinco días después,
pendiente todo el mundo científico de si aparecería, allí estaba el que se
llamó Neptuno. El orgullo de Francia, patria del descubridor, sufrió un pequeño
golpe cuando se supo que esos cálculos habían sido realizados un año antes por
un matemático inglés.
(Parece interesante recordar el reciente debate y
desacuerdo que ha surgido entre los astrónomos sobre qué es un planeta, sobre qué
condiciones debe tener un cuerpo celeste para ser considerado planeta. La
discusión viene con ocasión de Plutón, que tiene unas características “muy
diferentes de los ocho planetas clásicos del Sistema Solar y se asemeja mucho
más a la familia de asteroides”, circunstancia que ha
llevado a que en 2006
la Unión Astronómica Internacional votase una definición que lo excluía de la
consideración de planeta. Pero no todos los astrónomos están de acuerdo con esa
decisión y los disconformes con la exclusión mantienen el debate con
apasionamiento. Como ha dicho algún comentarista, en el fondo esto se debe a que cada
vez se conoce mejor el cielo, las condiciones de los astros y su número).