Gozó
siempre de una gran
facilidad para hacer poesía, que ya hacía a los cinco años de edad. En
su juventud perdió el ojo
izquierdo en un duelo que sostuvo en Jerez de la Frontera, sobre cuyo episodio
escribió esta quintilla:
Dejome
el sumo poder
por
gracia particular
lo
que había menester:
dos
ojos para llorar...
y
uno solo para ver.
Tras unos años en la
carrera militar y en alguna otra tarea, trató de ganar prestigio y fama como
autor, lo que muy pronto consiguió con el estreno de una obra de teatro A la
vejez viruelas, en 1824. A partir de ese momento se dedicó a la literatura
escribiendo teatro, poesía y artículos periodísticos, traduciendo comedias
francesas, participando en tertulias y ocupando puestos en la Biblioteca
Nacional y la Academia de la Lengua.
La popularidad de que
disfrutó se debió no sólo a sus cualidades literarias sino también, y tal vez
sobre todo, a haber realizado gran parte de su obra como una sátira de las
costumbres populares.
Como enumeran los comentaristas
de su obra, los ambientes que describe son los lugares típicos de Madrid, como
el Prado; las costumbres del brasero y la verbena; las modas del baile; los
cambios sociales con el ascenso de la burguesía y la decadencia de la vieja
nobleza empobrecida; o la corrupción administrativa. Y sus personajes, tópicos
y típicos, son gente de la calle, nunca héroes o dignatarios: las castañeras,
las lavanderas y las nodrizas; hidalgos dignos y arruinados, galanes
enamoradizos, viudas en estrecheces económicas, patronas de casas de alquiler, andaluzas
engañadoras, paletos provincianos de buen corazón, militares sin dinero…
Entre sus composiciones
satíricas, siempre se cuenta la anécdota de aquel médico vecino suyo cuyos
pacientes se confundían con frecuencia llamando a su casa en lugar de a la del sanitario.
Harto de tantas equivocaciones escribió en su puerta
En esta mi habitación
no vive ningún Bretón,
mientras que en la del doctor, que se
apellidaba Mata y con el que se llevaba bastante mal, colocó estos versos:
Vive
en esta vecindad
cierto
médico poeta
que
al pie de cada receta
pone
"Mata". Y es verdad.
Su producción
literaria fue muy extensa dejando más de cien obras, casi cuatrocientos poemas y
otros tantos artículos, fundamentalmente de costumbres y de crítica teatral.
Entre sus múltiples
obras, que hoy cabe leer con razonable entretenimiento, se pueden destacar las
siguientes, cuyos títulos además son suficientemente expresivos: Marcela, o
¿a cuál de las tres?, Muérete y verás, El pelo de la dehesa, Flaquezas
ministeriales, El hombre pacífico, El editor responsable, La
batelera de Pasajes, Dios los cría y ellos se juntan, Un francés
en Cartagena, La escuela de las casadas, Un novio para la niña,
La escuela del matrimonio, Todo es farsa en este mundo y Un
tercero en discordia.
Su ideología y manera de ver de la vida coincide con el punto de vista de una burguesía conformista, con remedios ajenos a heroísmos; alejado de cuestiones sociales, prefiere que las cosas se queden como están; propugna el matrimonio de conveniencia y condena el exceso de pasión y el melodrama; y critica la moral romántica importada de Francia. El ideal para él es la vida rutinaria, prevista y ordenada por la razón común y el buen sentido.