SUPRESIÓN DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS (JESUITAS) (16 AGOSTO 1773)

    El 21 de julio de 1773 el papa Clemente XIV firmó la orden de Disolución de la Orden, que se hizo efectiva el día 16 de agosto cuando el secretario de la comisión de cardenales se presentó en la Casa General y la aplicó. Antes los jesuitas habían sido expulsados de Portugal (en 1759) de Francia (1764) y España (1767). Esta decisión no se tomó de repente sino que ya el papa anterior, Clemente XIII (1758-1769), había sufrido presiones muy fuertes para que la llevara a cabo.

   El asunto venía de atrás. A los jesuitas, considerados por aquel entonces “el ejército de la iglesia”, se les venían achacando errores, posiciones políticas reprobables y hasta comportamientos que podían considerarse criminales. Errores ideológicos y doctrinales como el debate que sostuvieron con franciscanos y dominicos en torno al vocablo más conveniente para designar a Dios, tal como nosotros lo entendemos, en la lengua china o cómo había que traducir el concepto cristiano y también cuál debería ser su acomodación a nuestros comportamientos religiosos, lo que en la historia se conoce como “el asunto de los ritos chinos”. Posiciones políticas reprochables como “La teoría del regicidio”, que consiste en el derecho que asiste a cualquiera a matar al rey si éste se comporta como un tirano. Un atentado fallido contra el rey de Portugal del que los hizo responsables el primer ministro o el envenenamiento de las aguas de Madrid eran fechorías que se les achacaban. Y hasta un grave caso de corrupción económica en Francia, real en este caso pero del que los tribunales acabaron responsabilizando a toda la Orden.
   Discusiones aparte sobre unos y otros hechos que se imputaron, la realidad es que los jesuitas en aquel momento gozaban de un enorme poder casi en todo el mundo, especialmente en América y Europa, y tenían a su cargo la educación de las élites gobernantes. Todo lo cual planteaba un extraordinario problema social, cultural y de poder y daba origen, con razón o sin ella, a la suspicacia de determinados poderes fácticos y a que entre el pueblo fuese creciendo la sospecha de que poseían una maldad sin límites. Como una especie de guinda política, hay que mencionar el afán del papado en controlar el poder temporal de los Estados al estilo casi medieval y la respuesta de los gobiernos ilustrados de la Europa del siglo XVIII en algún caso queriendo asumir la jefatura religiosa al estilo del anglicismo.

    Clemente XIII, que no estuvo de acuerdo con las dichas expulsiones, no se opuso quizá con la suficiente energía pero sí fue capaz de aguantar la presión para que suprimiera la Orden. A su muerte fue votado Clemente XIV, en un cónclave lleno de interferencias, intrigas y presiones relacionadas todas ellas con la pretensión de que la elección se hiciera depender, como condición indispensable, de un previo compromiso escrito de suprimir a los jesuitas.

    Para que pudiera ser elegido algún candidato dispuesto a rubricar un documento así, los embajadores de la Francia y España, en virtud de su derecho de veto, excluyeron a 23 de los 47 cardenales, de los que sabían que no accederían a su pretensión; 9 ó 10 más no eran papables por su avanzada edad o por otras razones y, quedando solamente 4 ó 5 elegibles, comenzaron a sondear a este respecto al cardenal Ganganelli, que aceptó firmar un texto en el que declaraba “que él reconocía en el soberano pontífice el derecho a extinguir, con buena conciencia, la Compañía de Jesús, siempre que se respetara el derecho canónico; y que era deseable que el papa pudiera hacer todo lo que estaba en su poder para satisfacer los deseos de las coronas”. (El documento original, sin embargo no se encuentra en ninguna parte, aunque su existencia parece firmemente establecida).
   Pasados muy pocos meses de la entronización de Clemente XIV, los tres Monarcas borbones se dirigieron al Romano Pontífice con un documento en el que aseguraban que “aún creemos que la destrucción de los jesuitas es útil y necesaria; ya hicieron esta petición y la renuevan en este día”, planteaban su exigencia y le conminaban a que en un plazo de dos meses la llevara a cabo. El papa trató de dar largas contestando que “tenía que consultar a su conciencia y su honor” y pidiendo tiempo. Y para contentar a los demandantes comenzó a mostrar hostilidades abiertas contra los jesuitas, rehusando ver al padre general y eliminando de su entorno a los miembros de la Orden.
    Pero al final cedió y, mediante el documento “Dominus ac Redemptor noster”, suprimió la Compañía de Jesús en 1773. El Padre General, Lorenzo Ricci, y su Consejo de Asistentes fueron apresados y encerrados sin juicio alguno. No obstante y, dados los privilegios reales que les permitían suspender en sus respectivos países los documentos papales, la Compañía siguió subsistiendo de hecho en Silesia, con Federico II, y en la Polonia rusa con Catalina II, incluso de derecho.
    A su vez el 7 de agosto de 1814 una bula del papa Pío VII la restableció.

     La Compañía de Jesús, los jesuitas habían sido fundados por san Ignacio de Loyola, san Francisco Javier y otros cinco compañeros en París, en 1534.

Resumen del documento (según la Enciclopedia Católica”: El Breve "Dominus ac Redemptor noster" (los documentos pontificios se titulan siempre con las primeras palabras) se abre con la afirmación de que es oficio del papa asegurar en el mundo la unidad de mente en la obligación de la paz por lo que tiene que estar preparado, por causa de la caridad, para arrancar de raíz y destruir las cosas que le son más queridas, a pesar del dolor y amargura que le cause su pérdida. Con frecuencia los papas que le han precedido han hecho uso de su suprema autoridad para reformar y hasta disolver órdenes religiosas que se han convertido en dañinas o que destruyen la paz de las naciones en vez de promoverla. Se citan numeroso ejemplos y el Breve continua: ”Nuestros predecesores, en virtud de la plenitud de poder que les es propia como vicarios de Cristo, han suprimido tales órdenes sin permitirles establecer sus quejas ni refutar las graves acusaciones hechas contra ellas ni impugnar los motivos del papa”. Clemente tiene que afrontar ahora un caso similar, el de la Compañía de Jesús. Enumera los grandes favores concedidos por papas anteriores y observa que “el mismo tenor y términos de dichas constituciones apostólicas muestran que la Compañía desde sus primeros días lleva los gérmenes de la disensión y de los celos lo que hace que sus miembros se desgarren, les lleva a levantarse contra otras órdenes religiosas, contra el clero secular, contra las universidades y hasta contra los soberanos que les han recibido en sus estados.”

Sigue una lista de los conflictos en los que los jesuitas se han visto envueltos desde Sixto V a Benedicto XIV. Clemente XIII había esperado callar a sus enemigos renovando la aprobación de su Instituto “pero la Santa Sede no consiguió el consuelo ni la Sociedad la ayuda ni la Cristiandad ventaja alguna de las cartas apostólicas de Clemente XIII, de bendita memoria, cartas que fueron conseguidas con presiones más que libremente concedidas”. En el reinado del actual papa “los gritos y quejas contra la Compañía crecen día a día y hasta los mismos príncipes cuya piedad y benevolencia hereditaria hacia ella son favorablemente conocidos de todas las naciones - nuestros amados hijos en Jesucristo los reyes de Francia, España, Portugal y las Dos Sicilias – se vieron obligados a expulsar de sus reinos, estados y provincias a todos los religiosos de esa orden, sabiendo bien que esta extrema medida era el único remedio a tan grandes males”. Ahora se demanda la completa abolición de esta orden por los mismos príncipes. Después de una larga y madura consideración el papa “compelido por su oficio, que le impone la obligación de procurar, mantener y consolidar con todo su poder la paz y tranquilidad del pueblo cristiano – y más aún, persuadido de que la Compañía de Jesús ya no es capaz de producir el fruto abundante y el gran bien para el que fue instituida – y considerando que mientras exista, es imposible para la Iglesia disfrutar de la paz libre y sólida”, resuelve “suprimir y abolir” a la Compañía, “anular y abrogar todos y cada uno de sus oficios , funciones y administraciones”.

El caso de España

    No gustó al rey de España, Carlos III, el documento pontificio, al que consideró demasiado blando porque no condenaba ni la doctrina, ni la moral ni la disciplina de las víctimas.
   De todas maneras en nuestro país, tras haber salido de Portugal y Francia, Carlos III, a principios de abril de 1767, entre la noche del 31 de marzo y la mañana del 2 de abril, dictó una Pragmática Sanción expulsándolos de nuestros territorios. Al mismo tiempo, decretaba la incautación del valioso patrimonio que la Compañía de Jesús tenía en estos reinos (haciendas, edificios, bibliotecas), con la finalidad de aniquilar y destruir todo rastro, material y formal, que quedase de la Compañía. Valga el ejemplo de que entre las prestaciones que se entregaron a los colonos en las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y Andalucía se ordenó incluir casas que habían sido de su propiedad.
   Fue una operación secreta, rápida y eficaz. Debido al silencio oficial que el Rey “se reservó en su real ánimo”, (un procedimiento excepcional que consistía en que el rey tenía la capacidad legal de guardarse para sí las verdaderas razones de una decisión, una especie de secreto de Estado a la antigua usanza y que provenía de procedimientos de la Inquisición) nunca han sido conocidas del todo las razones de esta decisión. Era no obstante evidente que en aquel momento la Compañía sufría un claro clima hostil en sectores del gobierno, la clase política, en el ambiente universitario y en medios intelectuales. Se les achacó de una u otra manera responsabilidades en el fomento de los motines que se sucedieron en España, en especial el de Esquilache, y hasta se hizo correr el rumor de que iban –o ya habían- a envenenar el agua).

Texto de expulsión y extrañamiento de España:

"Don Carlos, por la gracia de Dios, rey de Castilla, &c.:
Sabed: Que habiéndome conformado con el parecer de mi Consejo real, en el extraordinario que se celebró, con motivo de las resultas de las ocurrencias pasadas (los motines, sediciones y tumultos de Madrid, Cuenca, Azcoitia, Zaragoza y otras poblaciones de Aragón, Navarra y Andalucía), en consulta de 29 de Enero próximo pasado, y de lo que sobre ella, conviniendo en el dictamen, me han expuesto personas del más elevado carácter y acreditada experiencia; estimulado de gravísimas causas, relativas a la obligación en que me hallo constituido de mantener en subordinación, tranquilidad y justicia a mis pueblos, y otras urgentes, justas y necesarias, que reservo en mi real ánimo:
Usando de la suprema autoridad económica que el Todopoderoso ha depositado en mis manos, para la protección de mis vasallos y respeto de mi corona, he venido en mandar extrañar de mis dominios de España, Indias, e islas Filipinas, y demás adyacentes, a los regulares de la Compañía, así sacerdotes como coadjutores o legos, que hayan hecho la primera profesión, y a los novicios que quisieran seguirles; y que se ocupen todas las temporalidades de la Compañía en mis dominios; y para su ejecución uniforme en todos ellos, he dado plena y privativa comisión y autoridad al conde de Aranda, presidente de Consejo, con facultad de proceder desde luego a tomar las facultades correspondientes."

(Puede verse “Muere el papa Clemente XIV” el 2 de septiembre de 1774)