CAPITULACIÓN EN LA CIUDAD DE BARCELONA (11 SEPTIEMBRE 1714)

      Desde el siglo XII Cataluña y Aragón formaban una unidad política y territorial, la Corona o el Reino de Aragón, que mantuvo su propia singularidad social, política y económica. Tan es así que, aunque el matrimonio de Fernando II de Aragón con Isabel de Castilla condujo a un “tanto monta, monta tanto” y a la postre a una unión dinástica, cada uno de ambos reinos conservó sus instituciones políticas, las Cortes, las leyes, el idioma, las administraciones públicas y la moneda propia. Y así, con algunos avatares de mayor o menor importancia, continuó la situación hasta el siglo XVIII con la llegada de Felipe V.
      Cuando, por la muerte de Carlos II sin heredero en 1700, se declaró la Guerra de Sucesión (que duró desde 1701 hasta 1713 con el Tratado de Utrecht, aunque la resistencia en Cataluña se mantuvo hasta 1714 y en Mallorca hasta 1715 y en la que pujaban por el trono de España Felipe de Anjou, nieto de rey francés Luís XIV, y el Archiduque Carlos de Austria, hijo del emperador Leopoldo I de Alemania), Cataluña, que en un principio se había inclinado por el francés, acabó adhiriéndose a la coalición europea que apoyaba al candidato alemán. De esta manera, mientras en los reinos de Castilla y de Navarra Felipe V era comúnmente aceptado, en la Corona de Aragón, Carlos, instalado en Barcelona, era reconocido como rey con el nombre de Carlos III. 
      Pero el Archiduque Carlos fue elegido emperador en su tierra, lo que le obligó a marcharse de España y, aunque dejó a su esposa como regente, en realidad esta nueva situación política le llevaba a renunciar a sus aspiraciones en nuestro país. Además la evolución posterior de la guerra fue cada vez más desfavorable a sus posibilidades, lo que acabaron de confirmar los tratados de Utrecht (aquel en el que Gibraltar pasó al Reino Unido) de 1713 y Rastatt, al año siguiente, que dieron por finalizada la contienda. 
      Esas condiciones dejaron a la Corona de Aragón internacionalmente desamparada frente al poderoso ejército franco-castellano de Felipe V. El 11 de septiembre de 1714 se ordenó el asalto a la ciudad de Barcelona que, tras una defensa «obstinada y feroz», acabó capitulando cuando su Primer Consejero, lo que hoy llamaríamos alcalde, cayó gravemente herido en la lucha. Se publicó un bando, considerado por algunos historiadores como el “documento más importante de los anales de aquella guerra" en el que se decía que con aquella acción se había perdido el "último baluarte de las antiguas libertades de la Península”.
      Con los llamados Decretos de Nueva Planta, Felipe V abolió, entre otras cosas, todas las instituciones catalanas (las dos principales, la Diputación General o Generalitat y “El Consejo de Ciento” que se ocupaba del gobierno de la ciudad de Barcelona); transformó al virrey en capitán general; prohibió las milicias populares catalanas; el idioma oficial de la administración dejó de ser el catalán; y se aplicaron para los territorios de la Corona de Aragón buena parte de las instituciones castellanas, aunque se mantuvieron algunas, como el ámbito del derecho privado y procesal catalán. Todos los territorios de la Corona de Aragón pasaron a tener una nueva estructura territorial y administrativa a imagen de la de Castilla.
      En recuerdo a la toma de Barcelona Cataluña celebra su fiesta nacional (la “Diada”) el día 11 de Septiembre.