MUERE PANCHO VILLA, UNO DE LOS JEFES DE LA REVOLUCIÓN MEJICANA (20 JULIO 1923)

Independientemente de su jerarquía en el orden militar de la llamada Revolución Mejicana, Doroteo Arango Arámbula, conocido por Pancho Villa, fue el más popular referente de esa acción política y militar. Había nacido en el Estado de Durango el 5 de junio de 1878 y fue asesinado en una emboscada el 20 de julio de 1923 en el Estado de Chihuahua. Antes de hacerse militar revolucionario había sido desbravador y vaquero en la finca de un hacendado al que, según unos, mató por haber violado a su hermana, y, en opinión de otros, hirió porque el hacendado buscaba sus favores. En el año 1910 Villas se unió a Francisco Ignacio Madero, quien junto con otros generales como Victoriano Huerta, Emiliano Zapata y Venustiano Carranza, se había sublevado contra la dictadura de Porfirio Díaz, al que consiguieron derrocar. Cuando a continuación Madero fue asesinado por una conspiración encabezada por Huerta que quería hacerse con el poder, Villa se unió a Carranza, que encabezada esta nueva rebelión, y a Zapata para oponerse a la nueva dictadura de Huerta. Es entonces cuando alcanza su máximo esplendor como general jefe de la famosa División del Norte. A pesar de estar en el mismo proyecto, su carácter independiente le hizo a veces actuar por su cuenta, lo que le llevó a más de un enfrentamiento con Carranza. Incluso, aunque por muy poco tiempo, Villa fue nombrado gobernador provisional de Chihuahua. Según sus biógrafos, como gobernante mandó imprimir diversos billetes, como los “dos caritas” y las “sábanas”; embargó tiendas y sustituyó a los comerciantes venales por administradores honorables, llenó el mercado de reses de las haciendas en las que intervenía; abarató los precios del maíz, fríjol y carne; expulsó a muchos españoles, acusados de que habían ayudado a Victoriano Huerta; reabrió el Instituto Científico y Literario y decretó el establecimiento del banco del Estado. Derrotado Huerta (firmó su carta de renuncia el 15 de julio de 1914 y marchó al exilio el 24 de junio de 1914), quedaron triunfantes los elementos revolucionarios, pero no hubo entre ellos paz ni armonía. Villa seguía molesto con Carranza y éste en el fondo le despreciaba por su reputación de bandolero, y en verdad nunca le concedió formalmente a la División del Norte el grado de Ejército ni a Villa el de general de división. Además la división entre los revolucionarios se acentuó otra vez porque Carranza pedía a Zapata y a Villa que lo reconocieran como presidente. La verdad es que ambos estaban dispuestos a ello siempre y cuando Carranza aceptara a su vez que se habían levantado en armas para restituir las tierras a los campesinos por entender que habían sido arrebatadas al pueblo por caciques, hacendados y terratenientes, y deberían ser devueltas a sus dueños. Pero Carranza, a pesar de no hacer nada ante los robos de sus seguidores para hacerse hacendados, en principio defendía que los hacendados tenían derechos por las leyes y que por ese motivo no era posible quitarles sus propiedades. Carranza acabó proclamándose a sí mismo “primer jefe”. Dada la grave tensión entonces entre Carranza por una parte y Zapata y Villa por otra, algunos revolucionarios convocaron en Aguascalientes una convención, en octubre de 1914, para ver si se hallaba fórmula que conciliara los distintos intereses y evitara una ruptura peligrosa entre los triunfadores pero sus resultados fueron nulos, incluso las tensiones aumentaron de grado. Carranza no se sometió a lo acordado, que en parte había sido impuesto por Villa y se inició una guerra entre ambos que fue acabando con el poder militar de nuestro personaje. Carranza, que con el general Álvaro Obregón tenía un gran aliado, un estratega militar que superaría al genio tosco de Pancho Villa, le inflingió varias derrotas definitivas y para colmo éste y los suyos lanzaron una emboscada a un tren que llevaba mineros y materiales estadounidenses. Los Estados Unidos ofrecieron su respaldo a Carranza. Habían cambiado su actitud hacia Villa y le impusieron un embargo de armas, cortándole el suministro. Después lanzaron contra él una expedición, que se llamó punitiva, con la que trataron de capturarlo pero Villa se escabulló y no fue encontrado. Se sabe que Villa llegaba a dormir una noche en dos o tres sitios, que se disfrazaba de mujer y que a los caballos se le colocaban las herraduras al revés para que pareciese que hacían el camino en sentido inverso. Poco a poco fue retirándose y aminorando su vida activa. En junio de 1920 firmó los convenios de Sabinas, obligándose a deponer las armas y a retirarse a la Hacienda de Canutillo, en Durango, que el gobierno le concedió en propiedad por servicios prestados a la revolución. A partir de entonces se dedicó a administrar la Hacienda y en desplazamientos misteriosos sin compañía comenzó a recuperar los tesoros que, según decían, tenía ocultos en diversos escondites (el mito popular es que lo juntó todo en una cueva oculta de la Sierra Madre). Mientras, Álvaro Obregón alcanzó la presidencia de México. Y, según todos los indicios, preocupado de que pudiera volver, promovió el asesinato de Pancho Villa, que se produjo a tiros, mediante una emboscada organizada por la policía secreta o por pistoleros a sueldo de familiares de antiguas víctimas, en la tarde del día 20 de julio de 1923. Su cadáver no se encontró y hay quienes piensan que su cráneo fue llevado a los Estados Unidos. Zapata, por su parte, había sufrido una emboscada en 1919 y había sido asesinado. En Pancho Villa, el “amigo de los pobres” la vida y la leyenda se entremezclan en exceso. Siempre iba acompañado de periodistas y se cuenta que firmó un contrato con Hollywood para filmar sus batallas e incluso que sus tropas recibieron uniformes para rodar mejor algunas escenas bélicas. Al mismo tiempo permanece de él una imagen de crueldad y barbarie, debido a un carácter colérico aunque también hay que reconocer que muchas de sus ejecuciones de prisioneros le fueron ordenadas por Carranza. Cuando se rindió, se asegura que dijo que estaba harto de matar y que mostró una carpeta en la que contabilizaba que, entre víctimas en las batallas y a quienes lo había hecho personalmente, alcanzaba le cifra de 43.000 personas. En su ideario destaca el valor de igualdad de trato y de igualdad de oportunidades ("Es justo que todos aspiremos a ser más, pero también que todos nos hagamos valer por nuestro hechos"). En sus fiestas convivía gente modesta con personas de clase media y alta. En Canutillo, los trabajadores recibían salarios muy superiores al promedio nacional. Sin embargo, Villa difería de la aspiración a la igualdad de clases: "¿Qué sería del mundo si todos fuéramos generales, si todos fuéramos capitalistas o todos fuéramos pobres?". Sin duda era un hombre inculto pero abría escuelas y se declaraba un entusiasta partidario del progreso tecnológico aplicado a la producción del campo. Por lo demás, ejercía acciones radicales, tales como controles de precios. Pero no coincidía del todo con los zapatistas que reivindicaban la propiedad común de la tierra. En cuanto a las ideas religiosas era menos radical que sus compañeros y se oponía a cerrar iglesias. En su vida personal destaca el hecho de que, aunque se desconoce cuántas mujeres tuvo, sí se sabe que se casó legalmente en torno a setenta y cinco veces, aunque al final únicamente reclamaron ser legítimas esposas siete mujeres. Villa solía comentar que tenía tres grandes vicios: los buenos caballos, los gallos valientes y las mujeres bonitas. Y amaba a los niños, propios y extraños a quienes mucha veces recogía y entregaba a sus esposas. Sobre él se han hecho multitud de películas y se han escrito libros en abundancia. Al final si es verdad que “en ningún otro personaje de la historia de México, la capacidad de violencia personal ha tenido una expresión más alta que en Villa”, también lo es que “era un salvaje sangriento pero al tiempo increíblemente tierno y hay más gente todavía viva para bendecirlo que para maldecirlo. Era un ladrón, un asesino, un sentimental y era también un genio y un caudillo de intachable idealismo. En verdad Villa y Zapata fueron las únicas grandes figuras de la revolución que nunca cambiaron de chaqueta por nadie ni por nada. Vivieron y murieron leales a su credo. Y ese credo era el pueblo”. Aunque en Méjico ya antes de todo esto habían sido muchos los pronunciamientos militares sin ninguna ideología, la llamada verdaderamente Revolución Mexicana se inició porque durante el mandato de Porfirio Díaz, con más de treinta años en el poder, para asegurarse la reelección no permitió que Francisco Ignacio Madero pudiese ser candidato. Ello dio origen a un movimiento que con su lema "sufragio efectivo, no re-elección" cristalizó el descontento alrededor del país en contra del dictador, que terminó con su exilio en París y el triunfo de Madero en las elecciones democráticas de 1911. Pero con el apoyo de los Estados Unidos, éste y su vicepresidente fueron asesinados para imponer al dictador Victoriano Huerta, que al final tuvo que huir en 1914 al país vecino que lo apoyaba. Fue entonces cuando surgió la verdadera revolución, ahora sí social con Emiliano Zapata (en el sur) y Pancho Villa (en el norte) luchando juntos aunque con diferencias entre ellos en temas como la reforma agraria, la educación y la justicia social. Ambos revolucionarios tuvieron que hacer compromisos sociales con los revolucionarios liberal-constitucionalistas como Venustiano Carranza y Álvaro Obregón. El proceso de la revolución acabó en la Constitución Política de los Estados Unidos mexicanos de 1917, aun vigente. Aunque muy discutida, muy analizada, apoyada y cuestionada, la mayoría de los tratadistas estiman que La Revolución Mexicana (también conocida como la Gran Revolución) fue la primera revolución social del siglo XX, cuya etapa o fase armada duró del 1910 al 1918, o 1920 según otros.