DESTRUCCIÓN DE MEDINA AZAHARA (9 MAYO 1013)

            El año 929 de nuestra era, Abderramán III (912-961), que hasta aquel momento era el emir de Córdoba, se proclamó califa, las más alta dignidad política y religiosa dentro del Islam, separándose de la dependencia de Oriente. (El emirato había sido instaurado por Abderramán I en el año 756 y, transformado en califato, perduró oficialmente hasta el año 1031, en que fue abolido, lo que dio lugar a la fragmentación del estado omeya y su transformación en multitud de reinos, conocidos como taifas).
            El cambio de la situación institucional exigió la adopción de una serie de medidas políticas, económicas, religiosas y hasta urbanísticas, entre las que estaba la construcción de una ciudad para albergar la nueva referencia oficial: la residencia del califa y la sede de los órganos de dirección del nuevo Estado. Se eligió para ese núcleo urbano un emplazamiento a unos cinco kilómetros hacia el oeste de Córdoba: Medina Azahara o “la ciudad de Zahra”. Aunque luego la cultura popular y los versos de algunos poetas árabes crearan la bella leyenda de que fue un homenaje a la favorita del califa y que el nombre de la ciudad venía del azahar que permitía ver en primavera todo lleno de blanco, los principales motivos de su construcción fueron de índole político-ideológica.
            Las crónicas de la época cuentan la magnificencia y el gasto que supuso la ciudad acorde a ser, como se ha dicho, el centro político, económico, religioso, social y administrativo de todo el poder árabe de Occidente. Las obras comenzaron en 936 y finalizaron tras cuarenta años de trabajos. Se conocen las fabulosas inversiones que se gastaron en su construcción así como la brillantez de los materiales que se utilizaron y que se trajeron de los más remotos lugares.

            Pero Medina Azahara sobrevivió poco tiempo y su destino estuvo vinculado a los avatares del califato cordobés. Muerto Abderramán III, le sucedió su hijo mayor Al-Hakem II (961-976) y a éste Hixem II, que fue nombrado califa con once años de edad.     Fue entonces cuando un funcionario, que había venido de Algeciras a Córdoba a estudiar jurisprudencia y literatura y que había ido ascendiendo en la escala del poder, consiguió el nombramiento de mayordomo, lo que en nuestro sistema político llamábamos valido: el que en nombre cristiano quedó como Almanzor, que falleció en 1002.
            Hixem II fue obligado a abdicar en 1009 y, aunque restaurado en el trono en 1010, ya no hubo manera de mantener un poder central, con líderes golpistas que se hacían nombrar califas y que en algún caso solo duraron en el poder dos o tres meses.  
            Fue en el contexto de esta situación, cuando una de las muchas revoluciones del momento, en este caso de bereberes ayudados por el rey Sancho de Castilla y encabezados por Suleiman, al que erigieron como califa, produjo el comienzo de la destrucción de Medina Azahara.   
            Tan arrasada quedó que solo sirvió para cantera de lujo. Llegó a perderse hasta el lugar exacto de su emplazamiento y el recuerdo de su nombre que quedó como “Córdoba, la vieja”. Los eruditos del siglo XIX reivindicaron su estudio y en 1911, con las primeras exploraciones, se produjo su descubrimiento. A partir de los años cincuenta, el Estado inició su excavación, asumida luego por la Junta de Andalucía.

            (El hecho de que Suleimán, protagonista junto con los bereberes de la destrucción de Medina Azahara, ocupase el trono de califa en dos ocasiones, la primera en 1009, ha dado origen a la disparidad de fechas sobre este acontecimiento. En todo caso, aquí se señala, como comienzo de la destrucción de Medina Azahara, la segunda oportunidad en que, apoyado también por las tribus de esa etnia, ocupó la capital cordobesa: el 9 de mayo de 1013).