BATALLA DE SAN QUINTÍN (10 AGOSTO 1557)

En esa fecha se libró una de las batallas más famosas de la historia de España, aunque sólo fuera porque, para conmemorar la victoria española, el rey Felipe II prometiera la fundación de un monasterio, que luego sería el de San Lorenzo de El Escorial, llamado también Monasterio de San Lorenzo El Real o, sencillamente, El Escorial, considerado casi desde su construcción como la octava Maravilla del Mundo. Desde el primer momento fue encomendado a los monjes jerónimos, con los que tradicionalmente la monarquía hispánica ha estado muy vinculada. Y si bien los historiadores aducen otros motivos para su construcción, sin duda el más principal es para todos festejar el resultado de esa batalla. También en cuanto a la estructura arquitectónica hay su más y sus menos porque algunos expertos afirman que hay documentos en los que el desarrollo del proyecto original no guardaba ningún parecido con una parrilla, y también hay quien dice manejar argumentos a favor de que san Lorenzo murió decapitado. Pero la voz popular y la tradición, oral y escrita, aseguran que el mártir murió quemado atado a una parrilla y que, por haberse ganado la batalla en su fiesta, el esquema del edificio responde a ese perfil, como puede observarse en la planta definitiva del edificio con sólo cuatro torres y el Palacio Real haciendo de «mango». Las guerras entre Francia y España a lo largo de la historia han sido sin duda demasiadas pero las incesantes habidas entre Francisco I y Carlos I ya habían sido liquidadas. Sin embargo en el tiempo de sus hijos, Enrique II de Francia y Felipe II de España, volvieron a surgir a causa de la hostilidad del papa Paulo IV hacia nuestro país, a pesar del esfuerzo, en hombres y en medios, que venían haciendo nuestros monarcas en defensa de la unidad religiosa en Europa apoyando siempre la opción católica frente al protestantismo. Paulo IV, miembro de una noble familia napolitana, no podía tolerar nuestra presencia y el dominio en Italia, especialmente en Nápoles, y, en cuanto subió al solio pontificio, lanzó la consigna de que había llegado la hora de expulsar “a los odiados españoles”. Para ello firmó un acuerdo secreto con Enrique II en el que se establecía, entre otras cosas, una acción militar conjunta de manera que, una vez atacara el ejército del Papa a los españoles, el rey francés vendría en su auxilio. Las cosas sin embargo se le torcieron en seguida al Papa: Felipe II envió al duque de Alba que pronto pudo adueñarse de gran parte de los Estados Pontificios, llevando el pánico a la propia ciudad de Roma que temió un asalto similar al padecido con Carlos I en 1527. Mas, cuando el duque trataba de negociar con Paulo IV, se presentó en Italia el mejor ejército francés con la intención de ayudar al Papa y de conquistar Nápoles. Pero tampoco éste consiguió su propósito. Fue entonces cuando llegó la noticia de la batalla de san Quintín, por lo que el francés hubo de retirarse a su país y abandonar la península, llamado por su rey Enrique. El Papa quedó derrotado y a merced del duque de Alba, que acabó mostrándose generoso. Felipe II, que llegaba a los Países Bajos procedente de Inglaterra, donde había visitado a su esposa la reina María Tudor y había conseguido ayuda inglesa contra Francia, se encontraba en un momento crucial de su guerra abierta con el rey francés Enrique II y, decidido a terminar esta guerra, resolvió entrar en París tomando la plaza de san Quintín que le aseguraba el camino a la capital. Para dirigir esta tarea designó al duque de Saboya, que plantó las tropas delante de la ciudad. En socorro de la plaza sitiada acudió el condestable de Montmorency y de esa forma el 10 de agosto de 1557 se libró la batalla de san Quintín en la que le ejército francés quedó prácticamente aniquilado. Victoria fulminante pero no decisiva: el duque de Saboya pretendió continuar hasta París pero entonces el rey Felipe II se volvió prudente y optó mantener el asedio a la ciudad, que se resistió unos días, renunciando a continuar hasta la capital. Tras recuperar Francia a los ingleses la plaza de Calais pero sufrir otra derrota a manos del ejército español en Gravelinas, el rey francés optó por el acuerdo, que se cerró con “La Paz de Cateau-Cambresis”, en la que también intervino Inglaterra y que dio por terminada esta guerra. Entre otros acuerdos, en el tratado Francia renunciaba para siempre a sus ambiciones italianas. Y para que el final fuese como los de los cuentos, la paz se consolidó con dos matrimonios: El duque de Saboya con Margarita, hermana del rey Enrique II y Felipe II con Isabel de Valois, en ese momento de trece años, hija de Enrique II. (No fue muy afortunado por cierto el gobierno de Urbano IV en los cuatro años que duró -1555 / 1559-. No sólo hay que recordar su beligerancia política y militar contra España, que causó tanta sangre y disgustos de todo tipo sino que, aunque atacó con dureza la corrupción de la Iglesia, hizo cardenales a dos sobrinos suyos a los que se vio obligado a expulsar de Roma por sus excesos. Por otra parte a él se le debe en buena parte el terror que originaba la Inquisición y creó el “Índice de libros prohibidos”, incluyendo en él algunos que a poco de su muerte fueron retirados ya que no podían considerarse perniciosos. A los judíos los recluyó en guetos y les obligó a vestir ropa identificativa: los hombres bonetes amarillos y las mujeres un velo de glauco o verde claro).