EL DÍA QUE NO EXISTIÓ (5 OCTUBRE 1582)

La anécdota (real) cuenta que Teresa de Jesús, que había muerto el día 4 de octubre de 1582, no pudo ser enterrada el 5 ni el 6 sino que lo fue el día 15 de ese mes. Y ello no se debió a alguna razón religiosa, mística, popular, sanitaria o de cualquier otra índole teórica o doctrinal sino simplemente porque el día siguiente al 4 de octubre de 1582, cuando amaneció, no llegó el día 5 ni el 6 sino el 15 de octubre.
Desde hacía muchos siglos, desde la época romana al comienzo de nuestra era, el calendario que venía rigiendo la vida y la organización social era el llamado “juliano” por la autoría de Julio César. Este calendario había tenido como virtud principal abandonar el año lunar, es decir, contabilizar el tiempo por las fases de la luna como habían venido haciendo prácticamente todas las civilizaciones y culturas, y ajustar el almanaque al desarrollo del sol. Era una clara ventaja pero tenía algunas carencias evidentes, entre otras que no contabilizaba bien la duración del año solar por lo que persistía el problema de fijar la fecha de la Pascua de Resurrección de manera que se celebrase en todas partes al mismo tiempo y se evitara el claro desajuste sobre esa celebración. Pero a pesar de estas observaciones no sólo no se consideraba urgente su reforma: incluso había en la iglesia quien creía que el calendario había sido aprobado por Dios y por tanto era intocable para reyes y papas.
Es bueno conocer que casi hasta los tiempos modernos la contabilidad de los días y los meses apenas afectaba a la vida y a la de la gente, sobre todo en el mundo rural, que estaba más atenta a las expresiones naturales del calor o del frío mediante los sistemas tradicionales del cambio de estaciones: por lo general la gente del campo no miraba el calendario porque no le afectaba y ni lo conocía. Valga un par de ejemplos para aclarar esta situación. En Roma el calendario era secreto y sólo disponían de él los sacerdotes, los jefes políticos, los aristócratas y algunas profesiones de élite como los abogados, hasta que un liberto lo robó y lo puso en el tablón de anuncios del Senado y excluía de su influencia legal a los campesinos, los jornaleros y a la plebe, que se regían por las estrellas, el sol o la luna. Otro detalle a tener en cuenta: ni se utilizaba la manera de contar el tiempo de la misma manera en todas partes porque hasta cualquier jefe de poca monta podía alargar los días en su jurisdicción si tenía un huésped de su agrado o acortarlo, si ocurría lo contrario. El caso en definitiva es que, aunque con sus deficiencias notables, el calendario juliano necesitaba una revisión, ésta no se consideraba urgente.
Hasta que llegó el papa Gregorio XIII (elegido como tal en 1572 y que murió en 1585) que, queriendo cumplir algunas disposiciones del concilio de Trento como, por ejemplo, el referido a la fecha de la Pascua, decidió revisar y reformar el calendario. Lo que supuso que, como el año juliano sobrepasaba el año solar en 11 minutos y 14 segundos, para compensar el desajuste, el papa Gregorio suprimió 10 días: del 5 al 14 de octubre de 1582. Y de este modo se pasó directamente el día 4 al 15.
La reacción de la gente que vivía en ese momento fue muy diversa pero por lo general sintió incomodidad y enfado. Es como si de golpe y porrazo “perdieran” diez días de su vida, les hubieran robado una decena de años. ¿Qué pasaba de los impuestos no recaudados, los sueldos no cobrados y los plazos de entrega? Los banqueros se preocupaban calculando los intereses de un mes de 21 días y ¿cómo celebrar los aniversarios de boda o los cumpleaños? Y otras muchas cuestiones tales. Las objeciones teóricas llegaron hasta el punto de que hubo un teólogo que, ateniéndose a que se al ser perpetuo negaba el Juicio Final.
La verdad es que, visto desde hoy, fue un documento político lamentable por el fondo y por la forma. Aunque técnicamente se acomodaba al desarrollo del año solar, al promulgarse como mandato del concilio de Trento, salvo los países muy católicos, todos los demás creyeron que era una provocación y eso garantizaba que la mayoría no iba a acatar esta disposición, especialmente los protestantes que dominaban toda Centroeuropa y contra los que se organizó el concilio de la contrarreforma. Tal vez en la Edad Media, cuando el poder temporal de los papas era consistente, hubiera tenido eficacia una disposición de este tipo pero en esos momentos históricos, en los que además el poder político estaba muy repartido, con reinos y ducados amigos y enemigos del papado, familias y pueblos divididos entre católicos y protestantes, la inquisición tratando de domesticar a judíos, brujas y herejes, algunos protestantes quemando vivo a Miguel Server por defender la circulación de la sangre... Pero también en la forma: valga el detalle de que hasta los calendarios estaban ya impresos y las festividades, conmemoraciones, ferias y demás celebraciones distribuidas.
En cuanto a su entrada en vigor, (por supuesto las otras civilizaciones como los chinos, los musulmanes, los ortodoxos, etc continuaron con sus calendarios de siglos) sólo España, Portugal e Italia se las arreglaron a última hora para aceptarlo, pero Francia, Bélgica, y parte de los Estados flamencos se fueron incorporando poco a poco. El problema vino, como era de prever, de los Estados y entidades políticas gobernados por protestantes que llegaron a argüir, junto a argumentos serios y convincentes debido a sus posiciones religiosas en relación al papado (por ejemplo, que la reforma del calendario correspondía a las autoridades civiles y no al papado), otros más pintorescos en boca de personajes extraños que siempre los hay en todas partes: argumentos tales que ello había producido que los agricultores ya no sabían cuándo debían plantar, que los pájaros estarían confundidos y no sabrían cuándo cantar o salir volando. Lo católicos por el contrario también contaban sus historias inventadas como que un nogal había florecido diez días antes como apoyo a la reforma. Pero en lo que sí llevaban razón era cuando aducían la defensa inquebrantable de la Iglesia católica al anteriormente vigente.
El problema de todas maneras más angustioso se producía en el límite geográfico de los dos calendarios vigentes, el que había suprimido los diez y el que no. Alguien que saliese de viaje de Ratisbona (católica) el 1 de enero a Nuremberg (luterana), a 70 kilómetros, llegaba a ésta última el 21 de diciembre del año anterior. Si era un mulero que llevaba una carga e hiciese el viaje al revés, ¿le reprocharían que hubiera tardado diez días? y alguien que se casara el 10 de junio en Ratisbona ¿seguiría soltero en Nuremberg sonde era diez días antes?. Se cuenta la anécdota de un agricultor que queriendo información sobre el nuevo calendario, solicita información y se le presentan un sacerdote y el demonio. Bromas aparte ¡hasta ese nivel ideológico se había enconado el ambiente por haber aportado el Papa razones religiosas de contenido para su justificar su reforma!
En realidad, como ya se ha dicho, en la vida real la influencia no fue tan significativa como hubiese sido hoy cuando la vida se mide con otros parámetros de alta precisión. Gracias a esa situación social, no fue excesivo problema la tardanza en enterarse la gente de esa decisión papal. Hay que ser conscientes de las carencias del sistema de comunicación de entonces. Sin teléfono ni televisión, las informaciones s extendían mediante “correos” que tardaban meses en llegar. ¡Cuantos combatientes no han fallecido en las guerras de la antigüedad por seguir luchando por desconocer que sus jefes se habían rendido o firmado la paz!
Gran Bretaña fue el penúltimo país europeo en incorporarse a la reforma, 1752, y Suecia la última al año siguiente. En cuanto a los orientales, aunque conservaron sus sistemas tradicionales, comenzaron a tener en cuenta estos nuevos parámetros, en Japón en 1873 y los chinos en 1912 con Mao Zedong.