AUTORIZADOS LOS CHINOS A CORTARSE LA COLETA, ANTES OBLIGATORIA (7 DICIEMBRE 1911)

A nadie se le oculta la significación social, higiénica, económica y demás del vestido, de la vestimenta. Desde aquella primera pluma que un jefe prehistórico decidió colocarse para que todos vieran con claridad quién era el que mandaba, la manera de vestirse ha sido y es una de las formas más demostrativas de lenguaje: la ropa que uno lleva comunica a los demás su posición ideológica, su nivel económico, su pertenencia a un grupo, su categoría social.
            
            Si los científicos están en lo cierto, los humanos empezamos a vestirnos hace unos 70.000 años, entre 42.000 y 72.000 de acuerdo a otras precisiones. Antes habíamos permanecidos desnudos durante un millón de años desde que nuestros antepasados perdieron el vello corporal.
            Hasta nuestros días la vestimenta ha sufrido numerosas transformaciones. En cuanto a su estructura, debidas al descubrimiento de nuevos tejidos. Pero sobre todo, al haberse convertido en significado cultural de primer orden, ha adquirido múltiples y variadas formas acordes a condicionantes comerciales, climáticos, religiosos, económicos, estéticos y, por supuesto, ha estado y está sometida a los dictados del poder político o ideológico.
            Por citar algún ejemplo histórico, en la historia de España ha sido muy relevante el llamado “Motín de Esquilache”. En 1776, siendo rey Carlos III, tuvo lugar, primero en Madrid y después en otros puntos de España, una amplia revuelta popular que estuvo cerca de poner en peligro a la figura real. El detonante fue la publicación de una norma municipal que regulaba la vestimenta de los madrileños prohibiendo vestir, con la excusa de que embozados podían incluso esconder armas, la capa larga y el sombrero de ala ancha e imponiendo la capa corta y el tricornio, de origen extranjero. La idea había partido de Leopoldo de Gregorio, marqués de Esquilache, un ministro de origen italiano que se había propuesto modernizar al estilo europeo la considerada por algunos historiadores la capital más sucia e insalubre del continente. Había sido él quien había ordenado la pavimentación e iluminación de vías y la creación de paseos y jardines al tiempo que se había propuesto limpiar las calles de basura y excrementos humanos y animales mediante la construcción de fosas y pozos sépticos, prácticamente desconocidos en los barrios populares. Pero esa decisión sobre la capa y el sombrero impidió el desarrollo de sus intenciones reformistas pues ya no tuvo tiempo de ejecutarlo porque fue cesado por el rey y tuvo que volver a su tierra. Con la excusa de no aceptar la vestimenta, el pueblo se levantó, aunque los estudiosos afirman que la verdadera causa de ese rebeldía fue el hambre, las constantes subidas de precio de los productos de primera necesidad y el recelo de los españoles a los ministros extranjeros traídos por Carlos III.
            Como es sobradamente conocido, en la actualidad precisamente uno de los debates que están más vivos es el referente al uso de la vestimenta de origen árabe e islámica en los países de cultura occidental.
  
            La noticia que refiere este domingo es la publicación el 7 de diciembre de 1911 por el emperador Xuantong (Puyi, el llamado “último emperador”, con la revolución encima) de un edicto que autorizaba a los varones chinos poder cortarse la coleta, dando así fin a cientos de años de una manera de vestir,  símbolo de obediencia hacia su majestad.
           
            El comienzo de la obligación para los hombres de llevar la coleta vino de la última dinastía que gobernó China, la dinastía Qing (1644-1911) de origen manchú. Durante la minoría de edad del emperador Shunzhi (nacido el 15 de marzo de 1638 y fallecido el 5 de febrero de 1661, segundo emperador de dicha dinastía y el primero que reinó sobre toda China), que había sido designado como tal a los seis años, el regente Dorgon aplicó políticas y tomó decisiones que discriminaban a la población china y confirmaban los privilegios de los manchúes como clase dirigente. Entre ellas, una de las más humillantes fue la obligación de cambiar de ropa y adoptar el corte de pelo manchú, con su característica coleta, como expresión de lealtad a la nueva dinastía.

            En los últimos años del siglo XIX, el ambiente contra la dinastía Qing, reinante, iba creciendo por momentos. La aparición de numerosos movimientos revolucionarios que pedían la formación de una república (entre los que estaba el dirigido por Sun Yat-sen que andaba viajando por los Estados Unidos reclamando apoyo para su proyecto político) y la derrota en la guerra con Japón, 1894-1895, por la que China reconocía la independencia de Corea y cedía Taiwán a Japón, dejaron sin apoyo político ni social a la dinastía.

            El llamado levantamiento de Wuchang, ocasionado de manera imprevista pero que sirvió de ocasión prodigiosa para los citados movimientos, provocó la revolución que acabará con el derrocamiento definitivo del último emperador Qing,  Puyi, en 1912, y la implantación de la Liga Republicana Revolucionaria, acabando así el reinado de los Hijos del Cielo que había comenzado en el año 2000 a. C.