La batalla de este nombre se habría producido junto a la localidad de esa denominación, cercana a Logroño, el 23 de mayo del año 844 y tendría su origen en la negativa de Ramiro I (el 10º rey de Asturias, de 842 a 850) a seguir pagando el tributo “de las cien doncellas” al emir de Córdoba Abderramán II (822-852). El rey castellano habría ido en busca del ejército árabe capitaneado por el propio emir pero, al llegar a Nájera y Albelda, se habrían visto rodeados por los enemigos teniendo que refugiarse en el castillo de Clavijo. Con casi nulas posibilidades de salir con vida de aquella encerrona, durante la noche el apóstol Santiago se habría aparecido a Ramiro asegurándole su presencia en la batalla del día siguiente.
De esta forma, montado en un caballo blanco con una cruz roja en forma de espada, el Apóstol Santiago, como un combatiente más, inclinaría la victoria hacia el bando cristiano: al grito de “Que Dios nos ayude y Santiago” los musulmanes habrían quedado completamente derrotados.
Con este suceso, el apóstol se convirtió en símbolo del combate contra el Islam, siendo reconocido desde entonces como Santiago Matamoros. El día 25 de mayo en Calahorra el rey dictaría el “voto de Santiago” comprometiendo a todos los cristianos de la Península a peregrinar a Santiago de Compostela con ofrendas como agradecimiento por su intervención.
Es Rodrigo Jiménez de Rada, arzobispo de Toledo, hacia 1243, 400 años después, el primero que hace mención de estos acontecimientos y de él tomaron la información los demás historiadores españoles. Hasta esa fecha no hay ninguna noticia de todo ello ni en las crónicas cristianas ni en las árabes. Desde el siglo XVIII los historiadores la consideran una batalla legendaria en cuya descripción Jiménez de Rada mezclaría datos de otras de diferentes momentos y localizaciones. (Salvo para mostrar ese carácter legendario, en los textos hoy al uso ni siquiera aparece citada).
El motivo de la creación de esta leyenda pudo haber sido animar a la población a luchar contra los musulmanes contrarrestando la “guerra santa” y, al mismo tiempo, promover el culto a Santiago. Conviene recordar que hacía unos años que se había descubierto el supuesto sepulcro del santo y fue en esos momentos cuando se iniciaron las peregrinaciones que acabaron en el llamado “camino de Santiago”, al tiempo que la iconografía generalizaba la imagen de “Santiago Matamoros”, montado en un caballo blanco que arrolla a un sarraceno y blandiendo una espada que se perpetuó en la pintura y escultura española, estando presente sobre todo en las iglesias de la ruta jacobea.
El “Voto a Santiago” incluía entonces la entrega a su iglesia de las primeras cosechas y vendimias ampliando un diezmo más de cereal y, como a cualquier otro caballero, una parte del botín que se tomara a los moros. En el plano religioso quedó ya como patrón de España. (En la Edad Media otras instancias eclesiásticas se consideraron con el derecho de compartir todos estos beneficios. Así Gonzalo de Berceo lo reclamó para San Millán de la Cogolla).
En 1643 se renovó e institucionalizó una ofrenda nacional para el día de su fiesta, el 25 de julio, con Felipe IV, hasta que las Cortes de Cádiz, en 1812, en una de sus primeras decisiones lo abolieron. (En una decisión sorprendente cuando fueron las mismas que en el artículo 12 de la Constitución proclamaron que “la religión de la Nación española es y será perpetuamente la católica, apostólica, romana, única verdadera. La Nación la protege por leyes sabias y justas y prohíbe el ejercicio de cualquiera otra”). Franco lo renovó y sigue celebrándose un acto en la catedral de Santiago al que acude incluso el Rey o alguien en su nombre.
El tributo de las “cien doncellas” es un tópico historiográfico que, con unas u otras variantes, ha estado presente en muchas culturas a lo largo del tiempo.
En este caso, tanto si su existencia fue real como si se limitó a lo legendario o mítico, la historia procede, según las crónicas, de cuando en 783 Mauregato, hijo bastardo de Alfonso I de Asturias, tomó el trono asturiano con la ayuda de Abderramán I, con quien se comprometió a pagar este tributo. En el año 788 los condes don Arias y don Oveco se habían rebelado contra Mauregato, por haber adquirido ese compromiso matándolo, y el rey Bermudo I, su sucesor, quiso sustituirlo por un pago en dinero, que parece consiguió su sucesor Alfonso II, el Casto, antecesor de Ramiro I.