En una época en la que los
papas disponían libremente de las tierras conocidas o por descubrir, amparados
en el derecho universal a evangelizar, derecho que justificaba otros como el de
la conquista, etc., Clemente VI cedió las islas Canarias al infante castellano
Luis de la Cerda con el título de príncipe de la Fortuna en el año 1344.
Pero el proceso de la conquista por Castilla comenzó más
tarde y suele dividirse en dos períodos diferentes:
El primero corresponde
al reinado de Enrique III (1379 - 1406) y es entonces una empresa privada,
autorizada, protegida y subvencionada por la Corte, con la que se dominan
Lanzarote, Fuerteventura, Hierro y la Gomera. Juan de Bethencourt y Gadifer de
la Salle fueron los dos normandos que se lanzaron a esta aventura por su cuenta
pero, al comprender sus dificultades, recurrieron al rey de Castilla que les
facilitó todo lo necesario.
El segundo período
pertenece al tiempo de los Reyes Católicos cuando la iniciativa es pública
mediante el sistema de encomiendas y en él se termina por controlar todo el
archipiélago: Gran Canaria (1478) La Palma (1492) y Tenerife (1496).
La
Batalla de Aguere o de la Laguna, en 1495, es el nombre que recibe la acción
que encarrila definitivamente la conquista de la isla de Tenerife, la única que
quedaba para completar todo el dominio de las islas.
Tras
una derrota de los españoles, un año antes, en la llamada “primera batalla de
Acentejo”, Alonso Fernández de Lugo, el encargado por los reyes para esta
conquista, decide venir a la península a abastecerse de hombres y de material
de guerra. Vuelto a Tenerife con estos refuerzos, se produce la citada batalla
de Aguere (topónimo aborigen que significa "la laguna") que ganan los
españoles en una acometida que empezó la noche del 13 de noviembre.
Unas
semanas después, el 25 de diciembre, una nueva derrota de los nativos, en la
que se llama la “segunda batalla de Acentejo”, dejó sentenciada la conquista, si
bien la isla no se incorpora formalmente a la Corona de Castilla hasta el
verano de 1496.
La escasez de documentos y de testimonios sobre los
primeros pobladores ha originado multitud de teorías sobre su ascendencia y la
forma en que llegaron a estas islas, aunque generalmente se cree que eran
bereberes que llegaron durante su huida de la dominación romana en el norte de
África. Como contraste, después de un origen común y por razones que se
desconocen, no existía unidad política y social entre las diversas islas: o no
habían tomado contacto entre sí o lo perdieron a través del tiempo. Ni siquiera
había una denominación común para todos los isleños aunque más tarde se
generalizó la de guanches, que era el gentilicio que se daba a los habitantes de
Tenerife. Los de las restantes islas se conocían por otros nombres: mahoneros,
bimbanches, canarios, titerogaitres...
Un signo distintivo muy diferenciador de las culturas que diríamos de occidente es el predominio de las mujeres como factor de cohesión social. Sin que pueda precisarse hasta qué punto, es claro que la sucesión era femenina y que el poder lo tenían las mujeres aun cuando en algunos sitios lo cedían al hombre por razones prácticas, y existía la poliandria como forma de familia. En Fuerteventura fue famosa, por ejemplo, Tamonante, algo así como juez única del tribunal supremo de la isla.