FIN DEL CISMA DE OCCIDENTE (27 JULI0 1417)

Aunque el desarrollo del llamado “Cisma de Occidente” en la Iglesia Católica duró mucho tiempo y su solución fue muy compleja y prolongada, por lo general se considera su final con la destitución por el Concilio de Constanza de Benedicto XIII, el español Pedro Martínez de Luna, (Illueca, Zaragoza, 1328 y Peñíscola, Castellón, 1423) más conocido con el apelativo de Papa Luna. Todo empezó de alguna manera cuando el papa Clemente V (1305-1314) decidió el 9 de marzo de 1309 instalar la corte pontificia, parece que de manera provisional, en la ciudad francesa de Avignon (período que los historiadores suelen llamar “el segundo cautiverio de Babilonia”), lejos de las intrigas y revueltas romanas de la época. Desde ese momento los cinco papas que le siguieron mantuvieron esa residencia hasta que Gregorio XI (1370-1378) volvió a Roma. Pero poco duró la tranquilidad con ese regreso: muerto Gregorio en 1378, fue elegido papa Urbano VI (1378-1389), primer italiano después de siete franceses. Su elección fue muy discutida y hubo quien la consideró invalidada cuando algunos miembros del colegio cardenalicio denunciaron que se habían sentido amenazados, coaccionados y hasta amenazados de muerte por el pueblo romano que gritaba a la puerta ¡lo queremos romano! por lo que no habían podido ejercer la libertad de voto. Pero, según los cronistas, la sorpresa vino al día siguiente de su elección cuando comenzó a insultar a unos y a otros, especialmente a los miembros de la corte pontificia y a los obispos residentes en ella, reprochándoles de viva voz y en términos no adecuados sus faltas reales o imaginarias. Los cardenales franceses, once sobre dieciséis, se trasladaron a Avignon donde, con el concurso del cardenal español Pedro de Luna y tres italianos, efectivamente consideraron no legítima ni legal la votación y eligieron nuevo pontífice, que decidió llamarse Clemente VII (1378-1394), lo que originó que hubiese en ese momento dos papas elegidos. Los países y los Estados se inclinaron por uno o por otro, normalmente en función de sus intereses. Así apoyaron a Urbano la parte norte de Italia, Alemania y los países del este de Europa. El papa Clemente de Avignon fue apoyado por Francia, España, el sur de Italia y numerosos obispados de varios países. A la muerte de Urbano VI, los cardenales fieles al difunto Papa escogieron a Bonifacio IX (1389-1404). Tras éste a Inocencio VII (1404-1406) y a continuación a Gregorio XII (1406-1415). De igual modo procedieron los cardenales de Avignon que, a la muerte de Clemente VII, eligieron a Benedicto XIII. Para dar solución al cisma, cardenales de ambas curias se reunieron y convocaron un concilio en la ciudad de Pisa al que se le plantearon muchas objeciones por haber sido convocado sin el papa, incluso contra el papa: hasta que se decidió que la potestad reside en el cuerpo total de la Iglesia y no en su cabeza que es el papa. Además de otras cuestiones que se trataron, la Asamblea decidió deponer a ambos pontífices. Pero ni Gregorio ni Benedicto aceptaron el dictamen por lo que fueron declarados contumaces y cismáticos, entre otras cosas. Así, proclamada vacante la sede pontificia, los cardenales entraron en cónclave y eligieron como papa al cardenal de Milán, que eligió el nombre de Alejandro V (1409-1410). Pero esta decisión, en la práctica y a pesar de la buena voluntad con la que fue tomada, aumentó a tres el número de papas. Muerto Alejandro V al año de su elección, le sucedió Juan XXIII (1410-1415). En esta situación se puede afirmar que tomó las riendas de la Iglesia Segismundo, emperador del Sacro Imperio Germánico (1368-1437), que, además de querer resolver el problema del papado, estaba muy preocupado por la herejía de Juan Hus (que se transformó en revolución tras su condena y muerte en la hoguera). Segismundo, que no había querido adherirse al concilio de Pisa y por tanto no había estado a favor de Juan XXIII, aprovechó que éste se ponía en sus manos buscando protección para exigirle a cambio la convocatoria de un nuevo concilio que resolviera los problemas pendientes, como así fue. Y en la ciudad de Constanza, junto al lago del mismo nombre, en noviembre de 1414 Juan XXIII lo inauguraba solemnemente. Al declarar el concilio su suprema autoridad sobre la Iglesia, incluso sobre el papa, procedió a exigir la dimisión de los tres existentes. Tras varias vicisitudes, Juan XXIII fue depuesto y aceptó esa decisión. Gregorio dimitió, y únicamente quedó Benedicto que, abandonado prácticamente por todos, se refugió en Peñíscola y nunca aceptó el concilio de Constanza. Dada la integridad de su vida, nadie se atrevió a insinuar acusaciones de ningún tipo pero, tras un largo proceso, fue depuesto. Antes de disolverse el concilio, en noviembre de 1417, eligió nuevo papa a a Ottone Colonna, que tomó el nombre de Martín V (1417-1431).