BATALLA DE FARSALIA (9 AGOSTO 58 A.C.)

Parece que pocas culturas, naciones o países se escapan en algún momento de su historia de una guerra civil. Así ocurrió en Roma cuando se enfrentaron Julio César y Cneo Pompeyo Magnus, en el contexto de una muy larga batalla política, social, económica y militar, de un siglo aproximadamente de duración, entre los dos grupos políticos principales –hoy diríamos, con más o menos precisión, partidos-, los optimates y los populares, la derecha y la izquierda, los conservadores y los populares o progresistas. Julio César representaba los intereses populares, Pompeyo los de los optimates. El triunfo final del primero supuso el momento de gran esplendor  y apogeo de la causa popular en la historia del Roma.

            Los optimates (de óptimo) constituían la facción oligárquica, aristocrática y conservadora. Deseaban limitar el poder de las asambleas populares aumentando el del Senado y, entre otros objetivos políticos, defendían los altos intereses económicos y eran partidarios de restringir la concesión de la ciudadanía romana. Los populares precisamente estimulaban esas asambleas, tenían un proyecto económico de reparto de grano y valor de las monedas alternativo y defendían la extensión de la ciudadanía más allá de la ciudad de Roma, lo que hoy se explicaría como una política de inmigración inclusiva y no exclusiva como la conservadora. 

            La batalla de Farsalia (el nombre de una extensa llanura en territorio griego donde ocurrió) fue decisiva. Para algunos historiadores la obra maestra de César. Pompeyo, acompañado de senadores y su bagaje correspondiente, había huido a Grecia y, aunque parece que era partidario de evitar el enfrentamiento directo, empujado por los suyos que le reprochaban una cierta pasividad (sus soldados le censuraban la inactividad, y Plutarco señala que incluso se conspiraba directamente contra él) y, amparándose en la superioridad militar, decidió presentar combate, que era justamente lo que deseaba Julio César.
            Éste escribe en los “Comentarios a la Guerra Civil” (libro que muchos estudiantes de latín han tenido como texto a traducir) que en las dos horas que duró la batalla tuvo 200 muertos -sin contar las bajas causadas a sus tropas auxiliares y a la caballería aliada- y que su enemigo unos 10.000 pompeyanos. Es muy posible que las bajas totales de César alcanzaran los 1.200 hombres. Es fácil explicar este desfase en la pérdida de hombres, si tenemos en cuenta que las tropas de Pompeyo combatieron sin orden ni concierto contra las sólidas cohortes de César formadas en orden de batalla.
            (Cuenta Indro Montanelli que la “víspera de la batalla, en el campamento de Pompeyo hubo grandes banquetes, discursos, tragos y brindis por la victoria. César comió un rancho de trigo y col con sus soldados, en el fango de la trinchera”).
           
            Pompeyo huyó a Egipto donde fue asesinado. La cabeza fue enviada al rey Ptolomeo, quien se la entregó a César como muestra de amistad. Éste, en vez de agradecer la muerte de su enemigo, rompió a llorar (Pompeyo había sido su amigo, aliado y el marido de su hija) y posteriormente montó en cólera. La cabeza fue enviada a Roma por César y enterrada con honores. Su cuerpo fue rescatado e incinerado.