ASESINATO DE JULIO CÉSAR (15 MARZO 44 A.C.) IDUS DE MARZO

Julio César, líder militar y político romano, a sus cincuenta y tanto años había conseguido todos los honores y nombramientos más relevantes de la época en el Imperio Romano: cónsul por diez años, prefecto de las costumbres, jefe supremo del ejército, pontífice máximo (o sumo sacerdote), dictador perpetuo (término técnico político de la época, no coincidente del todo con la significación de hoy) y emperador con derecho de transmisión hereditaria. Además era extraordinariamente popular, gozaba de lo que hoy llamaríamos el máximo prestigio internacional, se había hecho enormemente rico, era un extraordinario escritor y es fama que era admirado por las mujeres. 

            Cayo Julio César, que había nacido alrededor del año 100 a.C., había alcanzado la gloria tras una larga, compleja y completa carrera de éxitos políticos y militares, habiendo ocupado casi todos los puestos de responsabilidad pública, y hasta compartido con Cneo Pompeyo y Lucio Craso, en lo que se llamó un triunvirato, la mayor jerarquía de poder en el Imperio.
            En el ámbito militar, César había luchado contra los helvetios (más o menos el territorio actual de Suiza), los belgas, sometido el norte de las Galias (Francia), dos expediciones a las Islas Británicas y, tras una sublevación de todas las Galias, su dominación. 

            El Senado romano, observando todos estos triunfos y la simpatía y apoyo que César recibía de todas las clases sociales, estaba temeroso del poder y la influencia que ejercía sobre toda la sociedad romana y de que se convirtiera en un tirano, arrinconando a las familias principales “de toda la vida”. Pompeyo, por su parte, nombrado cónsul único, sentía los mismos recelos. Conminado por el Senado a licenciar sus tropas, César prefirió enfrentarse a Pompeyo, a quien el Senado había confiado la defensa de la República como última esperanza de salvaguardar el orden oligárquico tradicional.
            Pompeyo toma el mando de las tropas en la península itálica y se enfrenta a César en la llamada Guerra Civil, una guerra de tres años (49 a.C.-46 a.C., que César narró en sus “Comentarios a la Guerra Civil”) en la que éste resultó victorioso: conquistó primero Roma e Italia; luego invadió Hispania; y finalmente se dirigió a Egipto, en donde se había refugiado Pompeyo (y allí aprovechó para intervenir en una disputa sucesoria entre Cleopatra y su hermano y hasta tuvo un hijo con ella).  
            Asesinado Pompeyo en Egipto, César prosiguió la lucha contra sus partidarios. Primero hubo de vencer al rey del Ponto en la batalla que definió con su famosa sentencia veni, vidi, vici («llegué, vi y vencí»); luego derrotó a los que resistían en África, y a los propios hijos de Pompeyo en Hispania (batalla de Munda, cerca de Córdoba).  
           
            César vuelve a Roma como “el rey del mundo”.  Toda la gloria anterior, que tanto recelo y desconfianza habría producido, era aun mayor, después de haber vencido a Pompeyo y ampliar las conquistas para el Imperio. Además su comportamiento público político es enormemente popular, repartiendo tierras a sus veteranos y ofreciendo fiestas al pueblo. César pretende establecer algunas reformas de calado jurídico-político...
            Y es entonces cuando un buen número de senadores, más de sesenta,  miembros de familias prominentes, temerosos de que en la cumbre del mayor poder del mundo con todo a su favor se convirtiera ¡ahora sí! en un tirano, deciden asesinarlo a las puertas del Senado.
            Según una narración popular, los conspiradores rodearon a César con la excusa de implorarle el indulto de un amigo; cuando tuvieron seguro que no podría escapar, sacaron sus dagas y le apuñalaron, aunque la mayoría de las heridas no eran mortales, pues al fin y al cabo no eran asesinos sino nobles senadores y les fallaba la mano. Cuando se acercó Bruto, el más virtuoso de los políticos romanos y miembro de su misma familia, “pues todos debían participar” según Plutarco, César se cubrió la cabeza con su manto, para no verlo. Bruto, jefe moral de la conspiración, le hirió en la ingle, lo que debió ser un golpe definitivo, y César cayó por fin a los pies de la estatua de Pompeyo, el héroe de la República, su antiguo amigo y luego rival encarnizado, que desde su pedestal ensangrentado “parecía presidir la venganza sobre su enemigo”.
  
Los idus
            Los romanos, que desde la reforma de Julio César habían tomado el sol como referente para el calendario abandonado el año lunar, dividieron los meses no en semanas, que fueron introducidas en Europa mucho más tarde, sino en días clave que caían a primero de mes, en el quinto (o séptimo) día y en el centro. Estos tres días señalados se llamaban, respectivamente, calendas, nonas e idus. Los demás días se quedaron sin nombre y eran citados señalando cuántos faltaban para las calendas, las nonas y los idus. Así por ejemplo, en marzo el día 4 era llamado “4 nonas”, es decir, 4 días antes de las nonas; o el 11 de marzo era cinco idus, o sea, 5 días antes  de los idus.
            Lo idus correspondían al día 13, menos en los meses de marzo, mayo, julio y octubre, que eran el 15.
            Los idus de marzo han pasado a la historia por recordar el asesinato de Cayo Julio César.