EL CID TOMA VALENCIA (15 JUNIO 1094)

Aunque entre los historiadores no hay acuerdo sobre el día exacto y preciso en el que El Cid, don Rodrigo Díaz de Vivar, tomó la ciudad de Valencia, se puede considerar que fue el 15 de junio de 1094. Es la fecha que señala Menéndez Pidal. Otros estudiosos del tema hablan del 16 y en todo caso hay que saber que esta acción supuso un proceso de unos días entre las negociaciones con los conquistados, la entrega de las llaves de la ciudad (que algunos autores ponen en ese día 15) y la entrada en la misma el 16. En torno al 1093, andando ya por Levante, en una sublevación animada por los almorávides (que habían llegado a España llamados por algunos reinos de taifas a raíz de la toma de Toledo) matan a su protegido y vasallo Al-Cádir, cadí de Valencia, haciéndose con el poder en la ciudad Ben Yehhaf. Este hecho le lleva a decidir tomar la ciudad. Tras un férreo asedio (del que las crónicas cuentan las horribles penalidades que sufrieron los valencianos), el segundo que planteaba y que duró desde el mes de diciembre de 1093, entró triunfalmente en la ciudad. Y aunque al principio había decidido que el propio Ben Yehhaf siguiese al frente de la misma, una vez que comprobó que se había quedado con los tesoros de su amigo y vasallo muerto a pesar de haberlo negado en juramento público, exigió a lo notables de las ciudad que se lo entregasen y lo condenó a la muerte cruel por lapidación. Rodrigo se convirtió en el señor de Valencia, otorgó a la ciudad un estatuto de justicia envidiable y equilibrado, restauró la religión cristiana y al mismo tiempo renovó la mezquita de los musulmanes, acuñó moneda, se rodeó de una corte de estilo oriental con poetas tanto árabes como cristianos y gentes eminentes en el mundo de las leyes, en definitiva, organizó con maestría la vida del municipio valenciano. El personaje histórico Don Rodrigo Díaz de Vivar nace el año 1043 y muere en 1099. Era un hidalgo castellano, al que su capacidad militar le convirtió en héroe para cristianos y para musulmanes. (Cid viene de: Sidi, señor, que le pusieron los árabes) El Cid Campeador ha sido tan cantado y elogiado en los textos de la literatura que se convirtió en una leyenda, como si en verdad sólo hubiera sido un mito propio de los cantares de gesta (narraciones en verso de hazañas de personajes fabulosos cantadas por los juglares). De esta manera la tradición literaria acabó consumiendo a la persona real, hasta el punto de que casi toda la información que se ha transmitido, leído, estudiado y considerado segura durante generaciones ha sido la producida por la fantasía, lo que ha entorpecido en demasía el conocimiento de El Cid histórico. Hay que tener presente que el más antiguo monumento de la literatura española lleva su nombre; más de ciento cincuenta romances celebran sus éxitos y victorias; diversos autores -Guillén de Castro, Corneille, Zorrilla, Rubén Darío... - lo han elegido como héroe de sus dramas. En las últimas décadas se ha ido imponiendo sin embargo una interpretación más realista y menos mítica de su vida y hazañas, una versión más propiamente histórica. En cuanto a su significación, mientras para algunos (Menéndez Pidal, por ejemplo) el Cid representa el símbolo de Castilla, la España de siempre, antigua y de valores tradicionales, para otros autores (es famosa la frase de Joaquín Costa cuando decía que había que echar doble llave al sepulcro del Cid para que no vuelva a cabalgar y esto permita a España desarrollarse) personifica lo más rancio, arcaico y oscuro de la vida española. Ambas posiciones han intentado sacar a veces un rendimiento político en otras épocas. Hoy el personaje está casi desideologizado y para la mayoría de los historiadores personifica el espíritu de su tiempo: un hombre de armas, mercenario y soldado de fortuna (en el mejor sentido del término y sin que ello signifique desde la perspectiva de hoy ningún demérito) que, una vez desterrado, no tiene otra salida para sobrevivir que la conquista militar. Y esto le obliga a ponerse a disposición del señor natural que le requiriera sus servicios y de alguna manera fuese el mejor postor, entre otros motivos porque necesitaba el dinero para mantener a su numerosa tropa. Divididos y en guerra permanente entre sí, los reyes musulmanes o taifas pagan tributos a cambio de patrocinio, de ayuda y de garantía de no ser atacados, de la misma manera que ocurría entre los diversos reinos y territorios cristianos. La situación política y militar era tan compleja que combatían entre sí cristianos con cristianos, moros con moros, cristianos con moros y moros con cristianos, en una mezcla tal que permitía, además, en cualquier momento cambiar el signo de las alianzas entre unos y otros. Precisamente el Cid fue encargado por Alfonso VI para ir a Sevilla y Granada a cobrar las parias (impuestos) correspondientes y, a modo de ejemplo, cuando está realizando esa gestión, ataca al conde García Ordóñez que había acudido en apoyo del rey moro granadino y, tras una durísima batalla, lo vence y lo mantiene cautivo durante tres días en Cabra.