FIN DE LA EDAD ANTIGUA (4 SEPTIEMBRE 476)

Aunque se sabe que en muy escasas ocasiones una fecha, un día o una hora son definitivos en la vida de un pueblo o de una sociedad, sin embargo sí que nos son necesarios estos datos como puntos de referencia para entendernos cuando nos ocupamos de la historia y saber de lo que estamos hablando.
Que el Imperio Romano estaba al límite de su existencia se sabía sobradamente desde que los diferentes pueblos nórdicos y germánicos (que los romanos llamaban bárbaros es decir extranjeros) se enseñoreaban de su fuerza y habían tomado prácticamente la mayor parte de su territorio. Y especialmente desde que el visigodo Alarico, en el año 410, había asaltado y saqueado nada menos que Roma.
Hacía unos pocos años desde que el emperador Teodosio había dividido el imperio en dos partes, asignándole cada una a uno de sus hijos: el Occidente con capital en Roma y el Oriente, que luego se llamaría Imperio Bizantino,  con capital en Constantinopla (hoy Estambul), y los diferentes pueblos godos eran una amenaza permanente para la parte occidental porque iban adueñándose de regiones y demarcaciones, desmembrando cada vez más el propio imperio.
Así las cosas, tras haber superado la invasión de Atila, en el año 475 fue nombrado emperador (en realidad elegido por su padre, un noble romano) Rómulo Augústulo pero ese era ya un título del todo devaluado. Tan es así que Odoacro, rey de los hérulos, uno de los muchos pueblos germánicos que ya habían invadido el imperio hacía un par de siglos y que provenían de Escandinavia, le depuso de su cargo y decidió enviar las insignias del Imperio al emperador de Oriente Zenón, declarando que en adelante gobernaría Italia como un lugarteniente suyo.
         Convencionalmente se entiende que en ese momento termina, con el Imperio Romano de Occidente, la que llamamos Edad Antigua y empieza la Edad Media, a la que se le da la duración de diez siglos, justamente hasta el momento en el que los turcos toman Constantinopla y acaban con el Imperio de Oriente.