AUTO DE FE PROMOVIDO POR FRAY DIEGO DE LANDA EN EL QUE SE INCINERAN NUMEROS CÓDICES, EFIGIES Y OBJETOS SAGRADOS DE LOS MAYAS (12 JULIO 1562)


Diego de Landa, natural de La Alcarria (nacido en 1524 y fallecido en Mérida –Yucatán- en 1579), fue uno de los primeros frailes franciscanos que viajó a Méjico, a la península de Yucatán, en donde trabajó intensamente durante tres décadas en la evangelización de los nativos mayas, y fue nombrado obispo de esa tierra en 1572.

            Debido a la reticencia de éstos para abandonar su religión y aceptar la fe católica, mandó, primero, prender a un buen grupo de gobernantes, que fueron torturados y, a continuación, el 12 de julio de 1572, realizó el llamado “Auto de fe de Maní”, uno de los mayores, más famosos y más lamentables que se recuerdan en la historia de la conquista de América. Fue así por el daño tan grande a una civilización antigua precolombina tan importante que sólo con muchos esfuerzos pudo recuperar parte de su tesoro cultural, y por la espectacularidad del acontecimiento, como se podrá apreciar a continuación. Cuando llegó a Yucatán, Landa pensaba que todos esos objetos, sagrados para los mayas, eran una cosa del demonio. Terrible calamidad para la ciencia arqueológica.
  
            Según las crónicas, los acontecimientos que condujeron a este auto de fe pudieron haberse producido así:
            Prohibido, como estaba, el ejercicio de la religión maya también para los nativos, y perseguida por las leyes españolas toda expresión vinculada con sus tradiciones, especialmente religiosas, todo pudo empezar un día en que el portero del convento de Maní salió de caza. Los perros que llevaba consigo entraron en una cueva y sacaron un pequeño venado que acababa de ser degollado; penetró a su vez el indio estimulado por la curiosidad y vio con gran sorpresa un altar, y allí varios ídolos ensangrentados, señales evidentes de que se habían ofrecido sacrificios a las divinidades paganas. Pedro Che volvió a Maní e hizo un detallado relato al guardián del convento, y éste al provincial de la orden franciscana. Después de conferenciar con Quijada, alcalde mayor, Landa llegó al escenario de los hechos en junio de 1562 para proseguir con las averiguaciones. Prontamente quedó constituido un tribunal religioso que abriría juicio contra los culpables, y otros frailes fueron despachados a los pueblos próximos con el fin de indagar la extensión de la idolatría, castigar sobre el terreno a los transgresores menores y remitir a Maní a los que hallaran reos de crímenes importantes. En Mérida se había acordado también que el provincial tuviera el apoyo de la autoridad civil. Quijada nombró a Bartolomé de Bohorques alguacil con la misión de asistir a Landa, ejecutar sus órdenes, prender a los indios y cumplir sus autos y sentencias. Cuando Landa encontró a Bohorques le requirió bajo pena de excomunión para que aceptara el cargo de alguacil mayor de la inquisición ordinaria. El 11 de junio Landa mandó apresar a treinta indígenas prominentes, incluyendo caciques, principales y gobernadores de varios lugares en las semanas siguientes: había dado comienzo uno de los más célebres episodios de persecución de idolatrías en la América hispana. El auto de fe se abrió con una procesión de españoles e indios penitenciados que marchaba a los sones del salmo “Miserere mei, Deus”. Los mayas responsables fueron trasquilados, encorozados y ensambenitados; el escarmiento resultó tan penoso que algunos se ahorcaron en los bosques o huyeron despavoridos tratando de evitar el rigor de los castigos. Pero más doloroso quizá que las torturas o cualquier padecimiento físico fue para los indígenas tener que presenciar con estupor la destrucción de sus objetos religiosos; una famosa lista publicada por el doctor Justo Sierra en el siglo XIX sostiene que en Maní se rompieron o quemaron 5.000 ídolos de diferentes formas y dimensiones, 13 grandes piedras utilizadas como altares, 22 piedras pequeñas labradas, 27 rollos con signos y jeroglíficos, toneladas de libros y 197 vasijas de todos los tamaños. Los herederos de la vieja civilización centroamericana estaban consternados ante este espectáculo inaudito, y el fraile que más tarde ayudaría poderosamente con sus informes a la recuperación del pasado de Yucatán permanecía impasible mientras el fuego devoraba decenas de preciosos testimonios de la antigüedad. Sus palabras fueron: "Hallámosles gran número de libros de estas sus letras, y porque no tenían cosa en que no hubiese superstición y falsedades del demonio, se los quemamos todos, lo cual sentían a maravilla y les daba pena".

            El evento tuvo grandes repercusiones hasta el punto de que en abril de 1563 debió acudir a España, llamado por el rey Felipe II, para que diera las explicaciones pertinentes. Al final, aunque duramente reconvenido por las autoridades, quedó absuelto por una cuestión formal ya que pudo demostrar que reunía los requisitos legales para actuar de inquisidor.

             Fray Diego de Lanza, no obstante, en su madurez se dedicó al estudio de la cultura maya, sin que se conozca a fe cierta si esa decisión fue producto de un cierto arrepentimiento, y escribió un texto “Relación de las cosas de Yucatán” que si bien tiene como mayor defecto que mezcla las informaciones objetivas con sus opiniones personales y que lo redacto valiéndose de sus recuerdos, sin embargo resulta imprescindible para conocer la cultura maya.
  
            Como cuentan los historiadores, muchos científicos lo catalogan como el gran Inepto inquisidor de la historia de la humanidad, ya que, con su insignificante criterio eclesiástico, tomó esa enajenante decisión.