Carlos
I (V, de Alemania), nacido en Gante, nieto de los Reyes Católicos e hijo de
Fernando (el “Hermoso”) y Juana I de Castilla (que ha pasado a la historia como
Juana la Loca) había nacido en Gante y cuando llegó a España, en septiembre de
1517 después de haberse proclamado rey “juntamente con la católica reina” en lo
que algunos historiadores califican como golpe de Estado, desconocía nuestro
idioma y nuestras costumbres, y llegó rodeado de una corte de flamencos que en
seguida ocuparon los puestos más decisivos de lo política, siendo el
nombramiento más escandaloso el de Guillermo de Croy, un joven de tan solo 20
años, como arzobispo de Toledo para sustituir al Cardenal Cisneros. Era obvio
que “ni su educación ni las personalidades que le acompañaban lo habían
preparado para interesarse por sus nuevos súbditos”. Y para colmo la codicia de
los flamencos, que llegó a ser proverbial, les permitió entrar a saco en el
tesoro de Castilla.
Ya
cuando Carlos salió de Castilla, primeras tierras que visitó, camino de Aragón,
en 1518, dejaba un amplio malestar en el pueblo hasta el punto que se inició una
campaña de predicadores en contra de los extranjeros.
Así
estaban las cosas de tensas cuando muere el emperador de Alemania, abuelo suyo,
y se pone en marcha el mecanismo de su sustitución. En dura competencia con el
rey francés, Carlos consigue ser elegido emperador, lo que supone tres
consecuencias. Recién llegado a España, tiene que marcharse de nuevo para tomar
posesión; ha de anteponerse el cargo de emperador al de rey de Castilla, algo
que molesta profundamente a los castellanos a quienes nada interesan esas
cuitas alemanas, y, lo peor, para financiar el soborno que hubo de pagar a los
electores y, además, los gastos del viaje había que aplicar un aumento
considerable de los impuestos.
La
ciudad de Toledo encabezó la rebelión, mientras, un grupo de frailes de
diversas Órdenes redactaron un manifiesto llamando al levantamiento.
El
rey decidió convocar Cortes en Galicia para votar la nueva fiscalidad, pensando
en controlar a los procuradores e incluso, si fuese necesario, convencerlos
mediante “promesas, sobornos y presiones”. Al final 12 ciudades votaron a favor
del rey, cuatro (Córdoba, Madrid, Murcia y Toro) se opusieron, mientras
Salamanca y Toledo se negaron a participar.
A su vez la gota que
colmó el vaso de la indignación popular fue la decisión de que, mientras duraba
el viaje a Alemania, quedaba al frente del gobierno el cardenal Adriano, un
extranjero.
La
vuelta a casa de los procuradores fue terrible: se saquearon sus casas y sus
posesiones y alguno fue ahorcado por la muchedumbre. El Consejo real pidió la
intervención de la artillería que estaba en Medina pero, cuando el capitán
general se presentó en la ciudad, se originó un motín que acabó en un inmenso
incendio que causó daños considerables en bienes y edificios.
La
revuelta estalló y al frente de ella se puso la denominada Junta General de
Comunidades, a la que se fueron incorporando cada vez más ciudades. Fue
entonces cuando decidieron tomar Tordesillas, donde se encontraba encerrada la
reina doña Juana, para informarla de lo que estaba ocurriendo y constatar si
podían contar con su apoyo. La reina los recibió, les dio su apoyo pero se negó
a firmar documento alguno, lo que a juicio de los historiadores salvó el trono
para Carlos.
Aunque
la mayoría de los comuneros opinaba que la Junta debía actuar como un verdadero
gobierno revolucionario, algunos de sus miembros empezaron a atemorizarse ante
la nueva situación. De ello se aprovechó el cardenal Adriano para abrir una
brecha entre los sublevados a los que se unieron muchos nobles, ansiosos de entrar
en el patrimonio real, que empezaron reunir tropas para defenderse, al tiempo
que la Junta decidió crear sus propias milicias. Unido todo ello a que el rey
desde Alemania, decidió renunciar a lo aprobado en Galicia y nombró a dos
castellanos para que se unieran en el gobierno al cardenal, el enfrentamiento
bélico estaba a la puerta.
Tras
tomar Tordesillas los realistas para impedir que los comuneros pudiesen tener
informada a la reina, y algunos escarceos militares o batallas de mediana
proporción, en Villalar se encontraron ambos ejércitos. En medio de una intensa
lluvia, Padilla intentó primero atrincherar a sus prácticamente 6.000 hombres pero
no consiguió desplegar a sus tropas y se vio obligado a presentar batalla. La
caballería realista, compuesta por unas 500 o 600 lanzas, aplastó al ejército
rebelde, que no tuvo tiempo de desplegarse.
La batalla se saldó
con prácticamente mil bajas por parte de los comuneros y el apresamiento de sus
líderes principales: Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado, que
fueron decapitados en la mañana del 24 de abril en un cadalso situado en la
Plaza Mayor de la ciudad, estando presente la mayor parte de la nobleza afín al
rey, que asestaba así un golpe prácticamente definitivo a la rebelión.
Aun quedaron algunos comuneros, de
los cuales los principales fueron Pedro Maldonado, hermano de Francisco y el
obispo Acuña, los cuales fueron ajusticiados más tarde. La viuda de Padilla, María
Pacheco consiguió resistir y acabó exiliada en Portugal hasta su muerte. Carlos
fue excomulgado por haber ejecutado a un obispo pero el cardenal Adriano fue
elegido papa y le perdonó.
Muchas y variadas interpretaciones
ha tenido esta historia. Desde quienes consideran que fue un anticipo de las
revoluciones populares europeas a los que la entienden como una alianza de la
nobleza y la Corona lo que dio origen al absolutismo que tanto tiempo perduró
en España.
La Comunidad de Castilla y León decidió hacer su fiesta
regional el día de la batalla de Villalar en homenaje a los comuneros.