ELECCIÓN DE AMADEO FERNANDO MARÍA DE SABOYA COMO REY DE ESPAÑA CON EL NOMBRE DE AMADEO I (16 NOVIEMBRE 1870)

La marcha de Isabel II de España el 30 de septiembre de 1868, después de haber reinado treinta y cinco años, dio origen a lo que se ha llamado “el sexenio revolucionario 1868-1874” y también “La Revolución de 1868” o “La Gloriosa” y “La septembrina”.  Durante ese período, se sucedieron:
           
            (1) un gobierno provisional que aprobó la Constitución de 1869;
            (2) se buscó un rey y se eligió como tal a Amadeo I;
            (3) se promulgó la Primera República española el 11 de febrero de 1873, el día en que Amadeo I renunció;
            (4) un golpe de Estado del general Pavía el día 3 de enero de 1874, dando origen a lo que se ha llamado un gobierno autoritario;
            (5) otro golpe militar en diciembre de ese mismo año, 1874, que impuso el regreso a España como rey al hijo de Isabel II, Alfonso XII.

            A pesar de la marcha de Isabel II y de la presencia de partidos políticos republicanos, la constitución que se elaboró en 1869 disponía en el artículo 33 que la forma de gobierno de la nación española era la monarquía, por lo que, al no haberlo, se hacía necesario buscar un rey.
            Juan Prim, el eterno rebelde contra los gobiernos isabelinos, fue nombrado dirigente del gobierno y el general Serrano, mientras tanto, regente. Era éste último el que aseguraba: « ¡Encontrar a un rey democrático en Europa es tan difícil como encontrar un ateo en el cielo!».
            Propuestas hubo más de una, incluso a la hora de elegir a la persona algunos diputados (63 de 300) seguían insistiendo en instaurar una república, apoyado por Prim, se impuso, Amadeo Fernando María de Saboya.  El 16 de Noviembre de 1870 se procedió a votar en las cortes a los diferentes candidatos, saliendo elegido por 191 votos quien se llamó Amadeo I.  

            Amadeo Fernando María de Saboya había nacido en Turín el día 30 de mayo de 1845 y era duque de Aosta, el segundo hijo de Víctor Manuel II, rey de Italia, y de María Adelaida de Austria bisnieta de Carlos III de España. Se había casado en 1867 con María Victoria del Pozzo, con quien tuvo tres hijos.
            Su reinado, no muy largo pero sí muy complejo y difícil, se inició con el asesinato de su valedor el general Prim: su primera visita nada más llegar a Madrid para tomar posesión fue acudir a la Basílica de Atocha para rezar ante el cadáver de Prim. Tras este amargo trago se trasladó a las Cortes, donde realizó el preceptivo juramento: «Acepto la Constitución y juro guardar y hacer guardar las Leyes del Reino», terminando el acto con la solemne declaración por parte del presidente de las Cortes: «Las Cortes han presenciado y oído la aceptación y juramento que el Rey acaba de prestar a la Constitución de la Nación española y a las leyes. Queda proclamado Rey de España don Amadeo I».
            Pocas acciones relevantes para España se pueden destacar de este período. Acosado no sólo por los republicanos sino también por los carlistas, una parte de la aristocracia que prefería a los Borbones y por un amplio sector de la Iglesia, en una época en la que las clases dominantes manejaban el negocio de la gobernación en camarillas y trastiendas, poco pudo hacer más allá de tratar de apagar todos los fuegos que se le presentaban. A todo esto hay que añadir el caos de los partidos políticos que generaba una inestabilidad política general; el personalismo y las ambiciones de los jefes, por lo general militares; las conspiraciones que se fraguaban cada día; y graves problemas que se suscitaron dentro del Ejército. Incluso el propio rey sufrió un atentado del que salió ileso. Hasta seis gobiernos hubo en los dos años que duró su reinado. Los historiadores aseguran que trató en verdad de granjearse el afecto del pueblo español pero que no le fue posible.
            Harto de una situación social y política que le sobrepasaba y que, como confesó en más de una oportunidad no alcanzaba a entender, por propia iniciativa dimitió el 11 de febrero de 1873. El texto de su despedida (que se ha citado en muchas oportunidades para mostrar cómo era la situación social y política del momento) decía asÍ:     “Dos años largos ha que ciño la corona de España, y España vive en constante lucha, viendo cada día más lejana la era de paz y de ventura que tan ardientemente anhelo. Si fueran extranjeros los enemigos de su dicha, entonces, al frente de estos soldados tan valientes como sufridos, sería el primero en combatirlos; pero todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra agravan y perpetúan los males de la nación son españoles; todos invocan el dulce nombre de la patria; todos pelean y se agitan por su bien, y entre el fragor del combate, entre el confuso, atronador y contradictorio clamor de los partidos, entre tantas y tan opuestas manifestaciones de la opinión pública, es imposible afirmar cuál es la verdadera, y más imposible todavía hallar remedio para tamaños males. Los he buscado ávidamente dentro de la ley y no lo he hallado. Fuera de la ley no ha de buscarlo quien ha prometido observarla”.

            Ese mismo día, el 11 de febrero de 1872, se proclamó la Primera República Española. El Congreso de diputados que estaba reunido junto con el Senado en sesión conjunta se erigió en Asamblea Nacional. Francisco Pi y Margall presentó a la Asamblea la siguiente proposición:
            “La Asamblea Nacional asume los poderes y declara como forma de gobierno la República, dejando a las Cortes Constituyentes la organización de esta forma de gobierno”.
            A continuación Emilio Castelar subió al estrado y pronunció este discurso:
            “Señores, con Fernando VII murió la monarquía tradicional; con la fuga de Isabel II, la monarquía parlamentaria; con la renuncia de don Amadeo de Saboya, la monarquía democrática; nadie ha acabado con ella, ha muerto por sí misma; nadie trae la República, la traen todas las circunstancias, la trae una conjuración de la sociedad, de la naturaleza y de la Historia. Señores, saludémosla como el sol que se levanta por su propia fuerza en el cielo de nuestra patria”.
            A pesar de que la mayoría de los parlamentarios pertenecían a partidos monárquicos, fue proclamada la República Española por 258 votos a favor y sólo 32 en contra.
            Manuel Ruiz Zorrilla afirmó entonces  en plena Asamblea:
            “Protesto y protestaré, aunque me quede solo, contra aquellos diputados que habiendo venido al Congreso como monárquicos constitucionales se creen autorizados a tomar una determinación que de la noche a la mañana pueda hacer pasar a la nación de monárquica a republicana”.