EL PAPA JUAN VIII CORONA A JUAN EL GORDO COMO EMPERADOR (12 FEBRERO 881)

      Carlos III, apodado el Gordo, fue un rey y emperador del que, por su ineptitud y su nula relevancia, nadie se acuerda, salvo los estudiosos. Sin embargo hay en su vida una circunstancia excepcional que, en estos momentos en los que se discute el alcance de la Unión Europea, resulta curioso referir. Biznieto de Carlomagno, nació el 13 de junio de 839 y murió el 13 de enero de 888).
      La circunstancia citada puede concretarse diciendo que, habiendo reunido bajo su mando en una unidad política, el imperio franco, lo que hoy es aproximadamente la Europa occidental (Francia, Bélgica, Países Bajos, Alemania, gran parte de Italia…), con las consecuencias históricas que se hubieran podido derivar de mantenerse esa situación, su incapacidad le llevó a ser depuesto con lo que el Imperio, y de alguna manera Europa, se disgregó para siempre.
      Brevemente la historia es como sigue: Carlomagno (del que ya se ha hablado hace poco en esta serie), el creador del llamado por ello imperio carolingio, había dejado a su muerte en 814 a su hijo Luís I, apellidado el Piadoso (o Ludovico Pío), como heredero de todo el imperio, salvo Italia que, formando parte del mismo, estaba regido por un sobrino llamado Bernardo I.
      Luís, siguiendo la tradición del imperio de una unidad política bajo el poder del emperador rigiendo la “República cristiana” y coronado por el papa, planificó su imperio dividiéndolo entre sus tres hijos.
Muerto Luís I en 840, siguieron las discrepancias entre sus hijos que ya venían de antes hasta que en el año 843 acordaron firmar la paz en lo que históricamente se ha llamado el “Tratado de Verdún”.
      Por este tratado los tres nietos de Carlomagno desintegraron el Imperio. Carlos, llamado el Calvo, se llevó las regiones occidentales del Imperio. Luis II, el Tartamudo y también el Germánico en razón del territorio que consiguió, tomó para sí las regiones orientales (algo así como lo que hoy es Alemania, el Benelux…). Lotario, por su parte, obtuvo una estrecha franja de terreno entre los dominios de sus dos hermanos, que iba desde Italia hasta el Mar del Norte.
      Separado por tanto el imperio en tres partes, cada una regida por un nieto de Carlomagno, aparece Carlos el Gordo, hijo de Luís el Tartamudo o el Germánico que, al principio, recibió territorio de su padre y al que el papa concedió el imperio, coronándolo en el año 881. El hecho es que sucesivamente fueron muriendo sus hermanos y su primo, lo que le hizo ampliar sus dominios hasta el punto de que el Imperio carolingio quedó de nuevo reunificado por él, condición que duró poco tiempo.
      Su reinado de todas formas fue muy complejo. Hubo de hacer frente a numerosas incursiones vikingas, una de las más importantes la que mantuvo sitiada la ciudad de París, prefiriendo pactar su retirada a cambio de cuantiosas sumas de dinero, lo cual le enajenó a gran parte de la población, que le consideró un monarca incapaz, cobarde y despreocupado. Y además estallaron rebeliones por todo el Imperio, una de las más importantes fue la del conde Eudes de París, muy popular precisamente por su labor en la defensa de dicha ciudad ante el ataque vikingo.
     Por otra parte, al no disponer de hijos legítimos, trató de nombrar como sucesor a un bastardo concebido por una de sus concubinas, pero la oposición de los obispos le hizo claudicar. Padecía continuamente enfermedades (probablemente fuera epiléptico) y fue depuesto en 887 por la Dieta de Trebur (Hesse, Alemania), que dividió el territorio en varios reinos y condados, con lo que el Imperio Franco se disgregó para siempre. Falleció semanas más tarde.